Síguenos en redes sociales:

“El chelo manda, tiene su personalidad y debes saber cómo él quiere que lo toques”

El Auditorio Baluarte será escenario, hoy y mañana, de sendos conciertos que la OSN ofrecerá con el joven madrileño como solista y dirigida por Andrew Gourlay

“El chelo manda, tiene su personalidad y debes saber cómo él quiere que lo toques”

pamplona - Cuando viaja en avión, que no son pocas veces al año, compra un billete para él y otro para su violonchelo, un Stradivarius de 1696 que le ha sido cedido por la Nippon Music Foundation y que antes pasó por las manos de Gregor Piatigorsky o Janos Starker. Su valor... “No se podría calcular, millones de euros”, afirma Pablo Ferrández, el joven madrileño que con solo 26 años se ha convertido en una de las principales figuras de este instrumento, reclamado por las más importantes orquestas del mundo y que hoy y mañana actuará junto a la Sinfónica de Navarra en Baluarte (20.00 horas, 15, 24 y 30 euros). Y lo hará interpretando, cómo no, el Concierto para violonchelo y orquesta número 1, en Do mayor, de Haydn. “Es la obra que más me reclaman”, afirma el músico, quien también mantendrá un encuentro el sábado, 21 de octubre, a las 10.00 horas en la Sala Guelbenzu del Conservatorio Superior de Música de Navarra.

Pablo Ferrández rompe todos los esquemas de los grandes divos de la música clásica y del elitismo que tanto daño le hace. Cercano, amable, hizo ayer un hueco tras uno de los ensayos para responder a las preguntas de DIARIO DE NOTICIAS.

Empezó a estudiar música... ¡con solo tres años!

-Sí, y a esa edad ya me colgaron un chelo pequeñito, aunque yo no lo recuerdo. Mi primera memoria musical sería ya estudiando con mi madre, que inventó un método para enseñar música a los niños que se llamaba El Mago Diapasón, y mi hermana (violista) y yo fuimos los conejillos de indias.

Su madre profesora de música, su padre violonchelista de la Orquesta Nacional, estarán más que orgullosos, de casta le viene al galgo, pero el camino no ha sido nada fácil.

-Están muy contentos y orgullosos. Invirtieron mucho en mi educación, ya que cuando, a los 13 años, entré en la Escuela Reina Sofía, hasta que gané el premio al alumno distinguido, que implicaba una beca de estudios, hicieron un gran esfuerzo porque es una educación de lujo y muy cara.

Hablamos de que fueron sus padres los que le colocaron el violonchelo, aunque luego haya hecho de él su vida. Ahora, después de pasar tantas horas juntos, ¿qué siente al tocarlo?

-Es complicado de explicar. Por un lado está la parte técnica, que es de lo que uno intenta olvidarse, con todas las dificultades que implica, pero hay que lograr que eso no nuble la música.

En cualquier caso, siempre tendrá que ver en gran medida con la emoción, con el sentimiento...

-100%. Tienes que buscar crear emociones a través de ciertos sonidos. Lo bueno de la música es que no hacen falta palabras, es inmediata, si encuentras el sonido que corresponde a esa sensación, quien quiera que lo escuche lo va a sentir, aunque no sepa cómo ni el porqué. Pero lo difícil es encontrar ese sonido, ya que las sensaciones y las emociones que puedes expresar con la música son infinitas. Lo bonito es cada uno lo interpreta y lo siente de una manera diferente.

A uno no le caben en la cabeza la de horas que habrá dedicado a la música, un trabajo que, evidentemente, ha dado sus frutos, pero, ¿siente haberse perdido algo de su juventud por el camino?

-Cero. De hecho, creo que he tenido y tengo una vida hiperplena. Siempre hice lo que quise cuando era más joven, jugaba muchísimo... Obviamente, también estudiaba mucho, pero creo que eso es bueno, tener la disciplina de saber cuándo hay que estudiar y cuándo hay que jugar.

¿Cómo aceptan los músicos orquestales, muchos de los cuales le doblan la edad, que aparezca un jovencito como solista en su territorio?

-Con la Sinfónica de Navarra ha habido muy buena conexión, muchos de ellos ya me conocían y tenían ganas de tocar conmigo, y creo que nos hemos compenetrado muy bien. Aunque sí es verdad que hay ocasiones, cuando vas a tocar con una orquesta profesional que no te conoce, que sientes la mira esa de “a ver éste de qué va”, y tienes que ganártelos. Pero hace tiempo que no siento esa mala conexión con ninguna orquesta.

En Baluarte interpretará el concierto nº1 de Hayden, una pieza que ya casi va a aparejada a su nombre y que ha interpretado con las más reputadas orquestas, como la Sinfónica de Viena.

-A la gente le gusta mucho como toco esa pieza, a mí me encanta, me parece muy positiva, divertida de tocar y me lo paso genial. Me lo piden muchísimo, igual la toco unas 20 veces al año.

Además de los conciertos también mantendrá en Pamplona un encuentro con alumnos del Conservatorio, ¿qué le dice un joven a otros jóvenes sobre el éxito en la música?

-Ellos son más jóvenes que yo, pero creo que les motiva ver a alguien joven delante, en el sentido de que si ven que tú lo has conseguido, ellos también pueden lograrlo. Yo siempre intento ser positivo, nunca voy a destrozar, algo que hacen muchos profesores. Les intento dar algún truco pero sobre todo confianza y motivación.

Esta actitud que mantiene tanto sobre el éxito como sobre la vida del músico es más que necesaria para eliminar ese elitismo que persiste en la música clásica.

-Cuando toco, intento que todo sea relajado, y también lo es mi manera de estar en el escenario; de hecho, si alguien aplaude entre medias de un movimiento, me parece bien. También procuro ser cercano con el público al acabar el concierto, o en las redes sociales. En la clásica hay una distancia entre público y artista que no debería haber, es algo que no existe en otros tipos de música.

Cuando un jurado decide que le ceden un Stradivarius, al margen del doble tirabuzón y medio, ¿qué se le vino a la cabeza?

- Fue el día más feliz de mi vida. Llevo con él tres años, no me lo ceden hasta que me muera, pero es para mucho tiempo. Confían en mí, ven que mi carrera avanza como ellos querían, y lo que quieren es que el instrumento se toque.

La pregunta puede parecer de perogrullo, pero, ¿es tanta la diferencia entre su Stradivarius y otros chelos que ha tocado y toca?

-Yo lo noto muchísimo. Obviamente, cada chelo tiene su sonido y suena diferente con cada persona. Pero es el instrumento el que manda, y éste desde luego; tiene muchísima personalidad y tienes que encontrar cómo le gusta a él que lo toques, si no, suena como cualquier otro chelo. Pasé casi un año hasta que encontré como quería sonar este Stradivarius, pero cuando lo encuentras, alucinas. Es increíble. Hay países como Israel a los que no me dejan llevarlo y noto muchísimo cuando tengo que cambiar de chelo, pero eso te hace agradecer lo que tienes.

¿Cómo es la vida a un chelo pegada?

-Es algo que siempre tengo conmigo, casi no hay momentos en mi vida en los que no estoy con el chelo, incluso me lo llevo de vacaciones. Es un compañero, recorremos el mundo juntos. Cuando él está mal, lo noto, y supongo que cuando yo estoy mal, él lo notará.