pamplona - El 8 de junio de 1901 dos mujeres, Elisa y Marcela, se casaron en la iglesia de San Xurxo en A Coruña. Para conseguir engañar al cura y hacer oficial su amor, Elisa se transformó en Mario. La boda y posteriores sucesos que rodearon su peripecia convirtieron a la pareja en el primer matrimonio lésbico del que existe constancia en el Estado. Y seguramente sin quererlo, en símbolo del desafío a las reglas del binomio de género y de la defensa de los derechos de las parejas lésbicas. La compañía gallega A Panadaría, nacida en 2013 con el compromiso y la mirada feminista como señas de identidad, ha recibido numerosos premios por la forma en la que ha narrado esta historia de amor a contratiempo.

¿Cómo surgió la idea de montar esta obra de teatro?

-Elisa y Marcela cuenta una historia real que sucedió en Galicia y que conocíamos a través del libro que publicó Narciso de Miguel, pero nada más. Y recuerdo que, en una conversación espontánea, Gema Baamonde, que nos ha dirigido en esta ocasión, comentó que le parecía raro que aun no se hubiera llevado al teatro. En ese momento surgieron miradas cómplices entre nosotras y decidimos contarla. Nuestra línea de trabajo tiene una perspectiva feminista y encajaba perfectamente en lo que queremos hacer como compañía.

La verdad es que es una historia extraordinaria.

-Lo es. Totalmente.

El montaje recibió apoyo institucional desde el principio, lo cual parece indicar que las instituciones están tratando de caminar al paso de la sociedad.

-El montaje es una coproducción con el Centro Dramático Galego, lo que fue un apoyo enorme en la creación del espectáculo, pero para nosotras era muy importante ir a los ayuntamientos que tenían una vinculación directa con lo sucedido. Por eso fuimos al Ayuntamiento de A Coruña, porque la iglesia donde se casaron está allí, y también al de Umbría y al de Vimianzo. Queríamos que las instituciones tomasen partido porque nos parecía que era importante contar esta historia.

¿Cómo contar una historia de principios del siglo XX a la manera sencilla de A Panadaría?

-Obviamente, hay mil maneras de contarla. Nosotras hemos optado por tender un puente entre la época en la que vivieron Elisa y Marcela y la actualidad. Traemos al presente muchas de las cosas que en su momento ellas reivindicaron a su manera. Por ejemplo, tenemos una canción en la que presentamos la taxonomía del macho y hacemos crítica y humor desde ahí. Y también jugamos a hacer un falso documental.

¿A qué se refiere?

-Casi toda la documentación que nos ha llegado es a través de la prensa de la época. Prensa absolutamente sensacionalista que era capaz de publicar lo que decían que eran fragmentos de conversaciones entre ellas en el ámbito privado. Y lo hacemos para poner un punto crítico sobre toda esa información que se difundió. Hay un momento de la obra en que hasta los objetos hablan sobre ellas. Nosotras siempre trabajamos desde la comedia porque creemos que a través del humor podemos tratar temas muy serios.

Y llegar más fácilmente al público.

-Sí. Gema Baamonde dice que el humor es un trabajo de acupuntura, porque tú vas preparando el terreno y cuando la gente se ha relajado y está distendida, clavas la agujita y metes una crítica o haces pensar en algo, que, al fin y al cabo, es lo que queremos con el teatro.

Además del humor, A Panadaría apuesta por jugar con distintos códigos teatrales.

-Para nosotras, hacer teatro es como jugar. Y, muchas veces, ese juego conlleva romper la ficción, entrar en la realidad, volver a la ficción e implicar al público, que también juega con nosotras.

En el montaje están tres actrices, pero muchos personajes.

-Están Elisa y Marcela, claro, pero también aparecen varios conductores de transportes. Ellas se fueron trasladando y los medios que usaron nos ayudaban a contar la historia. Salen una diligencia, varios trenes... Además, también aparecen personas que se van encontrando por el camino.

¿Qué puede contarme de la música?

-La música que usamos en A Panadaría siempre es vocal. Hasta el momento no hemos usado instrumentos y la hacemos toda en directo, con nuestras voces y con percusión corporal. Igual que el resto del montaje, la música también salió de improvisaciones. Nada existe hasta que vamos a escena y probamos cosas y surgen ideas. Este es el primer espectáculo en el que hemos tenido dirección, pero Gema respetó mucho nuestra manera de trabajar, que siempre parte de la creación colectiva.

La obra ha tenido una excelente respuesta en cuanto a crítica y público, pero también en premios. ¿Esperaban semejante repercusión?

-La verdad es que ha sido genial, no esperábamos esta respuesta en absoluto y nos la tomamos como una señal de que vamos bien y de que podemos seguir trabajando en la misma línea. En particular, agradecimos mucho premios como el del Colectivo Alas, o el Premio de Igualdad, porque vemos que es necesario contar estas historias desde una perspectiva feminista.

¿Qué papel puede jugar el teatro en la defensa de derechos?

-Una de las cosas más importantes para nosotras es poner en escena otras historias de amor. Porque ¿qué referentes existen de historias que no sean heteronormativas? Pues casi ninguna. Simplemente mostrar que dos mujeres se pueden amar, se pueden dar besos y tener sexo ya es mucho. Se trata de normalizar una situación. Hay gente que obviamente se va adaptando, pero también hay personas que dan palizas a hombres y a mujeres que caminan por la calle agarrados/as de la mano. Por eso hace falta representar estas historias y que no se genere un escándalo.

¿Qué dirían hoy en día Elisa y Marcela sabiendo que hay un libro, una obra de teatro y una película sobre su historia?

-(Ríe) Alucinarían. Ni se imaginarían que su historia ha llegado hasta aquí y que son referente para muchas personas. Al fin y al cabo, ellas solo deseaban vivir la vida como querían. Todo lo que hicieron fue por amor.

¿Y qué han aprendido haciendo este trabajo?

-Aprendimos a visibilizar más y mejor al colectivo lésbico, tratando, desde nuestra humilde posición, de cambiar algo; de abrir un poco las mentes.