‘illang’

A priori había dos buenas razones para confiar en este filme. La presencia de su director, Kim Jee-woon, un buen conocido en el Zinemaldia que ya estuvo a concurso hace ocho años justos con I Saw the Devil, era una de ellas. Aquel experimento terrible y desolador sobre los mecanismos de la venganza y la violencia que se fue con más pena que gloria, pese a su notable interés, ratificó lo que ya se sabía, que Kim Jee-woon es uno de los mejores exponentes de ese cine coreano que ahora se pasea por medio mundo insuflando energía y emoción a unas carteleras que oscilan entre el ensimismamiento y la rutina, y que los jurados en Donostia se quedan siempre cortos.

Kim Jee-woon se ha movido en el cine de acción y el terror. En formatos populares, habitualmente ninguneados por los eventos festivaleros, y muy cerca del hacer de otro grande del cine de Corea del Sur, Park Chan-wook. Como él, Jee-woon también ha sido tentado por el mercado norteamericano. Pero en este caso, Illang. La brigada del lobo -como aconteció con Okja de Bong Joon-ho- ha sido concebido para ser carne de plataforma televisiva, mercancía de cambio y renombre de Netflix. De manera que, poder contemplar en Donostia en formato de gala lo que ha sido engendrado para ser visto a domicilio era y es una oportunidad excepcional.

La segunda buena razón residía en su guión, una historia emanada de uno de esos animes de culto y leyenda: Jin-Roh (2000), de Hiroyuki Okiura. Su aureola no alcanza el eco mítico de títulos como Akira y Ghost in the Shell, pero se les aproxima mucho. De hecho, su alma argumental fue creada por Mamoru Oshii y, aunque Oshii cedió la vara del mando a uno de sus lugartenientes, Jin-Roh es puro Oshii. En consecuencia a Oshii le rinde Kim Jee-woon evidente pleitesía.

El diseño de los lobos de esta manada policial en una trama futurista de terrorismo e intriga, fue definida por Oshii hace dos décadas. Con ellos, brillantemente plasmados en la pantalla, Jee-woon y sus guionistas hacen lo contrario de quienes adaptaron Ghost in the Shell al servicio de Scarlett Johanson, leer con detenimiento y respeto la obra original.

Esto es, la película de Jee-woon readapta el contexto de la obra original a la eterna disyuntiva de esa Corea dividida que siempre se pregunta por su reunificación. En un contexto cercano, el filme de Jee-woon digiere perfectamente la visión de Oshii sobre la corrupción del poder y la indefensión del ser humano. Hay una cierta misantropía en esa lectura; como también hay un deseo de dinamitar el peso del estado y una profunda anemia emocional que trunca toda posibilidad de relación romántica.

Con esa lección bien aprendida, La brigada del lobo resulta espectacular. Durante muchos minutos, incluidos los guiños a Robocop, la película obliga al público a refugiarse en el fondo de sus butacas. Tampoco resuelve mal esa trama inspirada en Caperucita Roja y en la manipulación de los cuentos, en los primigenios, allí donde los colmillos no muestran piedad y desgarran a sus víctimas sin remedio.

Si la dirección ha sido inteligente y el guión ha nacido con el ADN de uno de los mejores animes de la historia, ¿qué falla en La brigada del lobo? La inevitable querencia del cine coreano por el melodrama y el final interminable. Un encadenado de despedidas tratan de dar salida a lo que ya ha acabado muchos minutos antes de que se enciendan las luces. Pese a ello, y pese a que a Kim Jee-woon le ocurre como a Mamoru Oshii, que titubea cuando de la acción pasa a la emoción, es decir la zona sentimental no estremece, el filme resulta impactante, pletórico y un buen homenaje a esa pieza inolvidable titulada Jin-Roh. Pero estas son razones que los jurados de festivales como el Zinemaldia ni conocen ni les importa.