P artiendo de la frase de Goethe: “Europa se hizo peregrinando a Compostela”; Alvaro Landa, el organista que hoy nos ocupa, ha preparado un programa, también, de peregrinaje musical: desde París a Santiago. Y el instrumento y lugar elegidos, son los más apropiados: Puente La Reina, cruce y convergencia de los caminos más importantes, y el pequeño, aunque muy original, magnífico y de potente sonido, órgano de San Pedro: un Ramón de Tarazona de 1762; que no tiene flautado como base de su sonoridad -por la poca altura del coro donde esta ubicado-, y cuya base armónica es la del violón. Es una verdadera joya sonora a la que, no sólo perdonamos su esporádico agreste sonido, sino que se lo agradecemos, porque va muy acorde con ese historicismo ambiental de cascos de caballos, sonoridades un poco acencerradas, pero al estilo del zampanzar, profundo, resonante, cavernoso, en los graves; y palaciego en las trompetas reales, descaradas y agudas. Landa se lució en el manejo de los registros, sacándole unos cromatismos inauditos, muy originales; pechando, además, con el diminuto teclado y sin los recursos de peladier. Disfrutar de sonidos tan únicos es un verdadero placer. Es cierto que el universo del órgano, tiene una sonoridad menos globalizada que el de las orquestas que, prácticamente, suenan todas igual, muy correctamente, pero sin grandes diferencias tímbricas. Cada órgano mantiene su personalidad en su enclave determinado; pero esto se acentúa en estos órganos históricos, artesanales de sonidos muy propios, que parecen guardar, aún, los ecos del tiempo en que fueron hechos. El órgano de San Pedro de Puente La Reina es tan original como ese cuadro que representa la Trinidad, sin paloma, y con las Tres Personas con la misma cara, atribuido al mejicano Miguel Cabrera, en un retablo lateral.

Comienza el recorrido en París, con los franceses Couperin, tío y sobrino, Louis y François, con un registro muy incisivo en el primero -una chacona grandiosa que llena el espacio-, y el Kyrie de François, más recogido, pero, también, brillante. De L. Marchand, de Lyon, unos temas muy solemnes. Ya en España, de J. Ximenez (Tudela ca. 1600), cuatro meditaciones sobre el Pange Lingua, donde luce la trompetería, muy bien registrada, contrastando con los tramos de más sosiego. El registro bajo de I Tono de Aguilera de Herecia, nos ofrece lo que, quizás fue la cumbre de la tarde, por la soberbia exhibición del organista de la mano izquierda, con unos graves adornados y poderosos; contrastando, además con otras secciones, en registro más suave, donde se nota el soplido, tan humano, del instrumento. En el maestro Cabezón (tiento y diferencia), el ambiente es más elegante; bien tomado el tempo para que luzca, también, la trompetería, muy suelta, pero equilibrada. Y, para terminar, el himno al apóstol Santiago, de Soler Palmar, a cuya convocatoria de multitudes, responde el órgano con un registro lleno. Fuertes aplausos. De propina, una espléndida Batalla: más lucimiento para el órgano y el organista.