Lo de Marina Anaya es, sin duda, un compromiso firme con la felicidad. Lo sabe cualquiera que haya seguido un poco de cerca su trayectoria y lo notará todo aquel que visite su exposición Lo intangible, que acoge estos días, y hasta el 28 de enero, la Galería Ormolú. Y es que sus cuadros son, precisamente, un reflejo de todas aquellas sensaciones y emociones intangibles que nos aportan felicidad, “porque también se puede estar comprometido con lo bonito de la vida”.

Adentrarse en la obra de Marina Anaya (Palencia, 1972) es como beber un trago de optimismo. Los colores cálidos, las formas curvas y las figuras humanas que se abrazan y besan en casi cada pieza de la exposición transportan a cualquiera a un completo estado de paz. A los trabajos pictóricos se suman, en esta ocasión, otras disciplinas, como los grabados, planchas de latón y collages. Y aunque pueda parecer dispar, la inspiración y los motivos de donde surgen todas las piezas de la artista son los mismos para unas obras y para otras. “El optimismo, reflejar la parte feliz de la vida o el amor son el motor de todos mis trabajos, sean de la disciplina que sean”, dice Anaya, para quien “estos son aspectos intangibles pero están ahí y son muy importantes”.

Si en anteriores series la artista se había centrado en temáticas como el viento o el verano, esta última es, sin duda, una verdadera oda al amor. “Al amor pero también a la ternura... A esa parte bonita, optimista y, sobre todo, amorosa de la vida”, subraya, para considerar que aunque en general toda su obra refleja esa especie de alabanza del amor, “esta exposición sí se centra especialmente en este tema”. Y es que a esta artista nunca le ha interesado reflejar a través de su trabajo momentos duros o difíciles que ella, al igual que todo el mundo, ha vivido alguna vez. “Hasta en los peores momentos, en los más difíciles y en los procesos más duros hay una parte de luz y de optimismo; siempre vendrá alguien que te abrace o que te bese, que te recompense con cariño todo el sufrimiento que has tenido”, opina.

Quizás por eso sea que los abrazos y los besos sean tan recurrentes en su obra. “La pareja es una representación del amor muy clara que todos entendemos y a todos nos llega, y la repito constantemente porque envía un mensaje muy claro, además de que estéticamente los abrazos, los brazos envolventes o los cuerpos que se juntan me parecen muy bonitos”, sostiene. Pero también aparecen otros elementos que nos transportan a un espacio natural. “Los pájaros son símbolo de libertad, de movimiento... y me gusta mucho incluirlos; también las plantas o los árboles como símbolo de estar vivo, de estar creciendo; me recuerdan a un amor cuando está floreciendo o al instante de abrazar a alguien, donde crece ese algo alrededor”, añade.

capas para reflejarlo todo Anaya es una fiel amante de las capas y eso se nota. Sus pinturas comienzan con fondos abstractos que la artista pinta con los colores que ha pensado para el dibujo y, después, va tapando el fondo hasta conseguir el efecto deseado. “En otras disciplinas es más difícil trabajar por capas pero casi siempre lo intento porque me gusta mucho que en la capa final, es decir, en la obra definitiva, se vean partes de procesos anteriores -cuenta-. Me parece que tiene una simbología muy indirecta con la vida, porque eso somos nosotros, el compendio de muchas cosas que nos van pasando a lo largo de nuestra vida y de todas nos queda un poquito; algunas se ven más y otras menos”. Esto, trasladado a los cuadros, hace que la capa superior de las pinturas de Anaya refleje un conjunto de partes por las que ha pasado esa pieza en concreto, algo que la artista considera “muy enriquecedor” porque, entre otras razones, “los cuadros adquieren un lenguaje propio”.

Un lenguaje que Anaya domina por completo y en el que seguirá trabajando con la intención de volver, en un futuro, a esta ciudad. “Con lo bien que se come por esas tierras, no me lo pienso”, bromea.