Con el compromiso de aportar luz en un mundo de oscuridad a través de iniciativas como Payasos Sin Fronteras, Pepe Viyuela (Logroño, 1963) ha construido una carrera sólida en el teatro, el cine y la televisión, con personajes memorables, entre los que está, sin duda, el clown que le dio a conocer y que es la piel en la que mejor se siente. “Ser payaso es una filosofía de vida”, ha afirmado este cómico sobre la importancia del humor como herramienta para la crítica y la transformación.
¿Cómo fue en Civican?
–Muy agradable, estuve muy a gusto y me sorprendió mucho lo bien que lo había preparado Olga (Balbona). Además, transcurrió en un ambiente muy agradable y tranquilo, me sentí muy cómodo y fue fácil comunicarme tanto con ella como con la gente.
¿Le sorprenden las cosas que los demás quieren saber de Pepe Viyuela?
–Ayer (por el jueves) no hubo nada que me sorprendiera porque, habitualmente, todo tiene que ver con mi trabajo. Quizá sí me llamó la atención la curiosidad que tenían un par de personas por saber cómo funcionaba Payasos Sin Fronteras y cómo llegábamos a contactar con gente en otros países. Aparte de eso, creo que la curiosidad de la gente está muy bien encauzada hacia cosas que entiendo que quieran saber y que se corresponden la mayor parte de las veces con preguntas que me hacen en otros sitios.
¿Le molesta que le sigan identificando con personajes que hace tiempo que dejó atrás?
–No, qué va. Por un lado, creo que a un intérprete le debería interesar que le conocieran por sus personajes y no por su nombre o por su vida privada. Por otro, el hecho de que la gente recuerde personajes tan lejanos en el tiempo, me parece todo un elogio. Es bonito que se acuerden de que yo interpreté a Filemón o a Chema. En este último caso, teniendo en cuenta que Aída se sigue emitiendo diez años después de que acabar, es un eterno recordatorio, pero no siento que eso me encasille. Es un orgullo que la gente conozca tu trabajo.
Su relación con Pamplona y con Navarra es estrecha. Siempre vemos aquí sus trabajos y, siendo riojano, la cercanía es clara.
–Yo en Pamplona me encuentro siempre a gusto. He venido mucho. A dar algún taller en la Escuela Navarra de Teatro, a actuar o sencillamente de paseo, a dar una vuelta y a ver a los amigos. Siempre es un lugar de placer. Esta vez, cuando venía para acá, mi mujer, que no podía venir, me decía que le daba mucha pena porque le encanta Pamplona. Tenemos una relación de afecto con la ciudad.
El 7 de noviembre vuelve al Gayarre, esta vez con ‘El barbero de Picasso’. ¿Cómo definiría esta obra?
–En pocas palabras, diría que es un canto a la amistad. En este caso, se refiere a la amistad entre Picasso y su barbero, Eugenio Arias, pero en el fondo está hablando de ese afecto y de esa relación que todos y todas buscamos encontrar en algún momento; la de un amigo o una amiga con la que poder estar a gusto, cómodo, quitarte la máscara y ser tú mismo. La historia de estos dos es un pretexto para hablar de la amistad en situaciones difíciles como la que vivieron ellos en aquellos momentos, en los años 50, en el exilio en Francia, lejos de su patria, sin poder volver a ella, sabiendo que aquí el país estaba viviendo una situación muy complicada, una dictadura. En ese pueblo francés, se genera un síntoma de vida y esperanza a través de estos dos hombres que sueñan con volver a un país que lamentablemente ya no será el que habían dejado.
¿Cómo es su Picasso?
–Nosotros hemos hecho una labor de búsqueda de datos, hemos estudiado su obra, hemos leído biografías que hablan de él y hemos visto documentales, y, a partir de todo eso, hemos intentado mostrar su lado más humano. No hablamos tanto del gran artista que fue, de ese icono todos conocemos, sino más bien de esa persona que, según su propia hija Paloma, no era ni un monstruo, ni era un genio; era un hombre.
Es una figura controvertida y revisada en los últimos años.
–Ese aspecto, en particular el trato con las mujeres, lo dejamos ver, pero no ponemos el foco específicamente en eso, de la misma manera que no lo hacemos tampoco en aspectos artísticos ni en aspectos puramente políticos. Se menciona que pertenecía al Partido Comunista y se hace alusión, claro, a su ego exagerado, pero fundamentalmente vemos a un hombre que tiene un amigo con el cual va a conversar a la barbería y con el que tiene discusiones sobre cosas muy cercanas y poco trascendentales. Solemos decir que esta historia es una especie de pellizquito en el gran bizcocho de la vida de Picasso; pellizquito en el que se puede apreciar el sabor, pero en el que uno no puede pretender ver ni un biopic ni una profundización en su personalidad. Nuestra obra es una especie de fantasmagoría de Picasso pasada a través del ser humano que soy yo.
Creo que Picasso y Eugenio mantienen alguna discusión acalorada y divertida sobre arte...
–No profundizamos en su obra en ningún momento, pero sí se hace mención a la incomprensión que tanto Eugenio como otro personaje, Valdés, sienten hacia el arte de Picasso. Ellos no entienden muy bien por qué pinta así y no saben interpretar sus formas, lo cual exaspera al artista, porque le gustaría que le entendieran y ser un pintor cercano al pueblo. Pero, más que discusiones, lo que se produce en la obra son encontronazos que a él le sacan de quicio.
En este caso, su compinche en escena es Antonio Molero, que da vida al barbero. Habrán tenido que trabajar la complicidad.
–Hemos intentado que la relación personal también esté presente en el escenario. Chiqui Carabante, el director, ha procurado en todo momento que entre los componentes del elenco se produjera una relación de afecto y de complicidad, que nos pudiéramos entender y sobre todo divertir en escena. Por eso, antes de los ensayos hacíamos juegos y procurábamos trabajar siempre en un ambiente distendido. Además, al ser una comedia era fundamental que entre nosotros se produjera ese clima y esa energía viva y lúdica. Y creo que lo hemos conseguido y que este es uno de los elementos que se trasladan a la función.
Pepe Viyuela han tenido mucho éxito en televisión, pero siempre han permanecido cerca de las tablas.
–Tanto él como yo consideramos que el teatro es el origen o la madre de la interpretación. El ser humano viene haciendo teatro desde hace miles de años y solo muy tarde aparecieron el cine o la televisión. Donde un actor o una actriz se foguean realmente es en contacto directo con el público. Creo que tanto él como yo sabemos que es ahí donde más se disfruta, donde más se aprende y donde mejor se puede contar una historia.
"En Gaza, los niños solo conocen el dolor, la mutilación, la violación de su derechos... Ese legado es inolvidable y te marca ya de por vida”
Borja Ortiz de Gondra, autor de ‘El barbero de Picasso’, ha comentado que esta es una comedia agridulce. ¿El humor bueno es el que deja asomarse a la tristeza?
–El humor siempre es trágico. Lo que pasa es que hay humor más frívolo y un humor con una cierta carga de profundidad. Cuando se hacen chistes o se trata sobre temas que carecen de importancia y se bromea sobre ellos, pues bueno, digamos que estamos ante un entretenimiento más o menos divertido. Otra cosa es esta obra, que tiene visos trágicos porque los personajes están en el exilio y son conscientes de la tragedia que se ha vivido en este país. Esa sombra está permanentemente sobre la función, como una nube negra, y el humor es una especie de salvavidas que les ayuda a sobrevivir a los dos y que hace que el público disfrute, pero que a la vez sea consciente de la situación durísima en la que están.
¿Y el humor es una de las mejores herramientas para hacer crítica social y política?
–No sé si es mejor que la tragedia o que el drama, pero sí es una herramienta muy poderosa. Los poderes de todo tipo siempre han tenido mucho miedo a la comedia, porque la comedia tiene un bisturí muy fino con el que puede entrar hasta las entrañas de aquello que critica.El poder siempre tiene miedo a la comedia y al humor y eso es por algo.
¿Y puede ser sanador? Me refiero al trabajo que hacen en Payasos Sin Fronteras, por ejemplo.
–Está claro que un médico cura lo que un payaso no sería capaz de atender, pero hay otros aspectos del espíritu, del ánimo, que el arte en general puede ayudar a paliar.
Cuando ve lugares como Gaza, ¿qué le viene a la cabeza?
–Pienso en lo contradictorio que es el ser humano, en cómo somos capaces de cosas maravillosas y cómo podemos llegar a ser monstruos terroríficos. Creo que nadie tiene claro qué hacer para que esto no ocurra, para no volver a cometer este tipo de atrocidades. Hemos aprendido poco de la historia, seguimos pensando que los conflictos sirven para solucionar problemas, cuando como mucho sirven para enriquecer a aquellos que comercian con el dolor. Los humanos hemos desarrollado medios como la palabra, el diálogo y la creación artística para acercarnos; pero somos tontos, no aprendemos.
Qué triste una infancia sin risa.
–Es atroz. Los niños y niñas gazatíes solo están conociendo el dolor, la mutilación, la violación de su derechos... Y ese legado es inolvidable, eso te marca ya de por vida, de la misma manera que una infancia feliz te permite abrir puertas de otra manera. Estamos condenando a muchos inocentes a la infelicidad y eso debería hacernos reflexionar y movilizarnos. También porque alimentarnos de tanto dolor y durante tanto tiempo seguido está contribuyendo a que el mundo sea más oscuro y estemos todos mucho más tristes.