a culpabilidad es como el miedo, engañosa y latente. De culpables trata Patria, cuya versión televisiva se estrenará -coronavirus mediante- el 27 de septiembre. ¿Se han dado cuenta de la fecha o es coincidencia que sea en el aniversario de los últimos asesinatos del franquismo? Me inclino a pensar que es ignorancia casual. Nace de una novela mediocre y pretenciosa que alguien quiso convertir en el relato que España necesitaba para descargar su mala conciencia y establecer una jerarquía de culpabilidades, empezando por la sociedad vasca.

Cincuenta años después, Perry Mason ha vuelto obsesionado con que “todo el mundo es culpable”. Quien haga comparaciones se decepcionará.

Regresa en forma de precuela. Antes que abogado defensor de acusados inocentes, Mason fue detective de mala muerte, desastrado, con muchas deudas y moral escasa. La producción es soberbia, con todos los ingredientes narrativos y estéticos del cine negro: gánsteres, criminales despiadados, comisarios corruptos, mujeres fatales y amores bañados en infortunio y alcohol. Ahora lo encarna Matthew Rhys, muy distinto del obeso Raymond Burr, que más tarde interpretó al primer policía discapacitado de la tele en Ironside. El tiempo da un salto atrás hasta Los Ángeles de los años 30, cuando un bebé es secuestrado y asesinado.

También va de culpables El escándalo de Christine Keeler, que emite el canal Cosmo. Aquí no hay sangre, porque tiene ingredientes más adictivos, como el sexo furtivo, el espionaje y la intriga política. Son hechos reales de la década de los 60, cuando el ministro británico Jack Profumo se vio atrapado en un trío con una joven precoz de perturbadora belleza y un espía soviético. La BBC sabe hacer arte de la historia, mientras TVE frivoliza con el triste pasado español en El Ministerio de Tiempo, que en paz descanse y sin perdón.