pamplona - Aunque se han dado ciertos avances, la cultura en general, y la literatura en particular, es un mundo en el que todavía domina el discurso masculino. Así lo afirma la escritora Laura Freixas, especialista en el papel de las mujeres en la cultura, que entre ayer y hoy imparte el taller Literatura y mujer en Civican, en el que desgrana los motivos de la poca visibilidad de las escritoras, las dificultades materiales ante las que se encuentran o la hostilidad existente hoy en día hacia la mujer culta.

En el cartel que anuncia el taller que ahora imparte, se afirma que “las mujeres han escrito poco, pero más de lo que se cree”. ¿Por qué ese desconocimiento?

-Porque una de las características de la cultura patriarcal consiste en invisibilizar a las mujeres y sus obras. La educación que recibimos nos oculta nuestra historia. Esto lo ha mostrado muy bien Gerda Lerner, una autora americana que tiene dos libros buenísimos: La creación del patriarcado y La creación de una conciencia feminista. En ellos, coge el ejemplo de la crítica bíblica feminista y muestra cómo a lo largo de mil años muchas mujeres, teólogas o no, han hecho comentarios de la Biblia en los cuales se dicen las mismas cosas porque no sabían que otras las habían dicho antes. Por eso nos cuesta tanto avanzar y cada generación de feministas se cree la primera, porque no conocemos a nuestras antepasadas.

¿Por qué sigue reinando esta invisibilidad hacia las mujeres y, concretamente, hacia las escritoras?

-Porque el poder lo tienen los hombres, también en el ámbito cultural. Quienes hacen los programas de literatura, dirigen los departamentos o son catedráticos son hombres. No estoy diciendo que lo hagan de forma consciente y deliberada, pero sí que hay una inercia y ellos no tienen las motivaciones personales para cuestionarla que sí tenemos las mujeres.

¿Sería justo afirmar que la cultura continúa teniendo problemas con la mujer?

-Sería más sencillo decir que la cultura sigue marginando, infravalorando e invisibilizando a las creadoras y que la autoría y la autoridad siguen siendo masculinas.

¿Quizás por esto a las editoriales les cuesta apostar por las escritoras?

-Efectivamente. Desde hace mucho tiempo se tiene la idea de que las mujeres publican mucho, pero más allá de modas pasajeras lo cierto es que la proporción de escritoras en los catálogos sigue siendo muy baja. Suelo invitar a la gente que pone esto en duda a que haga un experimento muy sencillo: que miren en la solapa de la derecha del libro que estén leyendo cuáles han sido los últimos títulos publicados. Salvo alguna excepción, lo más habitual es que nueve de cada diez sean de hombres.

Pero sí que se oyen nombres de autoras. Algunas encabezan las listas de novelas más vendidas...

-Es cierto, pero hay interés por las mujeres en la medida en que son rentables. En cambio, donde se las acepta menos y donde es mucho más difícil que accedan es en el ámbito del prestigio. En lo comercial se acepta que haya mujeres porque es rentable y no cuestiona las jerarquías. De hecho, se utiliza el éxito comercial de las mujeres para rebajarlas. La película El autor, de Manuel Martín Cuenca, es una ilustración muy buena de ese discurso en el que las escritoras venden más porque son muy malas y halagan los bajos instintos de sus lectoras, que naturalmente no tienen ningún gusto porque son mujeres. Y Todo eso son falacias. Lo primero, porque en las listas de los más vendidos hay tanto hombres como mujeres; lo segundo, porque se asocian los best-sellers con la mala literatura, cuando la calidad y el éxito comercial no están ni en proporción directa ni inversa, y con ello se desacredita el trabajo de las escritoras.

Sobre estos y más tópicos ha hablado en alguno de sus libros y, por lo que dice, siguen vigentes.

-Siguen, aunque hay tópicos que han cambiado. Ya no existe el que afirma que las mujeres creadoras, artistas o escritoras son marimachos. Sí continúa el tópico que asocia a las mujeres con la degradación de la cultura, con la baja cultura. Según esta visión, las mujeres son malas escritoras, como hemos comentado, y los temas que tratan, como la maternidad, no son universales, sino de mujeres. Al parecer, una experiencia totalmente masculina como lo es el ejercicio militar sí nos representa a todos y a todas, aunque nosotras no hayamos pisado nunca un cuartel. En cambio, la maternidad, que afecta mucho más a todo el mundo, se considera cosa de mujeres. Esta es la idea fundamental del patriarcado, confunde lo masculino con lo humano, toma por humano lo que es solo masculino y excluye a las mujeres de esta ecuación.

Virginia Woolf afirmaba que bien poco se sabía de las mujeres. Quizás, porque siempre habían sido descritas por los hombres...

-Totalmente. De las mujeres sabemos muy poco, aunque cueste creerlo; y cuesta creerlo porque no nos hemos parado a pensar en ello. Por ejemplo, ¿qué sabemos sobre cómo las mujeres han vivido la maternidad, el deseo o rechazo por ser madres? ¿O qué sabemos del parto? Sobre cómo los hombres han vivido la guerra sí sabemos muchísimo porque no paran de contarlo, pero de las experiencias de las mujeres, en cambio, sabemos poco o nada. También sabemos en qué consiste ser escritor en el siglo XX, pero ¿qué hay de las escritoras?

Nos falta la visión de la otra mitad...

-Nos falta la visión de la otra mitad en todos los campos.

¿Qué opina del concepto literatura de mujeres?

-Hay una literatura de mujeres igual que hay una literatura de la Generación del 27. El hecho de compartir experiencias biográficas e históricas crea unos parámetros comunes, una base a partir de la cual se despliegan, por supuesto, individualidades. En este sentido, también se puede hablar de una literatura de hombres, porque ellos comparten otras cosas. Nosotras compartimos una fuerte conciencia de pertenecer al género que pertenecemos y ellos comparten una inconsciencia del género al que pertenecen y una creencia en que sus experiencias son universales.

Para combatir esta realidad patriarcal de la que hablamos, ¿no debería ser la cultura la base sobre la que se cimentase la igualdad?

-Es una buena pregunta porque cuando se dice que la igualdad debe cimentarse en la educación, que a fin de cuentas es la transmisión de la cultura, habría que preguntarse de qué educación hablamos y con qué contenidos. Porque si la educación transmite cultura y la cultura que transmite es una cultura patriarcal, no estamos avanzando.

El otro día la actriz Carmen Maura decía en una entrevista que “debemos relajarnos un poco con los derechos de la mujer” porque “se ha conseguido muchísimo”. ¿No se le erizan los pelos?

-Que se me erizan sería quedarse corto. Es como decir que debemos relajarnos en las reclamaciones que hacemos sobre el estado del bienestar porque en Pakistán están mucho peor.

En una de sus visitas a Pamplona dijo: “La igualdad ni está ni se la espera”. ¿Sigue pensando de la misma manera?

-Hay una cosa en la que hemos avanzado en los últimos veinte años, y es en la conciencia de que no hay igualdad y que esta desigualdad no es normal, no es natural y no es positiva. Cuando yo empecé a darme cuenta de que no había mujeres por ninguna parte, ni en la RAE, ni en exposiciones, ni en congresos, me sentía muy sola, parecía que nadie se daba cuenta y que a todos les parecía algo normal. Ahora me encuentro constantemente con jornadas, reportajes o distintas expresiones que analizan el tema. Hemos empezado a ser conscientes y eso es gracias a la acción de asociaciones que se han fundado en los últimos diez o veinte años, como la Asociación de Mujeres Investigadores y Tecnólogas, la Asociación de Mujeres Periodistas, la de Mujeres de Artes Visuales, la de Cineastas o la nuestra, Clásicas y Modernas.