COMPAÑÍA NACIONAL DEL DANZA

Orquesta sinfónica de Navarra, director Manuel Coves. Programa: Don Quijote: ballet clásico en tres actos con coreografía de José Carlos Martínes (según Petipa y Gorski), y música de Ludwig Minkus. Con Cristina Casas como Quiteria y Yenier Gòmez como Basilio, al frente de un extenso reparto. Programación: Temporada del Baluarte. Lugar: Sala principal. Fecha: 27 de septiembre de 2019. Público: casi lleno (42, 28,18 euros).

La apertura de la temporada del Baluarte nos ha deparado una gran velada de ballet. Como el pasado año, con el Cascanueces, hemos disfrutado de la música en directo, con la Sinfónica de Navarra en el foso. Un lujo que marca la diferencia. El mayor mérito del Don Quixot, no es precisamente el argumento, -las bodas de Camacho-, sino las continuas danzas cercanas al acerbo popular español: desde la jota al fandango y bolero, pasadas por la trepidante orquestación rusa; a veces con visiones un tanto tópicas de toreros y flamencas, pero que dan un juego brillante, hasta el punto de que, en algunos momentos, las bailarinas imitan un taconeo en puntas. El espectáculo ofrecido por la Compañía Nacional, ha sido, fundamentalmente, bonito; siempre agradable a la vista, entre otras cosas, porque ha predominado una luminosidad a lo Sorolla, más que a lo Zuloaga o Solana, que, ni siquiera en el segundo acto llega al tenebrismo. El vestuario, en general, también funciona bien, aunque algunos elementos, como los toreros, podrían dar juego a más imaginación. Mejor, el vestuario de las mujeres. La escenografía muestra los bien dibujados telones, que aportan el aroma talar de lo clásico, y se deja limpio el espacio para la danza. El molino fantasmagórico también funciona bien. La orquesta, dirigida por Manuel Coves, cumple estupendamente, lo cual no quita para echar en falta más cuerda que de morbidez al romanticismo musical. Es una gozada ver los detalles de la orquesta para con los bailarines: crescendos al unísono de las elevaciones; calderones de esperan para los finales de los plantes; connivencia, en fin, entre todos, y respeto a los tiempos que impone la danza; supongo que negociados por ambas partes. En este sentido, me pareció un poco rápida la variación de las famosas fouettés, por ejemplo. Muy bien las partes solistas de chelo, arpa, clarinete, trompeta? etc.

En general, la compañía española ha mejorado muchísimo en cuanto a la asimilación del estilo. Martínez lo ha elevado. Y esperemos que a Joaquín de Luz se le deje trabajar. El cuerpo de baile ha limpiado cualquier fleco que estorbe a la simetría; se desenvuelve con soltura, pero, a la vez con disciplina. Asume los roles de pueblo, gitanos, toreros, druidas? dando a cada colectivo su fortaleza. El ballet blanco -ya desde su acertada salida a escena desde la penumbra- es francamente bello, muy bien movido en dibujos que aportan triángulos novedosos; de la preciosa atmósfera que crean, surge una suelta y pizpireta G. Paris en Cupido. Rotundo el jefe de gitanos. Todos los “demi-solistas” que van saltando al proscenio, ofrecen un gran nivel. Dúos y tríos admirables. Y las danzas de carácter, -ritmos de jota, siguiriya, movidas czardas gitanas, etc-, muy bien acentuadas y fogosas, atrapando al público. Hay detalles de humor en la jota que se agradecen. Y no hubo profusión de castañuelas: no hace falta insistir en el “tipismo”.

La Quiteria de C. Casa es siempre correctísima, con virtuosismo en giros y pleno dominio de puntas. Dio el papel, con su partenaire J. Gómez. Si acaso se echó en falta un poco más de emoción en el fraseo amoroso de ambos. Sus variaciones, como suele suceder, entusiasmaron al público. Gómez se desenvuelve con la fortaleza de gran planta corporal, y, a la vez con, elegancia. La Dulcinea de Rossi, volátil. Merdeces luce virtuosismo. Espada, como corresponde, con mucho carácter. El respetable se lo pasó muy bien, aplaudiendo, prácticamente, todos los calderones finales, con apoteosis al terminar la función.