l lunes a la mañana nos quedamos sin tarea. Mientras los compis se fueron pronto a desayunar y pasear por Jerez, que en una buena mañana de luz es un placer callejear por esta hermosa ciudad y procurar no perderse por su maraña de rúas, yo me quedé en casa rebobinando sobre el esperpento sucedido con la casa de El Grullo.

Un año más llamé a su mayoral, y este año solamente a él, por haber salido el otoño pasado quien estaba a cargo de todo hasta entonces. Álvaro De la Campa, nieto del nonagenario don Joaquín ha estado las dos últimas temporadas llevando el tema, eso sí pegado a su peculiar abuelo, después de relevar en el cargo a su tío Álvaro Nuñez Benjumea, que por desavenencias abandonó la casa familiar. Sabiendo esto, porque con aquellos siempre llevé el tema no solo con cordialidad sino con respeto y afecto, llamé al amigo Pepe Muñoz Arenillas, un buen hombre, y sin problemas me responde y me da fecha y hora sin ningún contratiempo. Hasta ahí todo como siempre. Porque entiéndanme lo primero que realizar un viaje sincronizado por toda España con muchas casas ganaderas, cada una a sus vicisitudes, no es nada sencillo, y cierto es que muchas veces no sale todo rodado, como uno sueña o desea en inicio, pero de ahí a vivir el rocambolesco sainete que paso a comentarles va un mundo.

Un par de días antes de comenzar el viaje recibo una llamada de la finca El Grullo, don Joaquín al habla que me interroga para qué quiero entrar en su casa, a lo que respondo, me explico, y le comento como otras muchísimas veces ya lo he hecho. No espero que el ganadero, y menos a su edad, pueda recordar a todo el mundo que pasa por su casa, pero me sorprende, e incluso me enfada cuando deja a un lado todo lo principal, y me dice que si a mi me van a pagar los medios de comunicación para los que fatigue entienda que su hija también es una profesional y tiene que ganar dinero. No quiero darle más vueltas a lo que escucho, que entiendo como algo irreal y que no creería más que como a modo broma si no fuera porque el teléfono que me llama está registrado en mi memoria como finca Núñez del Cuvillo y porque conozco al ganadero y su voz desde hace muchísimos años.

A la mañana siguiente hablo con su mayoral que me dice que vaya sin problemas y no doy más importancia a todo lo sucedido. Seguimos adelante con la idea programada sin cambiar nada. Pero, con la maleta hecha, ya oscuro en Pamplona y a unas horas de salir camino de la sierra madrileña, vuelvo a recibir la llamada del viejo criador. Ya ni me molesto con él. Para qué, me digo. Que su hija tiene que ganar dinero. Que su hija es una profesional como lo pueda ser yo, y que en su casa no entra nadie sin pasar por taquilla, y que todo aquel que pague los servicios a su hija es bien recibido. Lo dicho, no discuto más y le dejo relajado al buen señor y que será su hija Tilda quien me llamará para concretar hora y cuota. Y así, camino a la primera etapa, en la aburrida y fea zona de los páramos burgaleses comento con mis compañeros de viaje lo que me está sucediendo con esta casa. Ninguno de los dos da crédito. Josetxo recuerda cómo siendo presidente del Club taurino, en la pasada década en un viaje programado del Club a Andalucía, esta casa dos días antes de entrar en ella les pidieron mucho dinero por entrar o que no veían nada. Y que se negó al chantaje del buen señor Del Cuvillo. El caso es que, con todo esto, lo del coronavirus en el norte de Italia ni es tema central del viaje.

Será bajando Despeñaperros, camino de nuestra segunda etapa, con parada primero en Córdoba cuando la señora Tilda Núñez Benjumea me llame y me diga que le da igual lo que yo diga, que allí cobran siempre a todo el mundo. Le digo que el reportaje de toda la camada, toros para Pamplona incluidos ya han salido en Aplausos. Se hace la sueca y me pide 150€ para poder ver los toros de Pamplona, y le pregunto si cualquiera que pague puede verlos a pesar de que a la Casa de Misericordia no quiere que esto ocurra, a lo que me responde la buena dama que en su casa manda su padre y nadie más, y que ni Misericordia ni veedores ni gaitas, y que si quiero ver un toro dentro de casa tengo que pasar por taquilla. Así cuelgo la llamada y hablo con los de la parte de adelante del coche que me niegan la mayor. Pero, el trabajo también es parte del viaje y me debo a la publicación que me respalda. Por tanto, de inmediato hablo con mi director adjunto, quien sin reparo y de inicio dicta que no hay problema por el pago, que lo incluya en gastos. Agradezco la confianza y el respaldo de la dirección, pero le comento que ya están los toros en internet y en las revistas taurinas, y que por supuesto no han pagado un duro. Le comento el reparo de mis acompañantes, y el mío propio. Y claro, la reacción es que niega la información a nuestra tierra, en un derecho a la información, que por supuesto no está por encima de su derecho a su propiedad e intimidad, pero que no cuadra con el buen trato que siempre hemos dispensado a esta casa. Este hombre no se da cuenta que tienes página a cinco columnas como para explicar el suceso, se pregunta el director, retóricamente, mientras hablamos. Pues no lo sé. Damos fin a la conversación y por supuesto a la visita a esa casa, y comenzamos a cambiar visitas. El lunes iremos a Cebada Gago. Pero será al mediodía. Devuelvo vía whatsApp el agradecimiento y la negación a la visita tanto a doña Matilde como a Pepe el mayoral, al cual agradezco siempre todo, y le cuento lo ocurrido. Y así termina una visita ni siquiera iniciada, y que cuento aquí por varios motivos. Primeramente porque en un viaje ocurre de todo, y aunque sea la primera en la vida, hay que decirlo. Y en segundo lugar porque todo el que quiera ir a esa casa, lo tiene a huevo. Ya saben, pueden ver los toros de Pamplona por un módico precio antes incluso que la Casa de Misericordia dé sus carteles. Ya no hay que quedarse desde fuera, en la carretera, viéndolos correr en su corredero. Gasten unos euros y pasarán sin problemas. Los informadores con criterio nos quedaremos paseando por Jerez de la Frontera, que tampoco es mal cambio.