donostia - Después de haber dirigido su adaptación al teatro, Fernando Bernués ha hecho lo propio con la cinta basada en la novela de Bernardo Atxaga, que este viernes inaugurará la Semana de Cine y Derechos Humanos de Donostia y que se estrenará en las salas comerciales el 12 de abril. Antes de llegar a la capital guipuzcoana, el filme, protagonizado, entre otros, por Aitor Beltran (David o “el hijo del acordeonista”), Iñaki Rikarte (Joseba), Eneko Sagardoy (Lubis), Mireia Gabilondo (Carmen) y Joseba Apaolaza (Ángel), pasó por el Festival de Cine Latinoamericano de Huelva en noviembre 2018 y por el Festival de Cine Español de Nantes el pasado fin de semana.

Presentan la versión cinematográfica de Soinujolearen semea, de la que usted ya dirigió una versión teatral. ¿Hablamos de una adaptación de esa obra de teatro o de una nueva visión sobre la novela de Atxaga?

-Siempre explico que no pude hacer la versión cinematográfica y por eso hice la versión teatral. La sugerencia de la obra de teatro vino de Andoni Olivares, del Arriaga. Lo primero que pensé fue, Pero qué dices, El hijo del acordeonista es complicadísima de adaptar”. Eso nos obligó a afrontar un primer trabajo para destilar la narrativa troncal de la novela, porque es muy ramificada, tiene muchas vías. Narrativamente la película es más rica que la versión teatral, tiene más personajes y otras pequeñas tramas; pero, como digo, con anterioridad ya habíamos destilado el río vertebral de la historia.

No tienen nada que ver el código del teatro y el del cine.

-En el teatro hay que trabajar desde una sugerencia mucho más poética, insinuar las cosas más que darles realismo. Es la misma historia con otra gramática.

La primera vez que intentó adaptar la novela al cine no pudo hacerlo porque los derechos estaban comprometidos.

-Pasaron los años y aquella película no salía. Volví a hablar con Atxaga y me dijo que no habían podido levantar la producción que esperaban; era una producción americana muy ambiciosa. Me dijo que el plazo de los derechos había vencido y que estaban libres de nuevo. Hubo esa suerte y yo lo sentí como cerrar un círculo con esta historia.

¿Qué le interesó de ella?

-No sé si es una historia que yo persigo, es ella la que me persigue a mí o nos perseguimos los dos. Soinujolearen semea relata muy bien todo el tránsito de la segunda mitad del siglo pasado. Los conflictos con los que se encontraron los jóvenes en aquel momento, qué dilemas, qué decisiones tuvieron que tomar, qué daño hicieron tanto en sus contextos sociales como familiares, el daño que infligieron y el daño que se infligieron. La novela relata todo eso desde dentro, desde una historia de amistad, toda la situación de violencia que se vivió en la segunda mitad del siglo pasado.

¿Puede considerarse una cuestión universal?

-La historia de Atxaga se vértebra mediante dos amigos de la infancia que sufren un distanciamiento y un silencio de 20 años después de su paso por ETA; un silencio que puede ser metafórico de otros muchos silencios. Más allá del contexto inmediato de los protagonistas, sí que creo que es una cuestión universal. Habla de una generación que nació una década antes que yo. Pero me parecía que el perfume de lo que yo había vivido en la infancia y en mi juventud estaba contado de una manera hermosa a través de algo que para mí es muy importante: la amistad. Echando la mirada atrás me doy cuenta que en mi vida he afrontado muchos materiales donde la amistad era un elemento esencial, como en las obras El pianista del océano o Paradero desconocido. El concepto de la amistad es una de las grandes pérdidas a la que estamos abocados. Creo que los tiempos actuales de rentabilidad y falta de tiempo hacen que estemos perdiendo esos espacios de relación de verdad, de confianza, de contraste, de confrontación y también de saber que hay alguien que es incondicional para ti. Hay que tener una actitud casi casi subversiva en estos momentos para rebelarse contra esa pérdida de ese espacio, que salva más vidas que la psicología.

La historia de Atxaga habla de la amistad; también de los secretos. Todo ello con el telón de fondo de ETA, pese a que nunca llega a ser la cuestión principal del relato.

-Como decía, es una novela sobre dos amigos que acaban militando en ETA por razones muy distintas; uno por ideología y otro por cuestiones más emocionales o contradictorias. Tras la amnistía del 76 se separan sus vidas y se distancian por un motivo. Pero no es una novela ni sobre los comienzos de ETA, sino sobre dos amigos que nacieron en esa época.

Hablamos de una novela de casi 500 páginas, compleja en su estructura y con mucho mundo interior.

-Es complejo condensar la historia en una película de hora y media. Dentro de Soinujolearen semea hay otra pequeña novela, que es una delicia, que cuenta la historia del primer americano de Obaba, que en la cinta resumimos en una conversación de tres minutos entre el protagonista David y su tío Juan (Alberto Berzal). Aun y todo, creo que la novela está contada y creo que Atxaga está satisfecho con el resultado; reconoce plenamente la novela en la película; también el tratamiento de los personajes y la manera en la que se relacionan. La película está contada desde dentro de la historia, no hay una mirada externa. Cuando Atxaga vio el primer montaje, sin música, me escribió que tuvo sensaciones muy bellas y que los personajes no podían haber sido de otra manera, es como si siempre hubieran sido así. Vino una vez al rodaje en Ultzama y hubo un momento muy bonito en el que dijo: “No sabéis cómo es la sensación de que algo se haga carne”.

Atxaga también ha aportado al guion.

-Su implicación está siendo muy generosa. Le íbamos pasando las versiones y él hacía pequeños comentarios. Hay unas pequeñas cuestiones que en la novela no aparecen, pero sí en la película.

¿Por ejemplo?

-Pequeños detalles que añaden un contexto que está bien. La película parte de la lectura paralela de un manuscrito escrito por el protagonista, David; son su amigo Joseba y su mujer Mary Ann (Frida Palsson) quienes leen esas memorias. Eso en la novela no está. También hay otro momento al inicio de la cinta, cuando Joseba va a entrar por primera vez en el rancho de California en el que vive David para visitarlo porque está enfermo; Mary Ann le dice que su marido no sabe que fue ella quien le llamó para que le visitase. Son cuestiones que Atxaga evita en la novela, creo yo para evitar cualquier componente de buenismo en la actitud de Joseba.

Han pasado 16 años desde que se publicó la novela, es comprensible que la mirada del autor haya cambiado.

-Su propia mirada del mundo ha cambiado, como es normal. Pero siempre ha aportado desde una posición absolutamente respetuosa. Recuerdo que la primera vez que fue a leer un guion me dijo que el pacto que hacíamos era que los comentarios que él hiciese eran sugerencias que no tenían ningún valor en el caso de que no me interesasen.

No es lo mismo escribir Soinujolearen semea en 2003 con ETA en activo, que acercarse al conflicto desde la ficción en la actualidad.

-Es necesario e imprescindible que la ficción se acerque al conflicto. Lo que me gusta de Soinujolearen semea es esa textura llena de matices, sombras, claroscuros y realidades complicadas. Son un tipo de relatos que no hay que dar masticados, porque entonces estaríamos haciendo otra cosa, dando doctrinas. Es verdad que la novela de Atxaga llega hasta el siglo pasado, va del 1958 a 1998, más o menos. Hay muchos años por delante; la ficción es una obligación y una necesidad pero hay que hacerla desde la interioridad, desde la voluntad de penetrar mucho, en darse el tiempo y la dimensión de hacer tuyo un contexto. Todos los que hemos vivido esos años sabemos que nada es sencillo y que todo el mundo se ha visto abocado a situaciones, también emocionalmente, complicadas. A partir de ahí, ha habido decisiones muy cuestionables, complejas. No es un territorio en el que se pueda intervenir quirúrgicamente. Hay una metástasis sociológica de implicaciones políticas, emocionales y sociales, que hace que la mirada tenga que ser muy atenta.

¿El papel de Mary Ann funciona como reflejo del espectador que, quizá, no esté tan puesto en el conflicto vasco?

-Un poquito. No lo había pensado, pero es verdad que es una mirada que va acompañando la perspectiva del espectador. Va descubriendo con este los entresijos de la historia. Siempre hay cosas que no has pensado, pero que son así. Es verdad.

Ha vuelto con un habitual, Patxo Tellería, responsable de la adaptación al teatro.

-He trabajado mucho con Patxo, nos entendemos muy bien. Además, había ya un gran camino adelantado. Le hemos dado muchísimas vueltas al guion, no puedo decir cuántas versiones hemos ido destilando, pero la historia está contada.

Uno de los escenarios de Soinujolearen semea es California. ¿Llegaron a rodar allí?

-No. En general estoy contento, porque nadie dice que no cuele. El plan original era de nueve semanas de rodaje, una de ellas en California. Al final, se quedó en seis semanas y media. Algunas secuencias las hemos cambiado para que cuadrasen. Me hubiese encantado rodar en la estación de autobuses de San Francisco. No quiero destripar muchas cosas para no condicionar al público.

Tras Obaba, de Montxo Armendariz y Bi anai, de Imanol Rayo, Soinujolearen semea es la tercera película que se acerca al universo de Obaba. ¿Ha sido un reto?

-Cada una de las tres tiene un acercamiento distinto. He partido de mi Obaba y de Soinujolearen semea. He querido ser formalmente muy respetuoso con lo que se está contando; quería narrar la historia que estaba ahí, encarnarla y poner una cámara que fuese testigo de lo que estaba pasando. Esa ha sido mi actitud.

Me refería, más bien, al realismo mágico que inunda Obaba.

-Sí, tiene cierta intangibilidad. Algo asoma en la película.

Las mariposas.

-Es el elemento más perdurable de esa intangibilidad. He intentado estar muy pegado a la novela. Es cierto que hay algún cambio.

¿Cuál?

-Por ejemplo, toda la película es un gran flashback a partir de un momento que se inicia un año después del fin de la historia. En Nantes confesé que lo que abre la película, en el guion, era un posible final. No obstante, al montarla, dejarlo como en el guion, me parecía que era dulcificar la trama. Entonces, en vez de un final, lo planteé como un inicio.