- En este volumen, cuya primera edición tuvo lugar en 2002 y que en estos momentos de pandemia cobra un interés especial, Peio Monteano recuerda que no es la primera vez que la sociedad navarra se enfrenta a un adversario más que hostil.

¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?

-Me encontré con el tema cuando hacía mi tesis doctoral. Quería estudiar las amenazas con las que vivían los campesinos navarros -el 99% de la población- de los siglos XV y XVI. Y junto con el hambre, las guerras y los impuestos, me topé con el tema de la peste y, la verdad, me impactó. En Navarra apenas se había investigado. Así que, hacia el año 1998, ya doctor en Historia, me dediqué a profundizar en el tema de las epidemias que tanto influyeron en la vida de nuestros antepasados. Entonces, para muchos no fue más que una especie de curiosidad histórica, pero la situación actual ha puesto el tema de actualidad. Lo que nos está ocurriendo hoy nos permite empatizar y comprender mejor este fenómeno histórico y, a la vez, conocer ese pasado nos ayuda a entender mejor, y relativizar también, nuestro presente.

Cuando se presentó la pandemia de coronavirus, supongo que al principio la coincidencia le dejaría desconcertado.

-Sí, como a todo el mundo. Pero también es verdad que, al conocer el pasado de la peste, me convenció muy pronto de que la epidemia que acababa de saltar a Italia terminaría llegando aquí. La sorpresa ha sido comprobar que los fenómenos sociales que ha provocado no han cambiado después de muchos siglos.

¿Cuánto tiempo le llevó escribir este volumen y cuáles han sido sus principales fuentes de información?

-La investigación me llevó algo así como tres años de trabajos intensos. Tenía tiempo y facilidad para viajar. Para la Edad Media investigué en el Archivo de Navarra, que posee una documentación única en Europa. No son crónicas o relatos, sino fríos datos económicos que los oficiales reales recogieron con precisión porque los muertos, evidentemente, ya no podían pagar impuestos. Para los siglos XVI y XVII la información procede sobre todo de las cuentas de algunos pueblos y de los pleitos que originó la peste. Como bien entendemos ahora, por un lado, combatir la epidemia creó muchos problemas económicos: campos sin cultivar, ferrerías y molinos abandonados, interrupción del comercio€ Por otro, infinidad de muertos sin testar...

¿Cómo ha estructurado el libro?

-Tiene dos partes muy distintas tanto en la exposición como en el tipo de información. La primera parte describe la sucesión de epidemias tal y como se sucedieron en el tiempo. El relato empieza con el hambre que precedió a la llegada de la peste negra en 1348 y termina con la llamada Peste Marsellesa, en 1723, de la que, a decir verdad, los navarros solo oyeron hablar. La segunda parte es más analítica y se centra en las medidas que se pusieron en marcha para combatir la enfermedad y que culminaron con el nacimiento de la sanidad pública. Como digo, el relato se resiente de las fuentes documentales. Para los siglos medievales son mucho más frías, y, a partir del Renacimiento, los procesos judiciales nos dejan ver ya al navarro y navarra de a pie y el drama personal y colectivo supuso la irrupción de la enfermedad.

¿Qué otros elementos aparecen en el libro además del texto?

-El relato trata de reflejar que las epidemias se convirtieron en algo hasta cierto punto habitual en la vida de los navarros y que coincidieron con otros acontecimientos históricos: la guerra civil entre agramonteses y beamonteses, la conquista de Navarra, la conquista de América, el auge económico del XVI, las guerras de religión, la caza de brujas, etcétera. Aunque con pinceladas, he intentado pintar el cuadro completo. Hemos incluido también ilustraciones de época y mapas que muestran la difusión de las epidemias.

¿Qué apelativos se dio a la peste en Navarra?

-Dado que en estos siglos en Navarra la mayoría de la población hablaba euskera, sin duda se utilizó la palabra vasca "izurri" o "izorri", que, muy significativamente, sirve tanto para denominar a la peste como a cualquier epidemia. Pero como toda la documentación está escrita en lenguas romances, los nombres más habituales en ella son "mortandad", "pestilencia" y, por supuesto, "peste". Hay incluso cierta resistencia a mencionarla, como si esto pudiera traer mala suerte, y a veces se usan eufemismos como "la enfermedad de corre".

¿Cuál fue la peor epidemia de todas y cuál la que más le ha sorprendido por otros indicadores?

-Sin duda, la primera, la Peste Negra. Llegó a una Navarra superpoblada y después de varios años de hambruna. Cuando la gente comenzó a morir -lo hacían casi todos los contagiados-, no tenían ni idea de qué era aquello y, menos aún, de cómo evitarlo. La única solución que encontraron fue abandonar sus pueblos huir. Aun así, si nuestros cálculos no fallan, en dos años murieron -de hambre o de peste- más de la mitad de los navarros y navarras. Además, no se pudieron recuperar. Cada década sufrieron nuevas epidemias que se cebaron especialmente con los niños y luego con los jóvenes, segando las nuevas generaciones.

¿Cómo se comportaron los reyes y resto de instituciones?

-Durante siglos, la única solución que encontraron era rezar -creían que era un castigo de Dios- y, sobre todo, escapar. El eslogan siempre fue huir pronto, hacerlo lejos y volver tarde. Habría que añadir que el que podía. Las autoridades y los ricos lo hicieron desde el principio. Carlos III y su corte, por ejemplo, hubieron de abandonar el palacio de Olite en varias ocasiones y vagar de pueblo en pueblo. También en el siglo XVI, las autoridades y gobernantes que residen en Pamplona se escapan a Tafalla casi siempre, dejando en la ciudad uno o dos regidores para que se ocupen de las medidas antipeste. Les siguen los ricos, que se van a sus propiedades en los pueblos. Los más pobres, en cambio, no tienen a donde huir.

¿Y la iglesia?

-Al principio, monjes y frailes fallecieron en masa al vivir en comunidad. Su actitud fue fiel reflejo de la sociedad. Unos, presas del pánico, huyeron. Otros, en cambio, sacrificaron sus vidas asistiendo a los enfermos o alimentando a los pobres. En 1599, por ejemplo, cuando todas las autoridades civiles huyen, el obispo de Pamplona es el único que permanece en la ciudad. También algunos regidores del Ayuntamiento. Igualmente, muchos sacerdotes mueren en la enfermería de la Magdalena ayudando a los apestados allí recluidos.

¿En qué porcentaje o medida aproximada afectó la peste a los distintos estratos sociales?

-La Danza de la muerte que se hace popular en el arte de la época resalta el poder igualador de la peste. Esta lo mismo saca a bailar a un rey que a un mendigo. La misma reina Juana II murió apestada. Pero la verdad es que, aunque nadie estaba seguro, las cifras muestran que morían mucho más los pobres. Estaban peor alimentados, no podían pagar asistencia médica y no podían escapar. La Peste Negra debió de ser la más indiscriminada. Afectó, sin duda, a las hacinadas Pamplona, Tudela o Estella, pero también llegó hasta las aldeas más apartadas. Nadie se libró. Muchos pequeños pueblos desaparecieron para siempre y hoy solo dan nombre a aisladas ermitas como Burdindoki, Irangoiti o Eizega.

¿Cómo la soportó el pueblo en distintos momentos? ¿Qué acciones de maltrato, de señalamiento, de estigmatización ha podido identificar? ¿Y qué acciones le parece que son dignas de mencionar por ser muestras de humanidad y solidaridad?

-La historia de las epidemias de peste está llena de terribles dramas que revelan la dualidad con que podemos actuar los humanos. Esto es lo que en su día más me impresionó. En mi pueblo, Villava-Atarrabia, por ejemplo, en 1566 se llega a emparedar a una familia en su propia casa: si superan la cuarentena, no tenían a enfermedad; si no, todos al cementerio. El Valle de Roncal hizo lo mismo con el pueblo de Uztarrotze. La lista de insolidaridades es muy larga. Se llegaba a disparar sobre los que trataban de huir. En las mismas familias, los padres abandonaban a sus hijos, los esposos a sus esposas. Pero también es verdad que hubo sacrificios sublimes. En el siglo XVI, como decían en Tudela, los médicos fueron los primeros en huir. Pero, en general, como hoy en día, los sanitarios hicieron los mayores sacrificios. También la mayoría de los párrocos rurales, convertidos en líderes de sus pequeñas comunidades. En cierta manera, este libro es un homenaje a todos ellos.

Imagino que los que sufrieron las sucesivas oleadas después de la primera epidemia ya tenían la peste en el imaginario.

-Es lógico pensar que la peste dejó un profundo impacto en la memoria de la gente. Se reflejó en el arte, en la literatura y en el propio lenguaje con expresiones: huir como de la peste, apestar, echar pestes€ Navarra está llena de ermitas, altares y hasta fiestas en honor de San Roque y San Sebastián, santos protectores contra la peste. Pamplona aún rememora cuatro siglos después el Voto de las Cinco Llagas. Pero es verdad que es una memoria difusa. A la peste le siguieron otras enfermedades como la viruela, el tifus, el cólera o la gripe. Y nos terminamos olvidando de ella, a pesar de que la principal herencia que nos dejó fue el nacimiento de la sanidad pública universal, la cooperación sanitaria internacional y el desarrollo de las ciencias médicas.

¿Encuentra algún tipo de paralelismo entre esas epidemias y la que estamos viviendo ahora?

-Desde el punto de vista de la mortandad y de la debacle económica, no. No se pueden comparar. En otros aspectos, curiosamente, sí. No hemos cambiado tanto. Cuando estamos pensando en poblar Marte, llega un ser primitivo y microscópico y pone nuestro orgulloso mundo patas arriba. Y vemos que algunos comportamientos sociales no cambian: huir de zonas apestadas, ver al contagiado -sobre todo si es pobre- como una amenaza, acaparar bienes, buscar salidas individuales... Del mismo modo, coincide el sacrificio de los sanitarios, sin duda, pero también de quienes trabajan en seguridad, abastecimientos, limpieza, enterramientos, etcétera. También, hay que decirlo, de los gobernantes a quienes les ha caído el marrón de gestionar lo de todos en un momento tan crítico. Muchos problemas son los mismos: detectar la enfermedad a tiempo, aislar y atender a los enfermos, garantizar el abastecimiento y la seguridad, proteger a los más débiles... Por ello las medidas sociales tomadas son también muy parecidas. Hay que recordar que a la peste no le venció la medicina (la vacuna no se descubrió hasta el siglo XX), sino la constancia, higiene y disciplina en el cumplimiento de las medidas sociales. No lo olvidemos.

¿Alguna lección desde el pasado?

-Sí, muchas. La principal: mientras los pobres -personas y países- no estén libres del hambre y de la enfermedad, nadie estará seguro. Si no es por humanidad, al menos hagámoslo por egoísmo. Nuestros bisabuelos lo aprendieron a costa de mucho dolor y esfuerzo. Así pues, cuidemos del planeta, reforcemos la sanidad pública e impulsemos la colaboración médica internacional.

"La población navarra, que mayoritariamente hablaba euskera, llamó a la peste 'izurri' o 'izorri"

"La insolidaridad fue grande, pero también hubo sacrificios sublimes, como los de los sanitarios, igual que hoy"