pamplona - El autor, actor y director Alfonso Lara (Madrid, 1969) encarna a Zampanó en esta adaptación de Gerard Vázquez. Junto a él, Mar de Ulldemolins y Alberto Iglesias como Gelsomina y El Loco. Tres personajes que parecen condenados a su destino trágico. Todo comienza cuando una muchacha ingenua y tranquila es vendida por su madre a un forzudo de circo, bravucón y violento para que le ayude en su espectáculo ambulante. En el camino surge entre ellos un atisbo de amor que no consigue aflorar a causa del orgullo de él y la timidez de ella. Ambos comparten una profunda soledad y una vida de marginación, desarraigo y miseria, hasta que se encuentran con otro artista de circo que provocará los celos de Zampanó y con ello un tremendo desenlace. Una fábula que encaja en un mundo contemporáneo en el que crece el miedo al diferente. Mañana, a las 20.00 horas, en el Teatro Gayarre.
Viene el viernes al Gayarre, un teatro que conoce bien.
-Sí, sí, he estado unas cuantas veces, con Emilia, con Páncreas... Y siempre recuerdo la inclinación del escenario (ríe).
Hay que tenerlo en cuenta, claro.
-Sí. Para todas las obras, pero en particular para La Strada, sobre todo por el carromato de Zampanó.
¿Alguna vez pensó que iba a dar vida sobre las tablas a este personaje tan icónico?
-Pues no, la verdad es que nunca había pensado en eso, y me siento bastante afortunado, porque es un personaje icónico, pero en el mundo del cine. En teatro hay actores que pueden decir que han interpretado a Hamlet o Macbeth, pero no a Zampanó. Es un personaje original en el teatro y estoy encantado de hacerlo.
Creo que aceptó la oferta a la segunda.
-Antes del verano pasado me llamó Concha Busto, con la que había hecho Páncreas, y en ese momento yo estaba grabando la serie Señoras del (H)ampa y dirigiendo e interpretando una función mía y al principio le dije que no podía. Pero, precisamente estando en Roma, viendo el espacio de Fellini en Cinecittá, me volvió a llamar para volver a ofrecerme el proyecto, que empezaba a ensayarse en septiembre, y me lié la manta a la cabeza. Artísticamente ha sido una experiencia muy bonita, pero, claro, el último trimestre del año pasado fue duro al tener que compaginar las tres cosas. En esta profesión siempre se cumple la Ley de Murphy: o todo a la vez o nada.
Los que conocemos la película tenemos en la cabeza a Anthony Quinn dando vida a este personaje. ¿Ha querido alejarse de él o ni siquiera lo ha tenido en cuenta al crear a su Zampanó?
-En realidad, al ser una cosa cine y otra teatro, no puedes comparar mucho. La interpretación de Anthony Quinn me parece sublime, una maravilla. Me puedo poner La Strada y ver el final de Quinn cuarenta veces y cuarenta veces me voy a emocionar. Pero no me lo he tomado como un reto ni nada de eso; tampoco Mario (Gas) nos ha incentivado en ese sentido. Al revés. Son lenguajes distintos, yo soy Alfonso y él era Anthony... En todo caso, me lo he tomado como una inspiración, como un ser humano que se metió tan bien en el pellejo de Zampanó y supo transmitir ese salvajismo. No es un tipo malo, sino más bien una bestia, un animal del bosque que aprende la lección demasiado tarde.
¿Cómo ha sido el trabajo de Mario Gas?
-Él es un hombre de teatro total. Es actor, director, su familia procede del mundo del espectáculo. Y es un hombre muy felliniano en el sentido de que desborda imaginación, fantasía y le encantan el teatro y el circo. Por eso le va tan bien La Strada. En cuanto al proceso de trabajo, tiene las cosas claras, pero no es alguien que te machaca para conseguir un resultado. Te va dejando, dejando y si en algún momento tiene que corregirte, lo hace. En este caso, nos hemos arrojado con él al mundo del circo y ha sido un trabajo gozoso y bastante fácil. Me ha entendido muy bien. A nivel personal repetiría, espero a él le pase lo mismo (ríe).
El montaje se estrenó con Verónica Echegui en el papel de Gelsomina, pero luego la ha sustituido Mar Ulldemolins. ¿Cómo afectan estos cambios en un proyecto?
-Todos echamos de menos a Vero porque es una maravillosa actriz y persona. Además, yo ya con 50 años me dedico a esto no diría que solo como placer, porque hay que ganarse la vida, pero sí que el teatro es un reducto que me reservo para hacer proyectos en los que no solamente no sufras, sino que disfrutes. A estas alturas de mi vida no me integro en grupos humanos para atormentarme o ver cómo atormentan a otros. En este caso, trabajar con Vero fue estupendo y la entrada de Mar ha sido una oportunidad para revitalizar el montaje. Hay que estar pendiente de otra energía, de otra actriz con otra forma de expresarse, y eso nos agita y nos obliga a ponernos las pilas. Somos tres actores, Alberto Iglesias, Mar y yo y si no existiera armonía entre nosotros, pues mala cosa. Y lo mismo pasa con el resto del equipo que nos acompaña; si no trabajáramos como una familia, todos a una, pues no se podría hacer.
¿La obra de teatro también respira el espíritu felliniano de la película?
-Absolutamente. Hay una cosa que no es que se pierda, pero que no está en la adaptación de Gérard Vázquez. El teatro es el reino de la metáfora, donde el realismo no tiene protagonismo. Así que con toda la carga de denuncia social, de neorrealismo que tenía La Strada, con esos años tan duros en Italia, en España, en toda Europa y esos personajes miserables que se buscaban la vida es muy difícil recrearlo en teatro. Además, para qué. Tanto a Gerard como a Mario les interesa el conflicto de estos tres seres abandonados por la fortuna que intentan desesperadamente encontrarse y la mayoría de las veces se repelen. El misterio que representa Gelsomina es mucho más interesante y eso se mantiene en esta adaptación. Quien vea La Strada en el teatro va a reconocer La Strada del cine.
¿Por qué hacer La Strada hoy, en pleno siglo XXI en España?
-Todos los días nos cruzamos con estos personajes por la calle, no tenemos que ir a ninguna feria ni a ningún circo para verlos. Bestias como Zampanó, que entienden la lección demasiado tarde y que hacen uso de una mujer como si fuese un objeto están ahí. Gelsomina sigue siendo un enigma. Este personaje plantea por qué la inocencia o la pureza se pueden confundir con locura; por qué no ocupan un lugar más preponderante en el mundo; por qué la ira domina todo... Hay personajes de no hace tantos años, como el que interpreta Emily Watson en Rompiendo las olas, que es un poco Gelsomina también. Estos personajes son arquetipos en los que nos podemos reconocer. Uno de los méritos de La Strada es que coge a unos personajes del camino y hace que el público se pregunte en qué se parece y en qué no a ellos. El teatro siempre permite que nos pongamos en el lugar del otro, y eso siempre es muy necesario. La Strada conecta con nosotros a través del sueño, de la magia y de la poesía para contarnos una historia desgraciadamente muy triste.
Strada es la calle, el camino, que durante mucho tiempo fue el lugar de los cómicos, pero que en definitiva es el de todos nosotros.
-Exacto. Ese camino es el que todos tenemos que recorrer y que tiene un final que no sabemos cuándo será. En este caso, es el camino de los cómicos de un circo, que es un espectáculo mestizo que sería muy interesante recuperar en estos tiempos en los que se levantan muros y fronteras y se mira mal a los diferentes, como si nos fueran a arrebatar algo, no se sabe muy bien qué.
Mario Gas ha comentado que esta puesta en escena es felliniana, pero también beckettiana.
-Realmente, el libreto de La Strada tiene muy pocos diálogos, así que es una obra de mucha atmósfera, de mucho silencio. Es muy bonito que el espectador complete el diálogo y que este no se establezca solo con palabras, sino también con emociones. Además, ha planteado un principio y un final del espectáculo con tres clowns que tienen un aire absolutamente beckettiano. Al trasladarla al teatro, La Strada pierde ese neorrealismo y se llena de un ambiente que puede recordar más a Beckett, a un teatro más existencialista.
¿Sigue compaginando ahora teatro y televisión?
-No. Creo que Señoras del (h)ampa la van emitir ya y precisamente ayer me dijeron que posiblemente hagamos una segunda temporada a partir de septiembre, lo cual es fantástico. Hasta hace poco estaba con El maestro Juan Martínez, que es una obra mía que también interpreto, pero no tiene más bolos de momento, y después de las funciones de Pamplona y Logroño paramos con La Strada hasta la temporada de otoño.
Está bien poder trabajar en los distintos medios.
-Sí, pero en su justa medida, o al menos yo ya lo veo ya así. No me gustaría verme en otoño con tres cosas a la vez porque es muy cansado, pero sobre todo porque el resultado se puede resentir y eso es algo que no quiero. Toda mi vida he compaginado la televisión con el teatro porque el teatro es muy higiénico. Te limpia de las prisas de la televisión, te permite hacer las cosas en otros tiempos. Al fin y al cabo, la televisión es el reino de la publicidad y a mí me encanta mi personaje de Vicente en Señoras del (h)ampa, pero mi casa es el teatro.