donostia - Antonio de la Torre interpreta en El reino a Manuel Gómez Vidal, un vicesecretario de un partido político inconcreto en una comunidad autónoma costera que tampoco se especifica. Sorogoyen construye un trepidante thriller donde tanto el personaje interpretado por De la Torre como el resto de sus compañeros están metidos hasta el cuello en una trama de corrupción política que toca todos los niveles. Se proyectó ayer en el Zinemaldia, donde recibió aplausos, no solo al final, sino también a lo largo de la proyección.

Tal y como afirman en El reino, ¿el poder protege al poder?

-No lo sé, porque yo no estoy en el poder (ríe). Es cierto que puedo tener una posición de cierto poder como actor debido a mi trayectoria. Supongo que no hemos sido capaces de crear una sociedad donde los mecanismos de ascenso social sean fluidos. Es una sociedad con dificultades para romper la desigualdad. Sí, el poder protege al poder.

¿Y los medios de comunicación?

-Los medios son el poder.

En el filme, no especifican cuál es el partido político, ni tampoco cuál es la comunidad autónoma en la que transcurre la trama. ¿La corrupción es algo integral?

-Sí, forma parte de la sociedad. La corrupción es posible en la medida en la que sociedad lo permite. Si existe una sociedad con unos valores sólidos tiene que ser capaz de crear los mecanismos para que al final haya acciones políticas que impidan la corrupción. Es cierto que se ha avanzado. Que un gobierno caiga por corrupción es una buena noticia para la democracia. Que los actos tengan consecuencias de salud democrática y adulta es una buena noticia. Lo que ocurre es que la corrupción es un lastre que solo se solucionará con un gran cambio de paradigma cultural, de manera de pensar y de entender.

¿La sociedad es permeable a esa corrupción?

-No lo sé. Te hablo como un ciudadano, como alguien que intenta estar informado. Entiendo que es algo que sucede en las sociedades occidentales. Hay países que parece que funcionan mejor y luego escarbas y también tienen lo suyo. Creo que el ser humano tiene que dar pasos en su línea evolutiva. Hemos conseguido cosas maravillosas, pero aún queda. En una época en la que tenemos una universidad en el móvil, el gran salto es la educación sentimental, la educación en valores, un cambio de asentamientos morales.

Para preparar la película se entrevistaron con Cristina Cifuentes.

-Cristina Cifuentes se portó estupendamente con Rodrigo Sorogoyen y conmigo. Nos invitó al Palacio de la Comunidad, nos enseñó dónde trabajaba. Se leyó el guión y nos dio su opinión. Nos dijo que le parecía que haya una trama tan organizada era algo exagerado. Nos contó cosas. Le estoy muy agradecido. Fue muy abierta con nosotros y un día vino al rodaje. Personalmente le deseo lo mejor.

También asistieron a una de las sesiones del juicio del caso Gurtel, y estuvieron con Álvaro Pérez El Bigotes.

-Con Álvaro Pérez te diría algo parecido. Se reunió conmigo y con Sorogoyen. Nos contó su visión de las cosas, cómo le habían ido las cosas a él... Para nosotros fue algo impagable. La Justicia decidirá si ha hecho algo ilegal o no, pero yo le deseo lo mejor.

¿Considera que el público empatizará con su personaje?

-No lo sé. Como dice esa frase de Terencio, soy humano, por lo tanto nada humano me es ajeno. He intentado humanizar ese personaje. Reunirme con las personas que citabas y con otras a las que también estoy agradecido, me ha servido para intentar hacer algo pegado a la vida, a la realidad. Las películas que hablan del mundo en el que vivimos son las que merecen la pena ser contadas. Yo necesitaba sentir que podía hacer un personaje creíble y un ser humano. Siempre digo que intento hacer personas, no personajes.

¿Es su personaje un antihéroe?

-Es un personaje que tiene familia, tiene amigos, tiene sentimientos, sufre... Yo vi una foto de un político que estaba en prisión preventiva y salió y lo que hizo fue abrazar a sus hijas. Le dije a Sorogoyen: “¿Ves esta foto? Esta foto es la película, la de un padre que quiere abrazar a sus hijas”.

¿Es un antihéroe?

-No sé lo que es. Te lo digo otra vez, solo sé que es humano, y por eso nada me es ajeno (ríe). ¿Te ha gustado? Me ha quedado muy político también (vuelve a reír).

Le hago la misma pregunta que el personaje de Bárbara Lennie -interpreta a una periodista- le hace al suyo en El reino: ¿Cree que cualquier persona corrupta es consciente de lo que hace?

-No. Estos días estoy diciendo una cosa que podría ser de un capítulo de Black Mirror y es que debería existir el autoengañómetro, un mecanismo que estableciera la diferencia que hay entre quién te crees que eres y el que eres en realidad. ¿Hasta qué punto no sabes ni tú mismo quién eres? Igual llamaría la atención los pocos que aprobarían. La gente se cree sus historias. Lo que necesitamos es una educación sentimental, una reflexión. Una sociedad donde se refuerce más el autoestima de la persona, donde haya menos que aparentar y se acepte más el error, y así todos podamos avanzar y crecer.

En este Zinemaldia presenta otra película, La noche de doce años, en la que interpreta a otro político muy diferente: Pepe Mújica. ¿Qué cree que pensaría de la corrupción en el Estado?

-No lo sé, es una buen pregunta. Se la deberías hacer a él (ríe). Él hace una cosa que está muy bien: en Venecia un grupo de periodistas le preguntaron por los populismos y respondió (pone la voz y el acento de Mújica): Últimamente se usa populismo para todo aquello que no nos gusta. Cuando algo no me gusta, digo que es populista. Como él tiene una categoría moral, política, ideológica e intelectual superior a la mía, intuyo que lo relativizaría e intentaría no dar lecciones a nadie. Me acuerdo también que le dijeron “en Europa se ve con preocupación la situación de Sudamérica”, a lo que contestó: “En Sudamérica también vemos con preocupación a Europa”. Hay muchas cosas que arreglar. Empecemos a ello.