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Ignacio Aranguren: "El teatro construye sociedades"

El Premio Príncipe de Viana de la Cultura 2016 se afana estos días en escribir, poner y quitar cosas del discurso que ofrecerá el sábado 28 de mayo en el Palacio Real de Olite

Ignacio Aranguren: "El teatro construye sociedades"UNAI BEROIZ

pamplona - "Seré breve, que nadie se asuste", bromea Ignacio Aranguren (Pamplona, 1953), tremendamente agradecido por lo que está viviendo estas semanas gracias a su entrega y dedicación al teatro de base. Alfredo Sanzol, uno de sus miles de exalumnos y casualmente también candidato al premio de este año, glosará su figura en una ceremonia en la que parece que el premiado será, por fin, el auténtico protagonista.

¿Tiene ya asumido el premio?

Creo que todavía no. Cada vez que llaman por teléfono o me mandan un correo y veo la cantidad de gente que se alegra conmigo aún me da un subidón. Todavía estoy pidiendo pista para aterrizar y espero hacerlo el día 28, porque esto es un sobresalto magnífico, pero muy intenso.

Seguro que habrá recibido un montón de felicitaciones, ¿alguna que le haya sorprendido especialmente?

Estoy viviendo todo esto con sorpresa y gratitud. Me está llamando mucha gente y estoy muy contento. Así, que llame la atención, me han felicitado de todos los partidos políticos... También autoridades educativas, antiguos alumnos y gente anónima por la calle. En mi panadería soy el rey del mambo (ríe). Si el mes que viene nadie se acuerda de mí, me va a dar un bajón (ríe). Lo estoy disfrutando intensamente porque es muy bonito ver la cantidad de gente que se alegra con total sinceridad. Y es que, además, pienso que, además de premiar mi trabajo, el Consejo Navarro de Cultura también premia a los docentes. A los que cuando acaba la clase les suena un timbre, no un aplauso. Yo he tenido la inmensa suerte de que al acabar las funciones de teatro sonaban aplausos. Pero a todos mis compañeros les suena un timbre y quiero que sepan que cuando suba a recoger el premio ellos vendrán conmigo.

Su candidatura al Príncipe de Viana fue propuesta por profesores de Secundaria, seguro que es gratificante que venga desde los colegas.

Mucho. Un grupo de padres del Navarro Villoslada, donde he pasado toda mi vida profesional, ya me propuso hace un tiempo, pero ahora me ha propuesto Miguel Ángel García Andrés, del departamento de Lengua y Literatura del Instituto Plaza de la Cruz, donde no he trabajado nunca, aunque sí que fue alumno. Y han buscado muchas adhesiones y apoyos. Es muy bonito que gente con la que tienes un relación cordial, pero profesional, de repente te apoye y luche por ti.

¿Educación y teatro son dos conceptos indisolubles?

Por supuesto. Desde que los griegos inventaron el teatro occidental hace 2.500 años siempre han ido muy unidos. El teatro ha construido sociedades; ha servido de máquina para soñar en tiempos difíciles; de espejo de la sociedad. Para mí son la misma cosa, igual que educación y cultura son conceptos absolutamente hermanados. Simplemente nos hemos empeñado en que dependan de distintos negociados y tengan diferentes direcciones generales.

Qué importante es que cultura y teatro estén en el sistema educativo.

Y han estado juntos en muchos momentos. A mí me gusta mucho la historia del teatro joven; que ya existía en los colegios renacentistas, en los Salesianos del siglo XIX... Y, en definitiva, es muy importante en la educación porque en el teatro el alumno está como lo que es, y el profesor también. Mientras que en clase nos hemos acostumbrado a estar como lo que sabemos, y ahí tenemos muchas corazas. En teatro, uno siente, y yo lo he sentido, el vértigo de ser educador, que es una experiencia muy bonita, pero también muy exigente, porque eres lo que eres, no lo que sabes. Te puedo contar el Arciprestre de Hita y no implicarme, pero donde me proyecto es cuando te ayudo a crear un personaje, a destripar el sentido último de una obra... Estoy seguro de que mis antiguos alumnos del taller conocerán mis cualidades y mis defectos mucho mejor que yo mismo.

Hace unos días le concedieron el Premio Princesa de Asturias de las Artes a Nuria Espert, que destacó lo importante y merecido que era este reconocimiento para el teatro en general, ¿qué opina en su caso?

Ese es el tercer pie del trípode. Me siento agradecido por mí, por mis compañeros profesores y por el teatro navarro. Especialmente por el teatro de base. Este premio es bueno, porque, aunque ya se va superando, no olvidemos que los cómicos de la legua tenían que acampar a una legua de un sitio civilizado. Eran marginados y apartados de la sociedad. Han tenido durante demasiados siglos un campo periférico dentro de la cultura.

Dice que está inmerso en la escritura del discurso de aceptación del premio, ¿alguna pista?

Va a haber tres ideas: mi gratitud personal, mi gratitud en nombre del profesorado y mi gratitud en nombre del teatro. Y lo demás vamos a dejar que sea una sorpresa. Además, es que el texto va y viene de mi ordenador. Eso sí, que los que me conocen estén tranquilos porque voy a ser breve (ríe). Como a todos los tímidos, me cuesta arrancar, pero, una vez que arranco, me cuesta parar (ríe).

Este año el acto será en un palacio real, aunque no habrá reyes.

Lo sé, lo sé. Soy consciente de que a los medios os interesa hablar de este tema, como también del cambio de ubicación y de la supresión de la dotación económica, pero yo estoy muy contento contento con lo que me dan y lo agradezco. Si dijera lo que de verdad pienso sobre esto, estoy convencido de que defraudaría a una parte de los que me han apoyado. Este es un momento de gratitud y de celebración. En definitiva, es un premio que me da la sociedad navarra, a la que me debo.

¿Sabe en qué va a consistir el galardón, cómo se va a difundir su obra, tal y como plasman las bases?

Sé lo que está en las bases y lo que ha salido en los medios. El equivalente a la dotación económica ahora se invierte en la difusión del trabajo. Yo hablé con la consejera y le propuse un par de proyectos, pero todavía está todo en el aire. Por proyectos no será, desde que me he jubilado esto es un sin vivir (ríe). En el último año he dirigido lo de Patxi Larrainzar, con el texto maravilloso de Víctor Iriarte, tengo Auzoa Delikatessen y el Ñaque con Iluna. Además doy charlas, talleres...

¿Quién le va a acompañar en Olite?

Estarán mi mujer, mi hija, mi familia, los que me han propuesto, alguna representación del instituto, antiguos alumnos algunos ya profesionales del taller... He procurado hacer una selección consciente de que la gran generosidad de mis amigos me perdonará por si en algún momento me dejo a alguien. Estoy convencido de que sabrán entenderlo; llevan toda la vida intentando comprenderme y tal vez hasta lo han conseguido (ríe).

El apoyo de la familia durante estos años habrá sido fundamental; le han tenido que compartir con el teatro.

Sin duda. Cuando nos casamos, mi mujer me dijo ya sé que contigo el teatro va a ser la otra, y mientras sea así, te aguantaré (ríe). Efectivamente, mi mujer y mi hija han tenido que compartir mis horarios sin horas y a deshoras. Sin mi familia esto no hubiera sido posible. Esto es algo muy común a los teatreros, porque el teatro siempre hay que hacerlo a deshoras y cuando el público está libre. Y luego están las alegrías, los disgustos, tratar con más de mil alumnos al año, cada uno con sus cadaunadas, que diría Patxi Larrainzar... Un pedazo grande del premio es, sin duda, para Maite Lasheras, mi mujer.

Se inició en el teatro con la lectura de pequeñas obras cuando sufrió una convalecencia en su adolescencia, y pronto empezó a ir a verlas al gallinero del Gayarre.

Mi familia somos de al lado del Labrit y siempre tenía buenas entradas de gallinero porque iba el primero a hacer cola. El Gayarre es fundamental en mi vida. Empecé en el gallinero, luego pasé al patio de butacas y de ahí incluso al escenario (ríe). Una historia parecida a lo que me ocurrió en el Teatro María Guerrero. De estudiante iba a Madrid a ver obras que no venían aquí, y las veía en el gallinero, y hace unos años estrené una obra allí y luego la viuda de Buero Vallejo me entregó un premio de estímulo al teatro joven en el escenario.

¿Qué supuso el descubrimiento del teatro en la adolescencia?

Pues saber que siempre he querido hacer teatro. De hecho, estudié Filología Románica porque en Pamplona era lo que más se acercaba a eso. Siempre lo tuve claro. Yo tengo dos pasiones: el teatro y la educación. Cuando entré en el instituto y los alumnos me pidieron que hiciera una obra de teatro, descubrí que podía maridar las dos cosas perfectamente.

Después de espectador en el gallinero pasó a ser utilero y vio toda clase de obras.

Empecé a creer en el teatro de verdad a base de verlo por delante y por detrás, de ver el aplauso y las luces y la vida cotidiana de los cómicos. Siempre les he dicho a mis chavales que el mejor aplauso tiene que oler a sudor. Me enganché del todo, como la paga no me daba para venir a todas las obras, me hice utilero. Era el chico ese que sale en as películas con los paquetes o con las maletas. En esta casa he pasado ratos inolvidables, aunque algunas obras eran francamente malas. Aprendí mucho a base de ver teatro malo con aquellas compañías de verano. Fui analizando por qué una obra me fascinaba y otra me aburría soberanamente... Aquello me aportó muchísimo, el éxito es difícil de analizar, pero una obra mediocre te da para aprender implicación, energía, iluminación... Yo he aprendido a disfrutar el jamón de bellota a base de mucha mortadela sin aceitunas (ríe).

También llegó a debutar como actor en El Lebrel Blanco.

Sí, sí. Todo el que entra en el teatro es porque quiere ser actor. El que dice que se apunta a las luces para ayudar, miente (ríe). Empecé en El Lebrel haciendo de Ciudadano 5º y mi carrera llegó hasta Diputado 3º (ríe). Con Valentín Redín aprendí todos los oficios teatrales, desde taquillero hasta ayudante de dirección, actor, adaptador... Recuerdo con mucha intensidad aquellos años en la sala de la calle Amaya, 11, donde hoy hay un supermercado. Todas las semanas ensayábamos; el viernes íbamos a un pueblo, el sábado por la tarde hacíamos función, el domingo por la mañana un cuento infantil y por la tarde otra obra. Era una dedicación profesional cuando no existían profesionales en Navarra. Y había grandes actores. No me extraña que Valentín tuviera que militarizar el grupo y que le llamaran míster látigo (ríe), porque manejar a tanta gente a veces era muy difícil. Cuántas veces me he acordado de él luego en el grupo del instituto...

Es en el Navarro Villoslada donde ha desarrollado su gran proyecto, el Taller de Teatro Escolar, ¿cuál fue el detonante?

Tenía 25 o 26 años cuando mis alumnos me dijeron que ya que estaba en El Lebrel podría montar alguna obra. Y decidimos hacer teatro. Cogimos unas sillas de un contenedor, las pintamos con purpurina, el grupo me dejó trajes... El taller de teatro ha sido el fruto de la constancia y de la suerte que he tenido de que muchas personas de dentro y fuera del instituto se hayan implicado. El nombre del taller suena institucional, pero durante muchos años ha sido una iniciativa que cada año tenía que reinventarse porque no estaba nada claro de que pudiera continuar al año siguiente.

¿Y qué ha significado en su vida?

Muchísimo. Ha significado la amistad y el cariño de cientos de alumnos y de sus familias; el cariño y el apoyo de muchos compañeros del instituto... No tengo más que gratitud. También ha habido momentos en que el taller ha estado a punto de desaparecer, pero el balance es muy positivo. He sido muy feliz, y ahora cuando estoy organizando material para la página web que estoy haciendo (www.ttnv35.com), he podido repasar mi vida y no siento más que cosas buenas.

A unos cuantos alumnos les descubrió un camino que era el del teatro, ¿le guardan rencor sus padres?

(Ríe). Sí, algunos temblaban al pensar en el momento en que el hijo o la hija les dijera mamá, quiero ser artista (ríe). Y algunos seguro que sienten gratitud; cuando un chaval me venía con esas intenciones, lo primero que le decía es que lo primero que tiene que ser un actor es culto, así que le recomendaba que empezase una carrera, que siguiera haciendo teatro para que se le pasara la fiebre dramática del descubrimiento, porque esta profesión es muy dura y de largo recorrido, y que luego volviera a pensarlo. Además, hay padres que me tienen que estar agradecidos porque muchos años me llevaba a sus hijos a los Premios Buero y los devolvía el 12 de julio (ríe).

Ya tiene varios premios importantes y ahora llega un colofón bonito, en Navarra el día 28.

Es muy bonito. Aun me pregunto si todo esto es verdad. Cuando me llamó Ana Herrera para decírmelo le tuve que pedir que me lo repitiera porque no me lo creía.