Es un acierto introducir la danza en los extraordinarios conciertos didácticos que organiza la Sinfónica de Navarra. A la lujosa iniciativa, -porque es un lujo contar con una orquesta en directo-, de ofrecer a la chiquillería el funcionamiento y sonido de los instrumentos orquestales, y de introducirlos en el mágico mundo al que nos lleva la música, la danza aporta otro elemento visual, y mantiene a los críos mucho más pendientes de la escena. En el caso que nos ocupa, además, da cuerpo a la narración del mito griego del origen de las estaciones. Ana Hernández, que oficia muy bien de introductora de la sesión, y, posteriormente, de narradora, y que interactúa con la gente menuda, captando enseguida su atención; desarrolla la historia basada en el Himno homérico a Deméter, que cuenta la desesperada búsqueda que esta diosa maternal de la Tierra hace para dar con su hija Perséfone, raptada por Hades, el dios del infierno. Toda narración mitológica es un tanto enrevesada, pero, bueno, queda claro que Perséfone es devuelta a su madre, que da paso a las estaciones del año, y que tampoco allá abajo se estaba tan mal, porque debe volver cuatro meses al abismo, y baila un hermoso paso a dos con su raptor. Para todo este libreto, Ignacio García-Vidal, el titular del podio, elige la preciosa música de Las Estaciones de Glazunov. Y Andrés Beraza, con su escuela de danza de Estella, presenta una coreografía muy bien hecha, de una estética vaporosa, muy a lo Botticelli, para entendernos; que enseguida identificamos con guirnaldas griegas; pero que, además, tiene el contrapunto de la potente figura del propio coreógrafo en el doble rol de Zeus y el enamorado infernal. Las ocho bailarinas del cuerpo de baile cuadran muy bien la simetría, con una danza delicada, suelta, bien acentuada por un vestuario apropiado; con detalle, al final, de puntas en alguna bailarina, que siempre son bien recibidas. La coreografía resulta atractiva y luminosa, con detalles como el introducir el coro del teatro griego, o la simulación del agua con una simple, pero eficaz, cubierta de plástico volátil. Los pasos a dos cumplen con giros y elevaciones bien hechas; e introduce simetrías más contemporáneas que no rehúsan el suelo. Beraza se mantiene en forma, y contrasta su figura con la delicadeza de la bailarina solista. La verdad es que el público respondió muy bien a la propuesta, y aplaudió finales de sección del ballet, como la de la representación del agua, o la del lucido baile del Vals. Incluso me atrevería a decir que algunos momentos -como por ejemplo el allegro después de que la narradora propone el cortejo- pedían más danza. La orquesta ofreció una versión trabajada y hermosa, que aupó y envolvió a todo el ballet, tomando un tempo totalmente apropiado para los bailarines. La ovación final fue entusiasta y cerrada para todos. El aporte de la danza es muy exitoso. Y, como se ve, hay escuelas, también en la periferia, no solo en la capital, para seguir con la iniciativa.