pamplona - Jauría llega a Pamplona, que no es una ciudad cualquiera dentro de esta historia.

-Sin duda, y me da una pena tremenda no poder ir porque me gustaría ver cómo respira el público. Los hechos que se relatan sucedieron allí mismo, así que al hecho de hacer teatro documental, que ya nos liga a unos acontecimientos de la realidad, se suma este plus de hacerlo en el sitio donde todo ocurrió.

Son unos hechos que, además, siguen muy vivos. Esta misma semana hemos sabido que la Audiencia de Navarra debate si imputar a los condenados otro delito, en este caso contra la intimidad de la víctima, por haber grabado el ataque. ¿Cómo se hace para escribir una obra de teatro con algo que permanece activo?

-Precisamente, lo que tenía muy claro desde el principio es que es un caso que está siendo tan importante para la sociedad porque de algún modo marca un cambio. Puede que se hubieran producido casos antes y los ha habido después, pero este generó un cambio. La cercanía me dificultaba crear una ficción, imaginar un suceso así y exponer su complejidad era muy complicado, así que la mejor solución era recurrir al material real, a las transcripciones, porque es puliendo y dejando claros algunos detalles del caso que pasan por alto los grandes titulares donde seguramente podemos descubrir algunas de las características que nos apelan a nosotros mismos, que nos hace demasiado parecidos a aquellos a quienes no queríamos parecernos, etcétera. Creo que, en asuntos tan cercanos, esto solo se puede hacer acudiendo a recursos documentales. Una ficción en este momento no sería verosímil y el público no adquiriría el mismo compromiso. Es importante que el público se acerque con el peligro que comporta y con la ventaja de salir después con una opinión más elaborada sobre un caso sobre el que ha hablado muchísimo.

¿La obra se circunscribe solo al juicio, qué hay de las distintas sentencias y condenas?

-Lo incluye todo. Prácticamente el 70% de la obra se basa en las transcripciones, pero después introdujimos parte de la sentencia final y del alegato de la fiscal para cerrar un poco la historia. Se ven las distintas sentencias según los jueces que las dictaron. Todo esto genera preguntas. Lo interesante de la función es que ni mucho menos se trata de que el público se sienta juez, sino de indagar en esas imperfecciones que tiene nuestro sistema jurídico. Imperfecciones que permiten que la víctima acabe siendo interrogada más por su intimidad que los acusados. Cuando ves eso sobre un escenario te das cuenta de que es muy extraño e irregular.

La obra se titula Jauría.

-Mientras escribía la obra siempre tenía un subtítulo presente: Una segunda violación. Y es que, en el juicio, el trabajo de los abogados de la defensa, que evidentemente pueden utilizar todas las técnicas que quieran, de pronto se convierte en algo muy inquietante y parecido a una violación de la intimidad. Y hay algo de este funcionamiento de la defensa parecido al funcionamiento de una jauría que sale a cazar, a conseguir una presa. Los condenados se pusieron a sí mismos el nombre de La Manada, pero este es un término positivo que a la mayoría de las personas nos remite al compañerismo, al cuidado mutuo... Por eso jauría me parecía un concepto más adecuado.

Estamos ante una obra de teatro documental, que es un ámbito en el que Jordi Casanovas se está especializando. Anteriormente habíamos visto Ruz-Bárcenas y conjuntamente con Jauría estrenó Port Arthur. ¿Cuál es el objetivo que busca poniendo estos casos reales sobre las tablas?

-Cada obra tiene su historia propia, pero, de algún modo, todas tienen que ver con la idea de ausencia. A veces siento que el teatro podría ser algo más urgente e intentar aportar un poco más de complejidad a los debates que se están produciendo en la sociedad. Con todas estas obras pasa que el público sabe de antemano que esas historias existieron y esas palabras se pronunciaron y la verosimilitud es muy superior a la de cualquier ficción. Se genera un pacto entre lo que está sucediendo en escena y lo que está recibiendo el espectador que es muy potente. Yo he estado tres o cuatro meses escribiendo el texto, dos o tres ensayando, más la preproducción, más las conversaciones con Miguel del Arco... Al final, todo esto supone un año de trabajo, de pensar, de dar vueltas y de buscar discursos lo menos obvios posibles que nos disparen pensamientos que el equipo no teníamos hasta ese momento, para luego concentrarlos en una hora y media, de manera que la obra entre por el estómago y por el corazón para que el público se lo lleve como una píldora que luego le puede estallar o resonar en algún momento. Nuestro trabajo es generar una hora y media emocionante, no aburrida, que después te permita tener una visión un poco más compleja del mundo. Esa complejidad nos convierte en ciudadanos más críticos.

En Jauría, todo lo que se dice se dijo, pero, al margen de las palabras, ¿cómo genera en el texto elementos como las atmósferas, las sensaciones, la angustia...?

-Aparte de que parte de las transcripciones ya eran muy atmosféricas, el trabajo de Miguel y de los intérpretes es de un compromiso brutal de no dejarse ni una gota de emoción en el tintero y seguramente por eso se genera mayor intensidad que en un vídeo de una declaración. Porque, obviamente, esto es teatro. Mi obligación es concentrar los detalles más importantes de estas seis o siete horas de declaraciones en una hora y media y el objetivo de Miguel y de los actores es concentrar todas las emociones, no solo del juicio, sino de todo el caso, dentro de ese tiempo.

Hablando de los intérpretes, no debe de haber sido fácil encarnar estos textos y a estos personajes.

-Sin duda es complicado. Durante la dramaturgia yo me hice muchas preguntas de tipo ético y, como es lógico, también se las hicieron ellos durante el proceso de creación. Lo que es muy interesante es que cuando te estás metiendo en una obra como esta, ves que ni a mí, ni al director ni a los actores nos importa tanto que nuestro trabajo brille, porque tienes claro que lo que tiene que llegar a buen puerto son el mensaje y las preguntas que lanzamos. Los propios actores comentaban que no sentían la necesidad de que les dijeran ‘qué bien estás en tu papel’, porque entendían que son un medio. No nos habíamos encontrado antes con esta sensación de estar haciendo un acto más político o social que teatral, aunque a la vez lo dan todo desde el punto de vista artístico. Siempre han buscado dar todo el sentido posible a unas palabras de la realidad de las cuales no teníamos ni audio ni vídeo.

En esa realidad habita la víctima del caso, ¿han tenido algún contacto con ella? ¿Y con los condenados?

-A la víctima le mandamos una carta cuando estábamos en el proceso de creación y nos consta que hubo una muy buena respuesta de agradecimiento por el trabajo que estábamos haciendo y por cómo queríamos enfocarlo, y también sabemos que gente muy cercana a ella ha visto la función y que está siendo una experiencia positiva. En el caso de los condenados no tuvimos ningún contacto. Lo que sí hemos comprobado es que están viniendo muchos juristas, lo cual es maravilloso, porque pueden ver su trabajo desde nuestra mirada artística, humana, y ya me han llegado comentarios de que les está resultando impactante.

¿Cómo ha respondido el público?

-Hay unanimidad en que es una obra impactante, y creo que es fruto de la suma de la generosidad de los actores a nivel emocional y de la generosidad del público al hacer un pacto con lo que está sucediendo sobre las tablas. Jauría es una explosión emocional muy fuerte para el espectador. Ha habido funciones para jóvenes seguidas de coloquios en los que algunas chicas se han levantado y han denunciado que personas presentes en la sala las han acosado. Es decir, la obra ha dado pie a mucha valentía y a mucha reflexión por parte de hombres que no esperaban encontrar nada nuevo y se han encontrado con una interpelación. Hombres que creían que estaban perfectamente educados en la igualdad se han visto zarandeados y muchas mujeres han revivido casos o situaciones similares que han padecido y la obra les ha hecho sentir que forman parte de un colectivo. Eso es lo que nos permite el teatro, ver que aunque sobre el escenario nos presenten una injusticia, si nosotros estamos temblando, y al lado vemos a otra gente que tiembla y dos filas más allá también, percibimos que formamos parte de un grupo y no nos sentimos tan solos.

¿Qué descubrimos de nuevo sobre esta historia que ha estado en las conversaciones desde que a las pocas horas de que sucediera Pamplona se echara a la calle?

-En este obra contamos mucho a través de pequeños detalles. Por ejemplo, es súper potente cuando mostramos cómo se van del sitio, del portal, sin despedirse ni decir absolutamente nada. Para mí este fue un momento troncal en toda la dramaturgia. Es un detalle que no se destaca en los grandes titulares, pero ver sobre las tablas cómo pronuncian ‘no dije ni adiós’ te cuenta mucho más sobre esos personajes que las informaciones más escabrosas. Es ahí, en los detalles, donde se pueden descubrir cosas de muchos hombres, maneras de hacer o de decir que te permiten reconocerte a ti mismo, a tus familiares o a tus amigos. Más que los detalles del propio caso, el público va a descubrir lo que el caso tiene de nosotros.

¿Y hay lugar para el optimismo?

-Me gustaría pensar que sí. De hecho, que el propio caso sea famoso puede tener una lectura positiva porque parece que vamos a un cambio de paradigma. Muchos hombres que pensaban que lo que hacían estaba bien, ahora saben que es un crimen. Al menos saben eso. También las mujeres han descubierto que hay que reclamar cambios en la ley y que se pueden unir. Y si nosotros podemos aportar este pequeño grano de arena, haciendo dudar a gente que igual cree que tiene las cosas muy claras sobre estos temas, pues tal vez ayudemos en esta evolución. Creo que no me equivoco si afirmo que dentro de unos años se va a recordar este caso y a su víctima como alguien muy valiente que ha hecho avanzar a la sociedad.

“A veces siento que el teatro podría ser algo más urgente e intentar aportar complejidad a los debates que se están produciendo en la sociedad”

“Ni a mí ni al director ni a los actores nos ha importado que destaquen nuestro trabajo; somos un medio para que el mensaje y las preguntas que lanzamos lleguen a puerto”

“Hombres que se creían muy bien educados en igualdad se han visto zarandeados con esta obra, y muchas mujeres han sentido que no están solas”