oetas. Escritores y escritoras de palabras esenciales. Amigos del silencio y el cultivo de la vida interior, viven este confinamiento con la esperanza de que de ésta salgamos con una mayor lucidez, valorando más el cuidado de la vida y la auténtica red social: el apoyo mutuo entre personas.

Marina Aoiz Monreal (Tafalla, 1955) vive esta "pesadilla" con la sensación de tener "el alma herida". "He experimentado grandes dosis de compasión hacia todas las personas que sufren pérdidas o fallecen solas. He padecido algún malestar físico y un profundo pesar por aquellas criaturas a las que les falta el aire. También un duro escepticismo, la desconfianza en la información, el temor al aumento de control social, la certeza de poseer privilegios, la alegría de estar acompañada por mi esposo y nuestra hija universitaria, y la tranquilidad de que las dos personas más vulnerables de la familia están bien atendidas. La paradoja se ha convertido en el cambiante color emocional de estos días", cuenta esta poeta que trabaja en casa y desde niña pasa muchas horas leyendo y escribiendo en soledad.

Lo que sí echa en falta es el contacto con la naturaleza. "En los últimos años he alternado la actividad intelectual con la jardinería. No poder desplazarme en bicicleta cada tarde, al jardincillo que conservo a cinco minutos de casa, me desequilibra, me descentra. Necesito el contacto con la tierra para que los pensamientos se serenen, la inspiración fluya y el cuerpo adquiera presencia, se fatigue. Sin fragancias de primavera y sin floración, soy un ser disminuido", asegura Aoiz. Ana Blandiana, Bécquer o Wislava Szymborska, "por citar tres nombres al azar", le aportan "parte del oxígeno" que necesita en este "desgarro" en el tejido del tiempo. La poeta tafallesa, que estos días lee bastante más de lo que escribe, cree que en esta crisis la poesía puede aportar "la aproximación a un lenguaje más humanizado, más cercano a la vida, más allá de cifras, datos, números o estadísticas que son pura asfixia y perversidad".

"Atento a las sombras"

Desde su hogar parisino, Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954) vive este momento histórico leyendo, redactando reseñas y cumpliendo con "las obligaciones domésticas", como lo hacía antes de este drama en su "rutina serena"; pero ahora, además, estando "más atento a muchas sombras". "Estoy solo con mi esposa. Los hijos, solidarios, se refugian en casas de amigos. Nos consideran frágiles y luchan contra el contagio. Con su ausencia intentan protegernos", cuenta. Para Irazoki, la poesía "aporta siempre una hondura que no necesita recompensas. Una profundidad sin la mala música de los aplausos". De momento, la crisis no le inspira para textos creativos. "Había iniciado la escritura de un nuevo libro de poemas, pero la he interrumpido para redactar reseñas. En Francia existe una expresión que a veces me define: tener el ingenio de la escalera. Es para alguien que encuentra la réplica justa demasiado tarde, cuando el interlocutor se ha ido. Necesito la lentitud para reflexionar adecuadamente", afirma.

Al principio, Ventura Ruiz (Pamplona, 1972) se tomó este confinamiento como una oportunidad de disfrute. "Pero luego, cuestión de temperamento, me empecé a venir abajo", reconoce. "No sólo por todo lo que supone a nivel social y laboral, sino también el desastre a nivel artístico, ya que tuve que anular todas las contadas de cuentos que tenía concertadas para marzo y abril, los recitales de poesía, la participación en la Slam Poetry que había organizado Yoel Saldaña en el Bardo Escaldado y, con mucha pena, tuvimos que suspender también el estreno de teatro que teníamos previsto para el 23 de abril de una comedia muy divertida escrita por Víctor Iriarte", cuenta la autora y actriz, que estos días está "más lectora que escritora" y cree que en estos tiempos difíciles la poesía aporta "sensibilidad". "Necesitamos el arte para dotar de otro significado a lo cotidiano. Necesitamos la poesía para descubrir a través de nuestra sensibilidad la belleza, la crudeza, la fealdad... que habita en cuanto nos rodea", defiende.

Sueño, distopía, bloqueo

Daniel Aldaya (Pamplona, 1976) aprovecha esta cuarentena para retomar "cosas pendientes". "Con 20 años soñaba con estar confinado como Salinger y solo dedicarme a escribir. Así que desgraciadamente he cumplido mi sueño", dice Aldaya, a quien la inspiración le pilla "en parte teletrabajando". Ve mucha poesía en movimiento y en constante creación estos días: "las iniciativas ciudadanas, los aplausos... ¿acaso eso no es poesía?".

La escritora y vecina de Sarriguren Itziar Ancín (Pamplona, 1977) está pasando la cuarentena "sola en casa, teletrabajando mucho, leyendo y escribiendo un poco y sin tiempo para aburrirme. No me dan las horas...", dice. "Pienso en Emily Dickinson, que se recluyó voluntariamente en su casa durante años, vestida de algodón blanco y escribiendo en un tono atemporal, como los místicos", reflexiona esta autora para la que el silencio y la soledad son "un espacio de creación".

"Pero una soledad impuesta durante tanto tiempo es diferente". Esa contrariedad también puede ser inspiradora. "Mi primera salida a la calle durante la cuarentena viví una experiencia muy fuerte que se ha vuelto cotidiana para todos, y a los días escribí sobre esa impresión de estar de repente dentro de una distopía. Y me dio por pensar en la peste negra y en el Decamerón de Boccaccio que se ambienta en aquel momento", cuenta Ancín, que este mes iba a presentar su poemario Como boca de pez interrogante con la editorial Pamiela, y ahora no sabe cuándo podrá hacerlo... La literatura le ha "salvado en momentos muy duros" de su vida. "Dice Jeanette Winterson que quien considera que la poesía es un lujo, es porque las cosas le han ido muy bien: Una vida dura necesita un lenguaje duro, y eso es la poesía: un idioma suficientemente poderoso para contar cómo son las cosas. No es un lugar donde esconderse, es un lugar donde encontrar".

Con preocupación, pena "por tantos fallecimientos" e incertidumbre vive Alfredo Rodríguez (Pamplona, 1969) este encierro forzoso en casa, donde está "bien pertrechado de libros, discos y películas", intentando "no estar todo el tiempo pendiente de las noticias porque son muy duras y nos entristecen mucho". La preocupación, dice el poeta pamplonés, "bloquea el proceso creativo". "Pero algo he escrito, no sé si relacionado con todo esto tan grave pero sí afectado por ello", apunta este autor, que asegura que "el poeta tiene muchas veces la necesidad de la soledad y la acepta, porque la creación artística nace en esa atmósfera". En cuanto a lo que aporta la poesía en momentos de crisis, cree que este arte "conserva un depósito de siglos de respuestas a nuestra vida. Uno puede abrir un libro de poemas al azar por cualquier página, leer tres o cuatro versos, cerrarlo y ponerse a hacer otra cosa y rumiar despacio esos versos en voz baja", invita.

Alfonso Pascal Ros (Pamplona, 1965) tiene claro que "no son momentos para echar de menos al perro que nunca tuve ni al chalé con jardines que jamás podría pagar. Como poeta, estos días procuro levitar lo justo, que hay mucho comisario balconero. Bastante tengo con ser padre paciente de dos fieras y ejemplar esposo". La oportunidad que brinda a los poetas este momento de estar más tiempo con ellos mismos, cree Pascal Ros que "sólo puede contribuir, y ya es decir, a que salgan a la calle peor de lo que entraron en el confinamiento, hermosa palabra por cierto, para pronunciar en susurro si no fuera por lo que comporta". Y asegura que "no, la poesía no aporta nada a la crisis, sólo a los poetas, que en esto somos también el colmo del egoísmo".

¿Qué cambiarías tras esta crisis?

Itziar Ancín se pregunta "cómo será todo a partir de ahora", porque, reflexiona, "algunas cosas que hasta hace poco eran cotidianas, se han vuelto un lujo de un día para otro: el aire libre, un beso, la naturalidad de acercarse a las personas sin miedo". Basándose en la experiencia de la última crisis, Daniel Aldaya cree que se recortarán libertades y salarios en favor de la seguridad. En cuanto a lo poético, le gustaría "aprovechar que contaminamos menos para que, por ejemplo, hubiese de verdad cisnes en Venecia...", dice.

A Marina Aoiz le gustaría que cambiase "casi todo". "El capitalismo global, con su apariencia de sistema poderoso, se construye sobre la precariedad económica, social, material, cultural y sanitaria de millones de personas. La idea de normalidad me resulta antipática y espero que no volvamos a ella". Ella apuesta por "la vida digna", construida a partir de "una mixtura de propuestas sabiamente humanizadas", entre ellas el ecofeminismo y las corrientes espirituales".

A Ventura Ruiz le gustaría "que nos hiciésemos conscientes de lo valiosas que somos las personas de forma individual dentro de la red social. Creo que el descubrirnos en la ayuda y el apoyo mutuo es mucho más interesante que vernos en las descalificaciones y el lenguaje del odio". Alfredo Rodríguez ve que "algo está cambiando ya". "Todo esto nos está ayudando a valorar mucho más lo real, lo físico, lo que tenemos más a mano en casa, las pequeñas cosas como un beso o un abrazo, un viejo libro que teníamos olvidado, una letra de alguna canción que marcó nuestra vida, una foto antigua de nuestra madre...".

Alfonso Pascal Ros desearía que tras esta crisis "el Madrid y el Barça no ganasen más la Liga, que los abusones se metieran con los de su tamaño y no con los más débiles, que los poetas no fuesen de poetas (sobre todo los malos), seguir ganando al mus (esto no tiene más misterio) y que supiésemos reconocer a los héroes de verdad (sanitarios, quiosqueras, limpiadoras, cajeras, humoristas de El Jueves, padres, hijos€), que no recurren al qué hay de lo mío ni exigen por sus proezas nada a cambio".

Y Francisco Javier Irazoki alberga la esperanza de que consigamos "una mayor lucidez para separar lo sustancial y lo superfluo".

"Ya está aquí la amenaza de la penuria económica y su secuela de angustias. Con demasiada frecuencia, los dineros públicos se destinan a ensalzar naderías. Y, también con demasiada frecuencia, los dirigentes políticos identifican la cultura con la contemplación de sus ombligos", lamenta el poeta.

Iosu Moracho lanza preguntas.

¿Cómo vivir en tiempos de confinamiento?, ¿qué sentimientos surgen?, ¿cómo se da orden a este desorden sin sucumbir en el intento?, ¿cómo tomar a partir de aquí la vida en las manos? Estos y otros interrogantes inspiran al poeta Iosu Moracho (Pamplona, 1963) para escribir en este confinamiento, en el que está publicando en redes sociales numerosos versos con los que tiene idea de componer un libro de acceso libre. "La idea puede venir de leer cualquier cosa o de mirar y sentir cualquier cosa, porque todo lo que se lee y se mira estos días evoca a los tiempos pretéritos desde estos tiempos extraños que vivimos", dice.

'Poetas con sombrero'. Los versos son nuestra resistencia fueron las primeras palabras escritas en los carteles para la difusión de estos recitales telemáticos impulsados por varias poetas navarras, convirtiéndose en el lema de Poetas con sombrero. "Un espacio de higiene mental y emocional. Una actividad que nos reúne más allá de cada muro y nos aleja del bombardeo continuo de estadísticas", dice Silvia Marambio, una de las impulsoras de estos recitales que se iniciaron el 21 de marzo y continúan de forma periódica los miércoles a las 18 y los sábados a las 13 horas. Las personas interesadas en unirse pueden escribir a poetaconsombrero@gmail.com para obtener el enlace de acceso.

"La poesía aporta hondura sin recompensas, una profundidad sin la mala música de los aplausos"

"La impresión de estar dentro de una distopía me ha hecho pensar en la peste negra y en la obra de Boccaccio"

"La poesía es el arte que conserva un depósito de siglos de respuestas a nuestra vida"

"Necesito el contacto con la tierra; sin fragancias de primavera y sin floración, soy un ser disminuido"

"Con 20 años soñaba con estar confinado como Salinger y solo escribir... y 'por desgracia' se ha cumplido"

"Como poeta, estos días procuro levitar lo justo; bastante tengo con ser padre paciente de dos fieras"