- Eduardo Iriarte (Pamplona, 1968) se ha inspirado en el parque barcelonés cercano a su casa para ubicar una historia que va creciendo en tensión mientras sus protagonistas se dejan vencer por sus miedos. El prejuicio, la batalla por la memoria y el dolor son tres ejes en torno a los que se teje un relato con sorprendente desenlace. En tiempos de confinamiento, el autor navarro, traductor al castellano de Tom Wolfe, Philip Kerr, Gore Vidal, John Ashbery, W. H. Auden, Charles Bukowski o Walter Mosley, nos ofrece una narración marcada por unos sucesos que alguien ve desde su ventana...

La mirada hostil. El título ya anticipa mucho de lo que el lector va a encontrar en una novela que, precisamente, apoya todo su peso dramático en el gesto de mirar. En cómo miramos a los demás y en las conclusiones que sacamos sobre ellos.

-Eso es. Quería investigar o reflexionar sobre cómo, sobre todo en las ciudades y ahora con las nuevas tecnologías más, nos hemos acostumbrado a juzgar al prójimo de una manera instantánea. Te llega una solicitud de amistad en Facebook y en cuestión de segundos decides si aceptas o no, y en las calles de las grandes ciudades enseguida nos hacemos una idea de cómo es el otro con una simple mirada. Supongo que esto es inevitable, pero a la vez puede dar lugar a situaciones extrañas y, muchas veces, a construir una imagen totalmente equivocada del otro.

Me viene a la cabeza esa frase de Anaïs Nin que dice "no vemos las cosas como son, las vemos como somos".

-Exacto, proyectamos en el otro nuestras propias ideas e intenciones. Esto es lo que les ocurre a los personajes de la novela, que mirando a otros, y sin apenas conocerles, se hacen unas ideas muy retorcidas. Son personajes traumatizados que se cruzan y proyectan sus traumas sobre el otro, cuando en realidad no tendría por qué ser así.

¿Y es por eso que tienen esa mirada hostil?

-Yo creo que es más cosa de las grandes ciudades o de situaciones como las que hemos estado viendo y viviendo recientemente relacionadas con cuestiones políticas, por ejemplo. Nos acostumbramos a hacernos un retrato robot del otro sin ningún problema, cuando en realidad no hay tantas diferencias entre unos y otros. Al margen de ideologías, y como estamos viendo, precisamente, estos días de confinamiento, todos nos la jugamos juntos. Deshumanizar al prójimo es un pecado en el que caemos constantemente, y, quizá, si algo podemos sacar de lo que está pasando ahora es una mirada más compasiva hacia el otro, dejando de lado ideologías, religiones, diferencias. Tal vez podríamos aprender que el otro está mucho más cercano a nosotros de lo que creemos y que tiene los mismos problemas.

Una mirada más compasiva hace falta, sin duda, pero también solidaria, porque hay muchos a los que durante estos días se les ha visto el egoísmo también...

-Sí, estos días leo noticias y cosas de las que no doy crédito. Echar al otro la culpa de lo que está pasando o incluso alegrarse del mal ajeno... Vamos a tener tiempo para reflexionar, y espero que saquemos algo positivo de todo esto. Y no hay que olvidar a la gente que se está portando de una manera muy generosa. Mejor fijarse en esas personas que en otras que dan la nota por otros motivos.

En la novela, el lugar donde sucede todo es un personaje más junto a Alberto, a Esther, a David. Ese parque relativamente nuevo construido sobre restos de una ciudad que se ha modernizado a toda costa.

-El parque funciona como metáfora de la ciudad y he querido convertirlo en otro de los personajes de la novela, porque el sitio en el que vivimos influye directamente en el modo en el que nos comportamos. Por eso tiene mucha relevancia y quería que tuviera su propia historia. En este caso, es un parque como el que hay al lado de mi casa en Barcelona, pero podría ser el parque de Yamaguchi de Pamplona. Son sitios en los que confluimos y nos relacionamos, pero no siempre de la mejor manera.

Muchos de esos lugares hoy ideados para el ocio antes fueron sitios muy diferentes. En Yamaguchi, por ejemplo, había una fábrica.

-Eso es. Tienen su propia historia. El parque en el que me inspiro para la novela es, en efecto, el que hay al lado de mi casa y era un matadero. Hará unos 40 años se llamaba Parc de l'Escorxador (del Matadero). Lo cerraron y construyeron una biblioteca, un parque infantil... Pero en la novela de algún modo siempre tiene un punto de vocación de lo que ocurrió allí; es donde se juntan los personajes y cruzan sus historias.

¿De alguna manera, Eduardo Iriarte ejerce de observador, casi voyeur, de las vidas de sus vecinos, de su barrio, y a partir de ahí es de donde ha surgido la novela?

-Un poco sí. Ahora mismo, mientras hablamos estoy mirando por la ventana de un bloque como son los bloques en los que transcurre la novela. Vivo en las islas del Ensanche de Barcelona, que tienen patios interiores que ocupan toda una manzana. Hay cientos y cientos de personas que ven la vida de los otros a pocos metros de distancia, y es fácil hacer conjeturas sobre personas a las que quizá luego conoces y descubres que no se parecen en nada a la idea que te habías formado de ellas.

Además, casi todos tenemos secretos que no se reflejan en el modo en que nos conducimos en el día a día.

-Para mí, lo más apasionante de escribir es poder meterme en la cabeza de otra persona. Disfruto mucho. Prefiero no hablar ni escribir directamente desde mi punto de vista, sino ponerme en el de otro. En este caso, por ejemplo, puedo ponerme en la cabeza de un anciano que perdió a su mujer aunque no se sabe muy bien cómo desapareció; en la de una mujer que está deseando quedarse embarazada, o en la de un padre que perdió a uno de sus hijos. Meterme en personajes que no tienen demasiado que ver conmigo me atrae porque puedo comprobar cómo reflexionan, cómo es su vida, su día a día...

Distintos personajes que se convierten en distintos narradores en la novela, a los que hay que sumar a ese escritor que los observa a todos y es el cronista del barrio.

-Es otro personaje, sí. En esta novela hay muchos personajes que solo aparecen esbozados porque quería plasmar la sensación de lo que es la vida en la ciudad, en la que vas viendo a gente pasar y apenas dejan huella, aunque tal vez deberían dejarla de alguna manera.

En el caso de Alberto, resulta curioso comprobar cómo la memoria inventa y rellena, y más si se está deteriorando, como es su caso.

-Somos las historias que nos contamos a nosotros mismos. Si alguien se repite cada día que es de una manera determinada, acabará siendo así. Con el personaje de Alberto quería reflejar la lucha por recordar que pierde cada día por una enfermedad degenerativa. Cada recuerdo es una pequeña batalla para él.

El desenlace habla mucho de lo que el dolor, el trauma, el vacío pueden llegar a provocar en la realidad de los demás. ¿Qué nos hace capaces de decir y de hacer cosas que ni habíamos imaginado?

-Es lo que decía antes. A la hora de escribir lo apasionante es estar durante un tiempo en la cabeza de otras personas y ver qué es lo que les lleva a hacer cosas que a nosotros nos parecen inexplicables. Últimamente se habla mucho de la apropiación cultural. Por ejemplo, se critica que una autora norteamericana blanca escriba sobre inmigración mexicana. O que un hombre escriba una historia desde un narrador femenino. Todo se considera apropiación últimamente, pero para mí esa es la esencia de la literatura. No se puede renunciar a adoptar la voz del otro. Es la manera de entender al prójimo.

¿Qué lugar diría que ocupa esta novela dentro de su trayectoria literaria, en la que encontramos títulos como Las huellas erradas, Más allá de la fragua o Sombras lentas que caen?

-Diría que esta novela es un punto de inflexión. Venía de novelas como Las huellas erradas, que eran narraciones más directas. La verdad es que en los últimos años tengo tres novelas más escritas y lo anterior lo tengo un poco olvidado. La mirada hostil es de hace años y ahora mismo tengo una trilogía que no sé cuándo saldrá, si saldrá o qué haré con ella, pero sí que puedo decir que La mirada hostil es un cambio respecto a lo que hago en estos momentos; es más introspectiva y con más narradores. Aquí tenía muy claro que quería adoptar distintas voces y que fuera el lector el que las uniera.

En su caso, lo de estar confinado no es un gran cambio respecto a su día a día, ya que trabaja desde casa.

-Claro. En los últimos tiempos he seguido traduciendo unas cinco o seis novelas al año y he escrito mucho. Han sido años de ruido, así que de alguna manera aproveché para recluirme antes de que llegara esta reclusión obligatoria. Vivo justo en el centro de Barcelona, entre Gran Vía y plaza de España, y para mí este último tiempo ha sido como una distopía multitudinaria. Al margen de ideologías. Todas las semanas veía en las calles manifestaciones de cien mil o doscientas mil personas y ahora, en cambio, hemos pasado a la distopía desértica, así que la sensación de extrañeza es tremenda.

Esperemos que la gente aproveche para leer estos días. No es mal plan.

-Ojalá, ya sea mi novela o clásicos como Robinson Crusoe o Moby Dick. Estos libros te llevan a aventuras en otros lugares y así te puedes airear un poco.

Título

'La mirada hostil'.

Autor

Eduardo Iriarte.

Editorial

Sapere Aude.

Páginas

258.

Precio

16,99 euros.

"Hoy, sobre todo en las ciudades, nos hemos acostumbrado a juzgar al

otro de manera instantánea"

"Al escribir puedes ponerte en la cabeza de otro y saber por qué hace cosas que a ti te parecen inexplicables"

"El sitio en el que vivimos influye directamente en el modo en el que nos comportamos"