pamplona - Carmen Larraz baila cuando habla. Su cuerpo se mueve armónicamente completando una expresión que, igual que cuando danza, es auténtica y honesta. Como ella dice, la creación es algo que “tiene que salir del corazón”.
¿Qué aporta la calle como escenario a la danza contemporánea?
-Muchas cosas, y además la aportación es mutua. Por un lado, saca ese aspecto quizá a veces excesivamente intelectual de meterte en un estudio y aislarte de la dirección o el foco de comunicarte con el público, y al estar en la calle inmediatamente se activa esa comunicación. Por otro lado, la arquitectura de los lugares influencia muchísimo. Es importante dónde estás y dónde propones algo. La danza está en todas partes, y es muy bella una escenografía, pero igualmente son muy bellos esos rincones que vemos todos los días y que pueden ser escenarios artísticos, según cómo te posiciones a verlos y qué contenido les des. Y ahí hay un aspecto muy rico que la danza contemporánea está explorando ahora bastante. Muchísimas compañías y muchos festivales están emergiendo con esta idea.
Y así se llega a otro tipo de público.
-Eso es. Ahí está el aspecto recíproco. No sabemos por qué, pero la danza contemporánea se ha quedado muy alejada del público, y es muy difícil romper el circuito de gente que suele ir, así que actuar en la calle es una manera de romper esa dinámica y de acercar un arte al público que igual no se acercaría pero que de repente se lo encuentra y se para a verlo y lo disfruta...
¿Por qué esa distancia? ¿El término contemporáneo asusta porque parece que implica que hay que tener un conocimiento específico para entenderlo?
-No lo sé, pero no se trata de entender... Es una pregunta muy difícil, habría que analizar desde dónde se está creando, qué aspectos se están potenciando en el arte contemporáneo... es una pregunta que yo también me hago. Pero la danza contemporánea como lenguaje está creciendo, es casi adolescente; se está generando y estamos investigando.
¿Y cómo ve ahora la danza contemporánea en Navarra? Cada vez está más presente, pero ¿qué falta, cuáles son las mayores carencias o dificultades?
-Mejor empiezo por decir lo que hay porque es muy positivo: para empezar hay un interés por apoyarla, entonces ahí ya empezamos bien. Y empiezan a emerger propuestas. La manera en que se ha impulsado el DNA es un nuevo comienzo para la danza, esta propuesta (Danzad, danzad malditos), Cinética, Inmediaciones, el Auditorio Barañáin con el programa Periferia... ya empieza a haber propuestas. Falta un apoyo de base, no un apoyo a eventos sino un apoyo a largo plazo; un decir: vamos a crear una generación, un diálogo, una plataforma donde pueda haber gente a la que le estimule crear aquí. Y no por pedir una subvención, que sí que es genial, pero hay que empezar a impulsar a la gente desde algo más asequible. Ha habido una situación tan precaria durante tantos años, que éramos cuatro luchadores, y hay que empezar a pensar en dinámicas que puedan atraer a gente. Estoy muy contenta porque hemos empezado el festival Danzad, danzad malditos con Bertha Bermúdez, ella ha propuesto un taller para procesos de creación, y ha habido trece personas implicadas que en cuatro días han generado el boceto de lo que podría ser una creación. Es decir, hay ganas, hay gente, hay infraestructura, y en cuatro días Bertha ha generado un dispositivo. Creo que es algo a lo que echar un ojo y decir: venga, venga, porque sí, porque lo más importante ya está.
Ese apoyo de base que falta, ¿cómo debería materializarse?
-Bueno, yo creo que se está dando. Tiene que haber un apoyo, que lo está habiendo, por parte de instituciones, y una iniciativa por parte de artistas. Confío en que se está dando y creo que se puede dar mucho más...
Y falta que los trabajos no se queden en algo puntual, que no se vean una vez y ya está, sino que haya un circuito que los vaya mostrando en diferentes sitios, aquí y fuera...
-Eso es importantísimo, establecer políticas de difusión. Porque al final, se nos demanda que vayamos a subvención, se nos demanda que seamos legales en la Seguridad Social, se nos demanda que creemos, y se nos demanda que hagamos un plan de gestión..., pero, perdón, no hay gente, no hay un equipo, no hay gestores de la danza en Navarra o de distribución de la danza que se conozcan el mercado laboral de este arte, ya no a nivel estatal, a nivel internacional... Tiene que haber muchísimo diálogo entre todos para que no recaiga todo el peso en los creadores.
Ha optado por quedarse en Navarra y luchar desde aquí por la danza. Estará siendo difícil...
-Sí (ríe)... Y ahora por lo menos ha mejorado la perspectiva de la situación. Se quiere cambiar algo, aunque hay tal amontonamiento que va a llevar tiempo.
Hay más esperanza...
-Y otra disposición. La escucha humana que ha tenido el Ayuntamiento de Pamplona de cara a este festival (Danzad, danzad malditos) ha sido un impulso. La escucha que está teniendo el Auditorio Barañáin para querer crecer y proponer cosas en danza, son estímulos que ayudan en esa lucha.
¿Qué le hizo quedarse aquí?
-Bueno, son opciones de vida y entran en juego decisiones personales y laborales. Sí que tuve mi momento de irme fuera por lo laboral y esa decisión empezó luego a equilibrarse con otras de otras facetas de la vida, y hubo un momento en que pensé en volver a irme, pero por otro lado me pareció súper interesante el luchar no solo como bailarina sino como propulsora de proyectos. Me pareció muy interesante trabajar para aportar aquí, porque Navarra tiene mucho que dar en la danza. Hay talento, hay infraestructuras..., igual hay que apostar.
Pero vivir de la danza será imposible, una utopía...
-Económicamente sí. Pero a mí me parecería imposible vivir de la Volkswagen a qué precio humano... Entonces, si le pones un valor económico, vivir de la danza es muy difícil, pero si le pones un valor humano es muy gratificante.
Imagino que económicamente vivirá de otras cosas que no sea bailar: clases, cursos...
-Sí, por supuesto.
Porque en España no se valora el arte como una profesión. ¿Seguimos tan atrasados en este punto?
-Sí, aquí está muy añeja todavía esa cuestión de que el artista, de la danza y del teatro en general, vive del pueblo, y no es así. El Estado y la sociedad tienen que entender que el arte y la cultura son necesarios, tanto como otras facetas, y mucho más que otras que se apoyan más. Imaginemos por un momento una sociedad sin música, sin teatro... Entonces vamos a decir quién vive de quién. Habría que empezar por cambiar esa conciencia.
En ese sentido será importante el trabajo con niños, que la danza esté en las escuelas, en la educación...
-A ver, sí... pero no hay que depositar ahí todo, porque si unos papás no están interesados en el arte no se lo van a inculcar a sus hijos. No se trata de voy al teatro un día porque es para niños y ya está, así yo no creo que se esté educando. Tiene que haber una conciencia desde los profesores, desde los padres, y más que una conciencia, un amor por el arte y la cultura, porque ese amor es lo que le vas a transmitir a los niños. No la obligación de ir al teatro una vez al mes.
Todos nacemos conectados con el movimiento y la expresión corporal, es algo inherente... ¿En qué momento nos desconectamos de ello, por lo menos en Occidente?
-Es verdad... Yo creo que el sistema educativo que vivimos es arcaico, se ha quedado absolutamente fuera del contexto humano actual, y está capando aspectos que está demostrado que son importantes. Sabemos que la educación no está en el intelecto. La inteligencia está en nuestro cuerpo, no está en el libro. Y ya es hora de cambiar las cosas. No se trata de poner danza en el colegio, es que hay que cambiar el concepto de la responsabilidad que implica formar a niños; no podemos seguir anclados en un pasado que no funciona, y cada vez menos. Porque avanza la humanidad y no está avanzando este concepto, y los niños están colapsados.
Desconectados de las emociones...
-Yo creo que sobre todo de la cognición física de las cosas. El conocimiento pasa por todo. No solo por los libros; si no, se capa todo ese otro potencial que va a hacer crecer esas aptitudes de memoria, de entendimiento, de capacidad de obrar... Ahora mismo estamos hablando y estamos moviéndonos, ¿no? Este pequeño detalle se lleva también a la hora de entender que dos y dos son cuatro. Se entiende con todo nuestro ser, no solo con una parte.
Quienes siguen bailando no se desconectan de ello, que es una gran suerte. Hablando con Jose Lainez y Concha Martínez con motivo de la concesión del Premio Príncipe de Viana de la Cultura, decían que para querer vivir de la danza hay que estar un poco loco, y que para crearla hay que seguir siendo un niño...
-Sí, estoy de acuerdo. O visto de otra manera, hay que estar un poco loco para estar toda la vida trabajando en algo que no te gusta. Bajo mi punto de vista la locura es esa, porque a qué precio...
Y la importancia de seguir siendo niños...
-Sí, pero volvemos a lo de antes, es que la educación de hoy en día no permite a los niños ser niños, se prefiere darles una pastilla para que no se muevan tanto y ya está.
¿Qué es la danza para Carmen Larraz?
-¡Guau! No me siento capaz de definirla. Me quedaría en un lenguaje que no sabría manejar... Desde luego es mi medio de vida espiritual.