uno de los grandes filones televisivos que explotan los programadores es el de exprimir las emociones, empatías y explosiones jubilares o frustrantes del devenir de los seres humanos convertidos en marionetas de la tele. Los astutos abejorros ejecutivos se lanzan en picado hacia el panal de emociones, en cuanto huelen historias que ponen al descubierto heridas del tiempo pasado o avatares varios de las azacaneadas vidas del personal.

Descubrir los ángulos oscuros de las vidas de los personajes es pasión que arrebata a quienes dirigen las teles, públicas y privadas, en un ejercicio que descubre dolorosos desgarrones de los personajes que se someten al ejercicio de contar ante las cámaras pasajes escabrosos del existir.

Pero la explotación de las emociones en la tele, no tiene solamente los escaparates de telerrealidad, la más miserable forma de telebasura, también lo positivo de un testimonio, de un vivir, forma parte de este ejercicio de explotar emoción, empatía con los seres humanos convertidos en pasajeros de la felicidad por unos momentos de tele.

El caso de La Voz Senior es ejemplo paradigmático de emoción sostenida y canora en un concurso que enfrenta a viejitos/as ante las cámaras, como ocurre en el exitoso programa de tele, antes propiedad de Mediaset y hoy explotado por Atresmedia. Ver y escuchar a maduros cantantes cubanos, embobarse con el saxo y la personal voz de un concursante que a los ochenta años descubre el dulce sabor del éxito, o enternecerse con el cante de una sevillana acompañada de su hierático marido guitarrista, son materiales trabajados y preparados para la aceptación de las grandes audiencia. Artistas a punto de ser arrumbados por la vida nos hacen gozar y sentir el valor de los sueños cumplidos, aunque sea al borde de la vida.