Para contextualizar artísticamente la figura de este gran pintor, nos tenemos que referir necesariamente a ese lugar referencial de su pintura, que no es otro que Baztan. Su paisaje se nos presenta impregnado de ese bucolismo, que en este caso no es adjetivo fácil, sino esencia misma. Se trata de ese locus amoneus, que los clásicos Homero y Virgilio, lo definieron como ese estado en el que la naturaleza es suma perfección y participa de lo divino. Montañas sinuosas, verdes prados, frondosa foresta, dorados maizales y rojizos helechales, además de esa sensación de humedad permanente. La luz tan singular como transformadora, tamiza este conjunto y hace que esta belleza adquiera a veces un tinte melancólico, pero siempre sugerente. Todo ello realzado, con la sempiterna presencia del fluir del agua, y la majestuosidad del río, que aquí no quiere llamarse Bidasoa, sino Baztan como el valle mismo.
Si artísticamente Apezetxea, junto a otros pintores ha sido clasificado como integrante de la Escuela del Bidasoa, ésta plantea gran heterogeneidad partiendo de un denominador común, que se puede resumir en la célebre frase del romántico H.F. Amiel: “El paisaje es un estado del alma”. Mayor afinidad encontramos en el grupo denominado y ya acuñado artísticamente como Pintores de Baztan, entendiendo por ello, tanto a los naturales del valle como aquellos que venidos de fuera, sintieron su embrujo y lo pintaron de manera continuada, haciéndolo suyo. Los lazos de amistad grupal, le han dado mayor cohesión, aunque se pueda advertir en ellos una evolución, que partiendo de la Figuración ha mutado hacia una amalgama de estilos donde se advierten influencias impresionistas, postimpresionistas, constructivistas, e incluso abstracción de base figurativa.
José Mari Apezetxea, nace en la casa Zubietea de Erratzu en 1927, desde pequeño muestra gran afición y facilidad para el dibujo. Entre 1940 y 1947, se producen dos procesos de aprendizaje muy importantes. El ingreso en el Seminario de Pamplona (1939) donde adquirirá una sólida formación humanística. Su formación artística que se realizará de la mano del gran maestro Javier Ciga, pero no en su academia sino en el periodo estival, en la fonda Ariztia, sita en la casa Etxenikea de Elizondo, dados sus lazos de parentesco. Para Ciga era muy importante que los alumnos aprendiesen a ver el objeto de su pintura. Les ayudaba a seleccionar, encuadrar, encajar, y organizar los elementos plásticos. Como reconoce el propio Apezetxea, aquí aprendió a manejar los secretos del color, sus mezclas y su magia, es decir el oficio.
En los albores de los años 50, con la llegada de Fidalgo a Elizondo para realizar la mili, se produjo una sólida amistad y lo que es más interesante, una colaboración artística que se materializó en un estudio de pintura conjunto, a ellos se uniría una joven Ana Mari Marín, y así se formaría el núcleo duro de lo que luego se ha venido llamando Pintores de Baztan, al que se han ido sumando los distintos nombres en estos 65 años, conformando un rico panorama pictórico. Por medio de Fidalgo, Apezetxea conocerá a Ibarrola, Oteiza y otros. Al mismo tiempo, se irá acercando al constructivismo a través de la obra de Arteta y Vázquez Díaz.
El encuentro con la pintura del padre del arte contemporáneo Cézanne, le abre un mundo a través del cual seguirá interiorizando e investigando a lo largo de toda su carrera convirtiéndose en eje troncal de la misma. Tal y como apuntaba el pintor provenzal: “cuando el color alcanza toda su riqueza, la forma llega a la plenitud”. O lo que es lo mismo, forma y color son todo uno para él. Apezetxea, deudor de esta concepción plástica, construirá a través del color un espacio, donde se suceden las formas, la geometría, las masas, la luz, la perspectiva, formando un todo que es su obra pictórica. Todo esto, le lleva a una ruptura del principio de perfección formal, donde se suceden las perspectivas no ortodoxas o los equilibrios inestables, pero que subrayan una renovación siempre latente en su pintura, y que culmina con una abstracción de manera contenida, que le agrada, pero como dice él, siempre partiendo de la figuración.
Huye de la barroquización, sintetiza y simplifica los elementos pictóricos, partiendo de un geometrismo constructivista que define los planos generadores de la forma y haciendo una síntesis de la estética poscezaniana, renueva el paisaje baztanés. Los caseríos aparecerán como un constructo geométrico, una suma de planos que da lugar a un paralelepípedo que son el contraste a la mancha de color verde de los prados del Baztan. Esta visión geométrica se ve atemperada, por la dulzura, sinuosidad, ritmo ondulante y orgánico de la naturaleza baztanesa, así podemos afirmar, que línea y curva conviven en su pintura, creando un conjunto armónico. Todo ello, entroncado con una utilización subjetiva y lírica del color; verdes de multiplicidad tonal, azules, malvas, morados, sienas y ocres, además de rojos, naranjas y amarillos del rabioso otoño baztanés o de las frutas que conforman el bodegón.
Otras formas geométricas puras se observan en sus metas, puentes, lindes en forma de lajas de piedra, o en los propios trazados urbanos de los pueblos del Baztan y sobre todo, en uno de sus temas referenciales como es Gorramendi. Una vez más, tenemos que hacer referencia al pintor provenzal y su mítica montaña Sainte-Victoire, en los dos casos, la montaña se convierte en musa y símbolo. En Apezetxea, Gorramendi adquiere esa forma de macizo piramidal, que se hace uno con el cielo, cerrando el espacio. Es elemento vertebrador, donde los demás objetos se van colocando en una suerte de perspectiva en altura, con ritmo ascendente.
Esta carrera artística se ve completada, con una importante labor de magisterio pictórico entre los años 1995 y 2010, lo que le exige al pintor, hacer un ejercicio de introspección y reflexión. Llevada a cabo junto con su gran amigo y también pintor Tomás Sobrino. Estos cursos veraniegos basados en una trasmisión de conocimientos prácticos, han hecho emerger nuevos pintores asegurando así, la continuidad artística en la zona.
Decano de los pintores baztaneses, sencillo, alejado de las pompas y fuegos de artificio, ejerce una pintura de verdad, tomada del natural, sin trampas ni atajos.
La pintura de Apezetxea, no se reduce a una visión geométrica fría y carente de pasión, sino que, junto a ella late la pulsión cálida del color, aplicado de una manera subjetiva, que dota al paisaje baztanés de ese lirismo que le caracteriza y que en el caso de Apezetxea, se torna en universo pictórico amable como el valle mismo.
Sirva este artículo y esta exposición Oinez, como sentido y emocionado homenaje a quién con su trayectoria vital y estética, ha abierto nuevos caminos y renovado la plástica del paisaje baztanés. Eskermile Jose Mari eta aunitz urtez.
(*) Catedrático de Enseñanza Secundaria, profesor de Historia del Arte y Secretario de la Fundación Ciga