concierto de la ose

Intérpretes: Orquesta Sinfónica de Euskadi. Julian Bliss, clarinete. Director: Robert Treviño. Programa: Bela Bartók: Música para cuerda, percusión y celesta. Aaron Copland: concierto para clarinete y orquesta. Maurice Ravel: Alborada del Gracioso. Rapsodia Española. Pavana para una infanta difunta. Bolero. Programación: ciclo de la orquesta. Lugar: sala principal de Baluarte. Fecha: 5 de diciembre de 2019. Público: lleno.

El concierto de la Orquesta de Euskadi nos brinda un programa que exalta, sobre todo, las novedosas sonoridades tímbricas que Bartok y Ravel -dos auténticos genios en la materia- supieron sacar a la orquesta. Es verdad que acuden a la celesta -un instrumento menos habitual-, pero, en realidad, no se salen de los efectivos convencionales; lo que pasa es que les buscan las cosquillas -esas sordinas tan bien puestas-, o los emparejan heterodoxamente; todo para que sea la gran orquesta la que suene como un solo instrumento con nuevas irisaciones y colores. Ese hilo conductor de timbres orquestales que se nos propone, lo encauza Robert Treviño a través de un programa muy atractivo, pero que fue presentado un poco deslavazadamente en el cálculo de los tiempos: llegar a las diez de la noche con toda esa carga tímbrica más o menos asimilada (para muchos las obras no eran conocidas) y tener que escuchar la Pavana para una infanta difunta con la ansiedad de que sonara el Bolero (lo más esperado), fue un tanto demoledor, sin quitar nada, claro, a la maravillosa obra, que, además, se dio lenta, como debe ser. Insisto, porque compañeros de butaca me lo comentan: salvo rarísimas excepciones de una obra monumental, el concierto debe acabar hacia las diez menos cuarto, por el transporte y por evitar el efecto museo, que al cabo de dos horas, nada se aprecia. Se agradece el esfuerzo, pero, en este concierto, cuatro obras, mejor que seis.

Escuchar en directo la música para cuerdas, percusión y celesta de Bartók es un lujo. Con las dos orquestas bien colocadas, y el despliegue de piano, celesta, etc. El comienzo fue una maravilla, con una dosificación de dinámicas -o sea de intensidad, no solo de regulación- francamente expectante, que te tiene en tensión, y que introduce al oyente en una atmósfera misteriosa, con los violines y la celesta fluctuando. A partir de ahí, vas escuchando nuevo sonidos todo el rato: salen las violas, hay glisandos en timbal y cuerda, entra el piano -más bien percusivo-, pero siempre es la cuerda la que manda, con matices en

pianísimo muy bellos, que Treviño cuida y contrasta con los pasajes más frenéticos, esos que liberan la danza popular que el compositor tanto investigó.

Se cambia de tercio con el concierto para clarinete y orquesta de Copland. El clarinetista Julian Bliss -impecable, con dominio absoluto del instrumento- hace una entrada de antología: en matiz piano, como susurrando el comienzo de una preciosa balada, que eso es el primer movimiento de la obra. Luego, una perorata llena de virtuosismo nos lleva al ambiente jazzístico y, en la orquesta, a esas amplitudes cinematográficas tan de Copland. Todo muy bien. La meditación española, tan insinuante y refinada, que hace Ravel en la Alborada y la Rapsodia, nos devuelve al deslumbrante colorido orquestal, con sus fuertes claroscuros a lo Sorolla. Lucimiento del fagot, las trompetas? Quizás algún pequeño desajuste en el final (Feria), pero, es espléndido poder disfrutarlas en directo, donde se oye todo. Y el Bolero: magnífico en el desfile de solistas e incombustible.