pamplona - La RAE define la reputación como la “opinión o consideración en que se tiene a alguien o a algo”. En otras palabras, se trata de un valor intangible, incontrolable y que, sin embargo, influye muy notoriamente en el desarrollo de una persona, una entidad e incluso una ciudad. ¿Pero cómo asociar este término a los museos? No parece tarea fácil. Una pregunta a la que procuró dar ayer respuesta Miguel Falomir, director del Museo del Prado y organizador, junto al Museo Universidad de Navarra y otras entidades, del primer Congreso Internacional sobre la Reputación de los Museos. En dos pinceladas, Falomir subrayó que “la reputación no es algo fijo, sino mutable” y que “a veces hay que arriesgar para conseguir una reputación” para hablar, concretamente, sobre la evolución de la pinacoteca que dirige en este último siglo, donde se ha llegado a convertir en “uno de los principales activos culturales de este país”.

Falomir, que comenzó confesando su condición de “no experto en reputación”, se permitió resaltar el buen prestigio que tiene el Museo del Prado a nivel internacional, donde, según un estudio realizado por Cees Van Riel, El Prado era el octavo museo, a nivel mundial, con mayor reputación; y en un estudio de TripAdvisor esta pinacoteca aparecía como el “quinto mejor museo del mundo”. “Estos indicadores nos sugieren que las cosas no se están haciendo mal”, se enorgulleció. A la hora de entrar en materia y reflexionar sobre la reputación de los museos, Falomir, historiador de profesión, admitió que lo primero que le vino a la cabeza fueron las instrucciones que Carlos V le dio a su hijo Felipe II en Palamós (1543), quien dijo: “El peligro que en él pasó por la honra y reputación es que voy a cosa tan incierta que no sé qué fruto se seguirá de él, porque el tiempo está muy adelante y el dinero poco y el enemigo avisado y apercibido”.

Lo cierto es que cuando Carlos V hablaba sobre reputación “no lo hacía solamente referido a valores morales y abstractos”, subrayó Falomir, que continuó: “Cualquier príncipe del Renacimiento sabía perfectamente que la reputación tenía una plasmación práctica”. Y destacó también una frase de Maquiavelo, que decía que “si alguien tiene buena reputación difícil se conjura contra él”. Un par de claves que, sostuvo, están hoy también a la orden del día, a pesar de que “el uso de este término haya sufrido sus altos y bajos”.

años críticos para el prado El director del Museo del Prado, que centró su discurso en las luces y sombras de esta institución en el último siglo, afirmó que “el hecho de que El Prado ha sido siempre uno de los activos culturales de este país es algo conocido de sobra” y añadió que desde el momento en que abrió sus puertas, allá por 1819, “cualquiera que visitase Madrid dedicó sus páginas más elogiosas a este museo”. No obstante, también admitió que “El Prado, también desde sus inicios, ha sido objeto de críticas”. En este sentido, añadió que “ha habido momentos realmente duros para la reputación” de la pinacoteca y, sin duda, uno de ellos fue el siglo XIX, donde el museo fue “responsable” de una de las primeras fake news de la historia, cuando en 1891 un periodista, “cansado de criticar y de censurar los pocos recursos que destinaba el Gobierno al mantenimiento del Museo del Prado, publicó que había habido un incendio en su interior y que se habían quemado todas las obras maestras que este albergaba”. Esto, “al menos, sirvió para que cambiasen las cosas”.

No obstante, Falomir no se alejó tanto en el tiempo para hablar de “uno de los peores momentos de la historia de El Prado”. En la década de los años 90 del siglo pasado, “se sucedían en los titulares de la prensa nacional e internacional los continuos desastres en el museo”, dijo. Hubo un periódico, incluso, que llegó a titular “El Museo del Prado, el museo enfermo de Europa”. Estas noticias, “que reducían considerablemente la reputación de esta institución”, se referían a las diferentes deficiencias de la pinacoteca y, concretamente, a las goteras situadas junto a una de las grandes obras maestras como lo es Las Meninas de Velázquez. “También se hablaba sobre el escaso número de conservadores” o de la corta duración de los directores del Museo, “una de las profesiones más arriesgadas, al parecer”, ya que estos duraban apenas cien días en el puesto.

“Todo esto, dentro de un país que procuraba sacar pecho y recuperar su lugar dentro de las naciones más desarrolladas del mundo”, destacó, para añadir que “esta sucesión de noticias eran demoledoras para el prestigio ya no de El Prado como institución, sino de España como país”. Sin duda, el hecho de que un museo con una de las mejores colecciones del mundo fuera objeto de críticas tan severas dejaba de manifiesto que “la excelencia de las colecciones es importante para la reputación de un museo, pero de ningún modo puede ser único activo”. “Se puede tener una magnífica colección y una pésima reputación”, apuntó Falomir.

reacción ante la vergüenza En este repaso histórico, el director destacó que “la época de Franco imprimió un cierto carácter al museo”. “No tanto en cuestiones de dinero, ni en cuanto a mantenimiento del edificio, sino que había un problema de aislamiento intelectual, con su consiguiente falta de autoestima”, subrayó. “Esto se puso aún más de manifiesto cuando en 1984 se decidió encargar al restaurador John Brealey el arreglo de Las Meninas, lo que puso al museo en el centro de todas las críticas”, contó, para añadir: “Esto generó una conciencia de vergüenza nacional y, de una vez, se empezaron a poner medidas”.

En este sentido, recordó el consenso político por el cual se decidió poner al Museo del Prado “al margen de las figuras políticas”. “Me parece una medida que nunca será lo suficientemente alabada”, opinó. Esto permitió impulsar una serie de medidas más prácticas. “Una de ellas, fundamental, fue dotar al museo de una nueva naturaleza jurídica”, apuntó, y explicó: “Hasta ese momento, carecía de cualquier tipo de autonomía de gestión, contratación y para generar sus propios recursos. Esta ley de 1995 fue un traje a medida para El Prado que, de hecho, muchas otras instituciones imitaron más tarde”. En este momento, se planteó solventar sus famosas goteras pero también ampliar el museo -una obra que le fue concedida al arquitecto navarro Rafael Moneo-, con lo que se dotó a la institución de un taller de restauración, de espacios para la educación, etcétera.

Estos proyectos “lograron posicionar al museo en el panorama internacional”, donde una exposición sobre Tintoretto marcó un punto y aparte a todos esos años de mala reputación. “Ningún museo pensaba que fuera una figura importante pero el entonces director de El Prado Miguel Zuzaga decidió apostar por él porque consideró que era prestigioso. “Y lo fue”, apuntó Falomir. “Esto lanzó una lección muy clara, que es que a veces hay que arriesgar para conseguir una reputación”. Así, el museo “volvió a ganar confianza” y con una administración “mucho más flexible”, el cada vez “mayor número de asistentes” o el “desarrollo de todas las tecnologías de El Prado”, este “volvió a convertirse en una institución cultural referencial”.