pamplona - La primera cita de los Diálogos de medianoche de esta temporada dará comienzo a las 23.30 horas y acompañará al autor el también escritor Carlos Bassas del Rey, recientemente ganador del Premio Hammett por su novela Justo. En Problemas de identidad (Planeta), Zanón presenta a un Carvalho que, sin saber cómo ni por qué, anda desgarrado entre Barcelona y Madrid. En Barcelona le quedan los restos de su tribu y el despacho. En Madrid anda perdido en el laberinto de una mujer casada con un prohombre de la política nacional, y que le ha desestabilizado más de lo que consiguió nadie antes. Sus realidades se tambalean como el propio país. Este Carvalho es diferente, pero es el mismo. Sigue con su cinismo, su sensación de derrota y continúa quemando libros, incluido, en este caso, Asesinato en el Comité Central...

¿Cuál fue la razón última e íntima que le llevó a aceptar el reto de resucitar a Carvalho?

-Fue un cúmulo de cosas. Por un motivo sentimental, porque recordaba que a los 18 o 19 años te prestabas los libros de Carvalho como si fueran discos o comics. Además, había una parte de aventura que me apetecía, ya que me suponía hacer cosas que no había hecho antes, como escribir un policial, por ejemplo, y en primera persona. También tenía que trabajar sobre dos ciudades... Era el típico proyecto que la gente me desaconsejaba. Las cosas me iban bien, había publicado Taxi y quizá todo esto podía parecer que era meterme en problemas más que otra cosa. Pero, claro, obviamente, no me estaban proponiendo cualquier cosa, sino trabajar con un personaje icónico de la literatura negra mediterránea. Un personaje que probablemente a marcado a Markaris, a Camilleri, a Donna Leon... Todos estos hubieran escrito distinto sin Carvalho, así que fui consciente de me estaban dejando un material muy especial en las manos.

Habla de aventura, ¿pero qué hay del riesgo?

-El arte sin riesgo no es arte. Debería ser un salto al vacío en cuanto a no saber si puedes hacerlo, si eso va a encajar, si va a gustar... El riesgo tiene que ser el aliciente de la creación, si no acabas siendo una especie de funcionario de cosas previstas. Siempre tiene que haber esa sensación de no saber muy bien adónde vas.

‘Problemas de identidad’ se publicó en enero; transcurridos estos meses ¿qué sensación personal tiene? ¿Ha merecido la pena?

-Totalmente. Y en muchos aspectos. Me ha hecho mejor escritor, me ha enseñado a hacer cosas que no sabía si podía hacer y a nivel personal me ha afianzado y me ha dado más seguridad. El libro ha gustado a la gente y a la crítica y para mí es importante que se haya reconocido al personaje. Porque podía haber escrito un buen libro, pero con un personaje que tranquilamente podía llevar otro nombre y apellido. Así que sí, ha sido una experiencia satisfactoria a todos los niveles.

Estuvo más tiempo del previsto escribiendo la novela, con la confianza de la editorial. Seguramente tuvo algo que ver con la necesidad de liberarse del personaje existente y dar con el Carvalho de Carlos Zanón.

-Sí. En cierto modo tenía que olvidarme de todo el ruido, de todo lo que se ha escrito, de la parte mítica del personaje y volver a los libros. Lo más importante fue tomar decisiones. El hecho de optar por la primera persona y jugar con la idea de que era alguien que existía y que Vázquez Montalbán se había inspirado en él me permitía hacerlo mío, coger algunas cosas e inventarme otras, usar otro punto de vista... Que el personaje contara la historia en primera persona me liberó mucho, y creo que fue la clave de la novela. Además, creo que la parte más complicada para mí fue hacer un policial, es decir, que haya varios casos y un asesino que el lector no descubra en la página 7 (ríe). Y luego la situación política, cómo retratarla en un momento en el cual las causas y los efectos iban cada uno por su lado. Era muy complicado.

En eso sí que ha seguido la estela de Vázquez Montalbán, porque su Carvalho siempre está pegado a la realidad social y política que le rodea.

-Así es. No puedes hacer un Carvalho sin hacer una radiografía del momento político y social. Era inevitable. A mí me costaba porque no tengo la profundidad intelectual ni esa vena periodística de pura sangre que tenía Vázquez Montalbán; tuve que encontrar una manera de hacerla más o menos digna.

En este caso, confronta dos ciudades, Madrid y Barcelona, que en la actualidad viven una de espaldas a la otra.

-En parte por eso decidí introducir Madrid; para hablar de ese contexto. En 2017 los presidentes -el del Gobierno central y de la Generalitat- se enviaban cartas. Todo lo que pasaba o se decía en Barcelona, tenía repercusión en Madrid. Además, como me tocaba visitar bastante Madrid, me sentía seguro para escribir sobre ella sin que quedara como de cartón piedra. Y también quería probar, porque siempre me han situado como un escritor de Barcelona que retrata su ciudad, y para mí era como salir de mi zona de confort... ¡Cómo odio esa expresión! (Ríe)

Esa Barcelona que ni en esta novela ni en otras de Carlos Zanón se nos presenta como la ciudad de postal que venden los touroperadores.

-No, es una Barcelona mirada desde los barrios, la de la gente que hemos vivido en ella, como mis padres y yo. La Barcelona de las barriadas que nunca salía en las noticias, en la que parece que nunca pasaba nada, por no pasar no pasaba ni la policía. Eran barrios de gente trabajadora que tenían sus propias dinámicas y que para ir al centro se decía que se bajaba a la ciudad, como si fuera otro lugar.

En ese sentido, sí que ha sido cronista de su ciudad, igual que es articulista habitual. ¿Qué le aporta esta faceta?

-Eso es algo que me ha venido por encima porque yo no soy periodista. Pero me ha venido bien. Los escritores podemos ser perezosos, en el sentido de que si no estás inspirado o no tienes ganas de trabajar, puedes dejarlo para mañana; pero si tu crónica tiene que salir mañana sea como sea y con los caracteres adecuados, eso exige una precisión que me ha gustado. También porque me ha forzado a fijarme y a mirar de otra manera.

De hecho, varios casos que aborda en la novela se inspiran en casos reales que aparecieron en los medios.

-Sí, dos de ellos. Tengo dos amigas periodistas, Mayka Navarro y Rebeca Carranco, y les pedí ayuda. Yo nunca había cogido tramas de la realidad y las dos me las ofrecieron. Mayka, por ejemplo, había hecho una serie de reportajes sobre un tipo que mataba prostitutas y las enterraba en Montjuic.

¿Qué le ha supuesto meterse en esa oscuridad?

-Pues la verdad es que no me gusta. Estar siempre mirando la parte oscura de las cosas te puede afectar a la mirada. Cuando acabas un libro de estos a veces te apetece ponerte a ver Bambi (ríe), por aquello de la inocencia. Pero esa es una parte del ser humano y no hay que perder el foco ni cuando hay gente que piensa que todo es así ni cuando hay quien no se lo cree. De todos modos, yo he sido abogado penalista durante muchos años y me pasaba un poco igual entonces. Llegaba el fin de semana y quería pensar en otras cosas.

Este personaje siempre ha tenido su toque de cinismo, de amargura, pero en este caso más. ¿Por qué?

-Yo lo quería hacer más vulnerable. Desde la tercera persona y el hardboiled parece que controla todo, es un cínico, un melancólico, y yo quería que se planteara cosas. En esta novela está buscando su sitio en el mundo como personaje y como hombre. Se da cuenta de que en todo este tiempo se ha protegido muy bien, pero que quizá se tenía que haber protegido un poco peor, ya que a veces tienes que comprometerte, implicarte y dejarte hacer daño a nivel emocional; que no puedes ir siempre con una coraza.

En alguna entrevista ha comparado a este Carvalho con el John Wayne de ‘El hombre que mató a Liberty Valance’. Un tipo que cuida de los suyos, pero que no busca ningún reconocimiento.

-A Carvalho no le gusta la pornografía emocional. Él cuida de su tribu y tiene su código de las cosas que cree que están bien o mal y no busca el foco.

Muchas veces necesitamos a estos personajes, pero cuando terminan de ayudarnos queremos que se vayan por donde vinieron.

-El héroe siempre tiene un punto desestabilizador de la sociedad, solo funciona en caso de conflicto extremo y luego no sabes qué hacer con él. Te recuerda una parte negra de ti y, además, sirve de poco. Para dirigir una comunidad de vecinos Rambo no sirve... Espera, igual sí, no ha sido un buen ejemplo (ríe).

¿Qué le ha llegado de los puristas de Carvalho?

-Ha sido fantástico. A Gente que ha estudiado al personaje, que ha hecho tesis sobre él les ha gustado mucho el libro. Creo que han entendido que era un homenaje y que hay dos Carvalhos, el de Vázquez Montalbán y este. Han visto que no he querido hacer una copia y que no le he humillado ni nada por el estilo. Solo he tenido buenas vibraciones en ese sentido.

¿Y hará otro Carvalho?

-No cierro esa puerta, pero en principio solo iba a hacer un libro y sigo manteniéndome ahí. Eso sí, me lo he pasado muy bien, he trabajado muy a gusto con la editorial y el libro ha gustado... Lo que es seguro es que el siguiente libro no va a ser un Carvalho, pero si de aquí a unos años todo encaja, ¿por qué no?

“No puedes escribir un Carvalho sin hacer una radiografía del momento político y social”

“En esta historia Carvalho se da cuenta de que a veces hay que comprometerse y dejarse hacer daño a nivel emocional”