Concierto de Malú.
Fecha: 26 de noviembre de 2016. Lugar: Pabellón Anaitasuna. Incidencias: Entradas agotadas. Público de todas las edades y muchísimos menores acompañados de sus padres.
Como uno no sabe muy bien cómo afrontar un concierto enmarcado dentro del denominado mainstream, que hoy en día coincide con la música comercial empujada por la gran industria discográfica, uno se imagina a sí mismo sentado en uno de esos estratosféricos sillones de Factor X con la palma de la mano sobre el botón rojo mientras espera la aparición de la voz que va a poner la banda sonora a las próximas dos horas de nuestras vidas: Malú. Pero esto no es un plató de televisión, sino el pabellón Anaitasuna, y a mi lado no se encuentra Alejandro Sanz con el que compartir algún que otro chascarrillo, sino miles de personas anhelantes y (seguramente) dispuestas a darlo todo en cuanto los engranajes del show se pongan a girar, ni al que esto escribe le pagan lo que a ellos por estar sentados y dar su opinión. C’est la vie.
La noche es fría y lluviosa. Dos horas antes del concierto ya hay una larga fila de personas esperando a entrar en el pabellón para disfrutar de su estrella desde las primeras filas o desde las mejores localidades de grada. Lo de echar un pote en el Boni, como en las grandes noches de rock, es harina de otro costal. Para cuando entramos, el Anaita presenta un aspecto inmejorable. Todas las entradas están vendidas y miles de niñas acompañadas de sus progenitores, adolescentes, parejas de novios y fans más maduras pueblan las gradas y la pista. También hay hombres, claro, pero menos.
Se apagan las luces y un griterío inunda el recinto. El escenario está situado enfrente de donde suele ubicarse habitualmente. Por fin sale Malú, vestida con un traje negro ajustado y una especie de capa roja. Diría que un ventilador mueve su melena, pero desde la distancia en que nos hallamos es difícil precisarlo con exactitud. Otra vez el griterío de las fans más jóvenes se desplaza por el pabellón. Cenizas es la primera canción, y con ésta arranca el universo de Malú: sentimientos, pasiones, desengaños, amores, corazones hechos añicos, anhelos, lágrimas, esperanzas y todas esas cosas. El apartado de las luces es realmente potente. Cuatro pantallas de diferente tamaño delimitan el escenario por detrás. En éstas se proyectan imágenes de lo más diverso tratadas con gusto. Abajo, y esto será una constante hasta que acabe el concierto, cientos de móviles encendidos graban a la estrella mediática.
“Pamplona, muy buenas noches. Qué alegría, por fin, poder verte. Gracias por no haber faltado”, saluda Malú. El sonido del Anaita nunca ha sido el mejor del mundo, pero la banda solventa bien esa deficiencia. Malú interpreta Deshazte de mí, el pabellón canta junto a ella y así lo seguirá haciendo a medida que van llegando sus grandes hits (Encadenada a ti, Ahora tú, Vuelvo a verte, Que nadie, Aprendiz), que suenan con más garra que en las grabaciones de estudio. Es curioso que tratándose de un concierto esencialmente pop, los guitarristas muestren una clara querencia por el rock duro en los punteos. Y no es la primera vez que apreciamos esto en un concierto de un artista mainstream. Por lo demás, el show sigue por una senda salpicada de baladas (Ni un segundo o Devuélveme la vida) y temas más vivos (Caos, No voy a cambiar), a veces preñados de unos dejes flamenquitos y otros con un toque, permítaseme la expresión, pimpinelístico.
La conclusión de lo visto y escuchado es que Malú defendió bien sus canciones -cantó con pasión- sin necesidad de fuegos de artificio más allá de una puesta en escena cuidada. Acabó con el tema Como una flor y, a todas luces, a aquellas personas que habían estado a la intemperie esperando ver a su estrella les mereció la pena aguantar el frío y la lluvia durante horas en lugar de echarse un pote al calor de la barra del Boni.