El pintor, escultor y cineasta vizcaíno Néstor Basterretxea Arzadun falleció en la madrugada de ayer en su casa de Hondarribia. Tenía 90 años. Con él se va una parte fundamental de la cultura y la sociedad vascas de los últimos 60 años, aunque deja para siempre una huella imborrable en forma de una vasta obra artística y de un firme compromiso con su tierra, Euskal Herria. Fuentes próximas a la familia señalaron que el cuerpo del artista permanecía ayer en el caserío Idurmendieta de Jaizubia, donde residía, y avanzaron que previsiblemente será incinerado mañana, lunes.

Amigo íntimo de Jorge Oteiza, y cofundador del emblemático Grupo Gaur, Basterretxea trabajó hasta el último día, tal y como explicó ayer la diputada general de Cultura de la Diputación de Gipuzkoa, Ikerne Badiola, que informó de que los serios problemas de salud que el artista acarreaba desde hace años empeoraron seriamente el viernes por la noche. Badiola agregó que, a pesar de su edad, Basterretxea se ha mantenido activo “hasta el último momento” e incluso ha colaborado “a tope” con el departamento de Cultura en una exposición retrospectiva que estaba preparando y que se celebrará en otoño en el centro Koldo Mitxelena de Donostia con más de 250 piezas y bajo el comisariado de Xabier Sáenz de Gorbea. Ya en una entrevista concedida al Grupo NOTICIAS en mayo, una de las últimas que realizó, afirmaba que no sentía el trabajo como un castigo. “Mi pasión por el arte me ayuda a no pensar en la muerte. El trabajo es un castigo, todo lo contrario; es una salvación, me hace sentirme vivo”, dijo.

La muerte del creador genera un fuerte sentimiento de vacío en su tierra, a la que tanto quiso, y eso que nunca aprendió euskera por las circunstancias históricas que le tocó vivir. Y lo lamentó siempre. Así, en Bermeo, donde nació en 1924, el ayuntamiento colocó sus banderas a media asta. Hondarribia, municipio en el que vivió durante más de 30 años, también expresaron sus condolencias a la familia, al igual que el Gobierno Vasco y la Diputación Foral de Bizkaia, que recordó que el legado de su arte se puede contemplar en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, ya que el 25 de febrero de 2013, Basterretxea donó gran parte de su fondo a dicho espacio.

Exilio en Buenos Aires

Arantzazu, el inicio

Basterretxea nació en Bermeo (Bizkaia) el 6 de mayo de 1924 y junto a su familia se exilió a Francia en 1936, aunque el estallido de la II Guerra Mundial les obligó a buscar refugio en Buenos Aires. La familia llegó a la capital argentina tras un largo viaje en un grupo formado por 600 vascos, 300 judíos belgas y un ballet ruso, entre otros. Una vez allí, se integró en el grupo de refugiados españoles. Uno de ellos, el artista gallego Castelao, le encargó la confección de la portada del primer número de la revista Galeusca.

Néstor Basterretxea regresaría a España en 1952 y ese mismo año ganó el concurso para la realización de las pinturas murales de la cripta de la basílica de Arantzazu, en Oñati (Gipuzkoa). Eran más de 500 metros cuadrados de obra repartidos en 18 murales. Allí entró en contacto con Jorge Oteiza, con quien comenzó una larga amistad. Tras un año de trabajo, cuando ya había elaborado once murales, los franciscanos de la basílica borraron en una noche su obra, por considerarla inadecuada, lo que le supuso un duro revés que no superó hasta 1985, cuando redecoró aquellos muros. A finales de la década de los 50 formó parte de los grupos de vanguardia más importantes del campo creativo español: el Equipo 57 y el grupo Gaur, con Oteiza, Chillida, Mendiburu, Ruiz Balerdi, Amable Arias, Sistiaga y Zumeta, años en los que se expresaba a través de la pintura.

El de Bermeo también se dedicó al campo del diseño industrial, en especial durante la década de los sesenta, tiempo en el se centró en el diseño de muebles y la decoración de hoteles, además de adentrarse en la fotografía experimental con la que hizo una exposición en Bilbao en 1969. Con la llegada de la década de los setenta, el artista empezó a expresar la idea vasca con el uso de viejas vigas de madera de roble para sus esculturas.

En 1982, Izaro, una escultura suya que representaba un árbol de siete ramas resultó ganadora en el concurso de ideas, convocado por el Parlamento vasco, para presidir el hemiciclo. Su primera exposición individual en Madrid fue en el Museo Español de Arte Contemporáneo (1987). Se trató de una antológica compuesta de 140 piezas, entre esculturas, pinturas, dibujos y collages, que recorría distintas épocas de su actividad.

Otra de sus obras más emblemáticas es la Paloma por la Paz/Pakearen Usoa, de siete metros de alta por nueve de ancha, que se instaló en el paseo de Zurriola de San Sebastián en 1988. Monumento al pastor vasco traspasó el Atlántico y puede contemplarse en la ciudad estadounidense de Reno desde 1989. Basterretxea fue seleccionado entre un treintena de artistas internacionales para realizar este monumento, primera escultura sobre Euskal Herria en Estados Unidos. Además, se encargó de la decoración de la vela de 150 metros cuadrados del velero Gipuzkoa, que dio la vuelta al mundo entre diciembre de 1990 y noviembre de 1992. Años después, en mayo de 1998, colaboró en la exposición Arte en la Catedral, uno de los actos del centenario de la fundación del Athletic Club de Bilbao. La última exposición antológica de su obra tuvo lugar en el museo de Bellas Artes de Bilbao el año pasado, donde se pudieron contemplar 240 de sus creaciones.

La última muestra individual que protagonizó en Navarra fue, precisamente, en el Museo Oteiza, donde en agosto de 2013 presentó un conjunto de dibujos, algunos inéditos que creó para la Cripta de la Basílica de Arantzazu, donde empezó todo.