Hoy en día la sociedad se mide constantemente por parámetros mercantiles, todo lo tiñe la economía, todo tiene que pasar primero por el filtro de la economía del bienestar para saber si sirve para algo, si nos es útil para conseguir esa satisfacción a través del consumo y de la posesión de la riqueza. En este contexto, el arte contemporáneo no es útil, prácticamente no se vende obra, las galerías cierran, los Centros de arte desdeñan las exposiciones para convertirse en centros de residencias de artistas...
Además el arte ha perdido su función de influencia política, revolucionaria, de denuncia de la pobreza, de las injusticias, del malestar, ya no es icónica como lo fue el Guernica de Picasso. El arte no puede competir con los noticiarios donde la realidad supera la ficción, donde se muestra con todo su dramatismo y realismo. El arte no puede competir tampoco con las redes sociales, porque éstas te dan una inmediatez insuperable, te colman de continuas imágenes atractivas y diálogos cortos que atrapan la atención de la ciudadanía. El arte ha perdido, así mismo, su función formativa, educativa, ya que Internet se ha convertido en la gran biblioteca universal al alcance de cualquiera en todo momento. El arte ha perdido su función de ser tendencia renovadora, ya que el capitalismo a través del mercado, absorbe cualquier propuesta novedosa y la transforma en moda publicitaria. Todo se consume con rapidez y todo caduca a continuación. La sensación es que intentar vencer al mercado resulta inalcanzable y oponerse a su dinámica, agota. Entonces ¿para qué nos sirve el arte? ¿Para qué ir a ver arte contemporáneo?
El arte de hoy en día ya solo compite consigo mismo, si es que compite algo. Esa inutilidad del arte actual lo exime de toda responsabilidad, de toda influencia en nuestra sociedad. El arte contemporáneo se ha vuelto totalmente libre para decir y hacer lo que al artista le plazca. Quizás estemos ante el último reducto de libertad expresiva total. El acto creativo, por el mero hecho de ser pura acción desinteresada se transforma en resistencia, nos hace pensar, nos hace sentir al transitar la vida.
En estos tiempos que nos está tocando vivir donde prima la rapidez, la inmediatez, miramos pero no vemos, oímos pero no escuchamos, leemos pero no asimilamos, observamos pero no sentimos... en estos tiempos el tiempo vuela, las prisas nos comen y las urgencias no nos dejan afrontar lo importante. Ante ésta situación, la obra artística nos convoca a la reflexión, al sosiego, a descubrir otras formas de expresión, te invita a detenerte y desde su mirada el artista te lleva a apreciar lo que él ha sido capaz de percibir desde la emoción y los sentimientos más hondos. El arte, el buen arte, te reconcilia con la humanidad, te hace más persona y te hace sentir que este mundo, esta vida, merece la pena vivirla.
Pero hay más, el arte actual ya no obedece a nada ni a nadie, al menos el que no está absorbido por las instituciones. Este arte incomoda a todas las partes, al poder porque no lo controla, al mercado porque no lo puede mercantilizar y al público porque no lo entiende. Porque el artista, el verdadero creador, apuesta constantemente por la invención, por la interpelación, por el riesgo, llevando al límite su entendimiento y sus propuestas. Otra cuestión es que acierte, que lo que exponga merezca la pena, porque no todo lo que se nos muestra se sostendrá con el tiempo. Sin embargo, no encontrarán manifestación más rompedora que el arte contemporáneo.