festival after cage

Ensemble E7.2.: Rosa San Martín, Antonio Jiménez, Ander tellería, Alessandro Rombolá, Salva Tarazona, María Graciela Armendáriz, Jesús Prados. Dirección: Carolina Cerezo. Programa: Obras de Carolina Cerezo. Juan José Eslava. John Cage (HarmoníeII). Louis Aguirre. Lugar: Teatro Gayarre. Fecha: 16 de octubre de 2018. Público: un centenar (10 euros).

¿A quién le interesan diez minutos más de música, digamos, “convencional”, después de la cantidad de horas magistrales ya compuestas? Se pregunta el compositor Louis Aguirre, artista invitado de la última sesión del festival After Cage. Por eso, el compositor cubano toma el arco de un instrumento de cuerda, y busca cualquier superficie o artilugio donde frotarlo, tratando de inventar sonidos que creen atmósferas extraordinarias, estéticamente sugerentes, o intencionadamente incisivas, donde se enmarque la voz de la soprano, o los timbres extremos del acordeón, la flauta, el violín o el trombón de varas. Y, a fe, que lo consigue. Su Mallarmé Fragments, es una obra con siete canciones, donde la voz de la soprano -tratada, en algunos tramos, con agudos muy extremos- mece unas vocalizaciones -muy bien hechas- en un ambiente de sonidos que están extraídos de roces imposibles, de sorpresivos arrebatos de percusión -excelente percusionista-, e, incluso, de la armónica de cristal. Comienza el ciclo con una sutil y delicada voz, cuyo fraseo abunda en glissandi, y a la que la percusión sobre tablas da un matiz oriental. La segunda, aporta sonidos novedosos en los instrumentos del ensemble -flauta grave, violín, frotamientos diversos?-. Crean un ambiente misterioso. En la tercera, la fricción pasa a los metales, todo se radicaliza en sonoridad, la voz también se mete en esa atmósfera, con agudos limpísimos. Es un poco más radical, pero coherente; todo queda bien atado en la tímbrica creada. La cuarta descansa en cierta calma y misterio. Lenta. La soprano más en la zona media. El ambiente es de ultratumba, sale el trombón. En contraste, la quinta, rompe con una estremecedora percusión. La sexta es una preciosa y lírica Ave María: el acordeón hace un acompañamiento delicioso, orquestal, que ayuda al fraseo de la soprano, quien, no obstante, se mantiene en una línea de canto lejana a un romanticismo, que, parece, pedir la melodía; quizás el compositor la quiera así -un poco fría-, o simplemente, la voz está más en la vocalización contemporánea. La última se mueve en el compás liso y ambiguo del sonido de la armónica de cristal: es una atmósfera tenida, espiritual, fluctuante, con un final muy agudo para la soprano, que debe colocar sus notas, ya, en otra dimensión superior. Es una partitura más bien de calma; quizás, salvo algún pronto, de poco contraste, para la fama de “enfant terrible” que tiene este compositor, pero muy bella, reflexiva, etérea -al fondo algo Debussy-. Dejemos que lo diga Mallarmé: “?es en la línea tersa del horizonte puro / el hálito visible y artificial, el vuelo / con que la inspiración ha conquistado el cielo?” (La siesta de un Fauno. Traducc. Otto de Greiff).

El concierto se abrió con Una concavidad de silencio de Carolina Cerezo, una obra de compleja interpretación por la situación espacial de los instrumentos -separados en la sala-, dando sensación de in-asimiento. Y siguió Sin horizonte, de J.J. Eslava, para acordeón mesotómica (distinta afinación), que define como de pérdida de energía. Soberbia interpretación de Ander Tellería. Muy agradable el recuerdo a Cage.