- ¿Cómo se ha sentido comisariando junto a sus hermanos Javier y Vicente la exposición que el Museo ICO dedica este verano a la vida y obra de su padre?

-Muy bien, muy en familia, muy a gusto. Porque era una cosa muy conocida y con un enfoque de un recorrido más por lo personal que por lo profesional. ICO ha hecho un poco de mecenas con nosotros dejándonos total libertad para construir el discurso expositivo.

¿Lo personal y lo profesional van inevitablemente unidos en el caso de su padre?

-Como en el de cualquier creador o trabajador. Cada uno enfoca sin querer del interior al exterior, y de cómo es uno sale la producción al exterior.

¿Y cómo era Sáenz de Oiza?

-Pues muy completo. Abarcaba muchos ámbitos y tenía muchas capacidades. Entonces, todo eso unido a que era muy trabajador, y a que le gustaba mucho transmitir y enseñar, pues le convierte en un personaje muy capaz y así de completo. Capaz de hacer y además de enseñar.

Era contradictorio pero de certezas claras.

-Yo diría que buscaba las certezas a base de probar con los contrarios. Su método de estudio para llegar a la mejor solución era no probarlas todas pero sí probar las mejores, para llegar a tener muy claro cuál era la definitiva. Él lo llamaba aproximaciones sucesivas. Iba descartando o probando con mucho trabajo y con mucho esfuerzo hasta que llegaba a lo que diríamos la mejor solución.

En la exposición del ICO están las artesanías, las artes, la literatura, la pintura, la escultura... Fue un arquitecto que siempre quiso fusionar disciplinas artísticas.

-No es que las fusionase sino que a lo mejor no las distinguía. Para él formaban un todo.

La poesía era para él incluso más importante casi que la técnica.

-Bueno, es que él fue en sus inicios profesor de Salubridad e Higiene en la escuela de arquitectura politécnica de Madrid, fue el primer trabajo que encontró. Y antes de eso había ido a América con una beca; en el momento en que todo el mundo estaba más predispuesto a ir la Academia de Roma, pues él fue a Chicago, Nueva York, y vio todo ese mundo tecnológico de la arquitectura de ese momento que iba muy por la técnica y la industria. Aprendió todo eso, volvió con una maleta cargada de libros muy técnicos, y luego fue profesor de Salubridad e Higiene pero siempre enfocaba ese tema desde un punto de vista muy completo: hablaba de orientación de los edificios, de ventilación natural de las estancias, de luz, de buen funcionamiento del confort...

Justo algo que hoy, en plena crisis sanitaria, se vuelve muy importante.

-Sí. Es algo que siempre ha sido importante, otra cosa es que nos hayamos olvidado de ello o no lo hayamos valorado. Pero siempre ha estado ahí. La arquitectura popular siempre lo tuvo en cuenta; el dar cal a las paredes siempre tuvo su sentido higiénico.

Su padre nació en época de otra pandemia, la de la gripe española.

-Pues sí, porque él nació en 1918. Fue el primer hijo. Su padre era arquitecto del Catastro en Sevilla y cuando iba a nacer, su madre, que era de Cáseda, decidió que fuesen a su pueblo a tenerlo para protegerse de la pandemia.

¿Cómo cree que llevaría esta crisis del coronavirus?

-Bueno, él siempre fue muy enérgico, así que me lo imagino muy luchador, muy optimista. Nunca se dejaba vencer por nada. Igual que pasó la guerra, pasó muchas carencias, y de todo se aprende. Nada le permitiría cambiar ese espíritu.

¿Le imaginaría inventando en este momento alguna solución para habitar este mundo complejo?

-Bueno, como siempre. Él nunca dejó de pensar en cómo mejorar en el habitar la especie humana, y siempre con gran respeto y gran afición por la naturaleza. Eso era lo que más nos enseñaba, el acercamiento a la naturaleza. Cuando veraneábamos en Mallorca y él tenía esas vacaciones de profesor largas de tres meses, en realidad lo que hacíamos era trasladarnos la familia allí, él seguía con su estudio, sus maquetas y sus proyectos desplegados sobre la mesa y a la vez estaba inventándose un funcionamiento para la persiana y otro para el aljibe y otro para la terraza o la cubierta de la piscina, la recogida de aguas... Era una maquinaria que estaba siempre produciendo.

Y en todo momento defendió la libertad creativa.

-Bueno, la defensa de la libertad creativa yo creo que se la debe mucho a Juan Huarte. Hemos querido mostrar en la exposición del ICO un homenaje a un gran mecenas que tiene mucho que ver en esa libertad creativa. Porque para que uno tenga libertad creativa, lo más importante es que uno sea creativo, y él lo era. Pero también que te dejen ser así de creativo.

¿Cómo fue su relación con Juan Huarte?

-Juan Huarte primero le encargó, a propuesta de Oteiza, que había conocido a mi padre en Arantzazu, que interviniese en unos sótanos en esa torre grande que divide la Castellana con Paseo de La Habana en Madrid; le dijo a este arquitecto joven, que no conocía: "A ver qué haces con estos sótanos como salas de exposiciones". Y mi padre hizo una sala de exposiciones impresionante, llena de luz, con unos techos iluminados con unas bandejas de policarbonato que distribuían y hacían la difusión del aire acondicionado... hizo un gran logro con ese sótano. Y a partir de ahí le encargó Torres Blancas y la Ciudad Blanca, y por último le encargó su casa, la de Mallorca. Juan Huarte se fiaba, se fiaba, pero al final lo más sagrado que le encargó fue lo último: su casa.

La casa, a lo que más importancia daba su padre. Ese ideal de casa-patio, de casa romana...

-Sí. Yo creo que la parte más social del trabajo del arquitecto es hacer la casa de cualquiera, entendido cualquiera como que pueden ser viviendas en torre o viviendas horizontales, viviendas mínimas para poco presupuesto, o viviendas particulares, con poca o con mucha superficie, con poco o mucho precio. Es lo más sagrado que puede hacer un arquitecto.

La literatura era clave en la vida y en el quehacer de su padre, ¿a qué autores le recuerda leyendo?

-Leía mucha poesía, como muchos en esa época. En aquel momento la poesía era muy importante, era lo que nutría de conceptos abstractos el hacer de cada uno, ya fuese arquitecto, escultor o pintor. En cualquiera de sus proyectos mi padre aspiraba a la poesía, la metáfora, al pensar más allá. Se fijaba en Lorca, machacaba toda la literatura de Borges, tenía a Rilke, el Ulises de Joyce lo repetía en la escuela incansablemente... más que como libros los tenía como sus amigos, los amigos a los que uno consulta.

Libros en los que hacía anotaciones sin parar, tengo entendido.

-Sí. Frente a tratar el libro como un objeto casi sagrado, con cuidado de no mancharlo, él en cambio lo usaba como uso yo la batidora en mi casa para hacer un puré, estrujándolo al máximo, sacándole todo lo que pudiese dar ese libro. Tenía todas las anotaciones al margen y de cada libro sacaba la ficha correspondiente para ir enseñando a los alumnos cómo aplicar esos conceptos en un sitio y en el contrario.

Un buscador incansable, como Oteiza, al que también estuvo unido.

-Sí, se conocieron en Arantzazu, Jorge era diez años mayor que él. Ahí estaban Chillida haciendo las puertas, Lucio Muñoz haciendo el ábside, los jóvenes... y Jorge Oteiza estaba ya más consolidado, mi padre le llamaba el padre de todos, y era de un poder transformador. Hizo una labor de equipo muy potente en el que cada uno desarrolló su propia personalidad pero convivieron mucho tiempo juntos y tenían unos diálogos y unos debates muy interesantes. Fueron unos personajes muy especiales, y allí se formó un caldo de cultivo de transformación de todos.

Usted es arquitecta, ¿es un legado que le ha dejado su padre?

-Bueno, una afición, yo diría que un gusanillo en el cuerpo que me ha metido desde que, de niña, le veía disfrutando y quería disfrutar ahí con él, y los otros hijos también, y se iba creando un clima de entretenimiento y de pasión por una cosa que era además muy productiva.

En sus proyectos, ¿le ve a él de alguna manera?

-¡No! Mis proyectos son cada vez más pequeños. Él pudo vivir en una época en la que se respetaba al arquitecto como cabeza pensante y uno podía tener un estudio pequeño, pero hoy casi todos los que construyen tienen que tener un estudio muy grande, más una empresa que una persona... Hoy en día, como hay tantísimos arquitectos, la capacidad de trabajar es más difícil. En su época eran muchos menos. Ahora todos los arquitectos nos conformamos casi con hacer un picaporte.

Sin embargo, su padre rehuía de la arquitectura de autor...

-Bueno, él decía eso. Que lo que quería era inventarse una cosa como la bicicleta, que nadie recuerda quién la inventó pero todos la usan. Eso le parece infalible, es una cosa que está ahí, que de verdad funciona y que no importa ni quién la ha hecho. También lo decía porque muchos tienen un estilo y un quehacer que es muy prisionero de su forma, y él sin embargo era muy libre con esa forma. Y si muchos le han llamado ecléctico es porque no le han entendido, porque no era tan ecléctico. Si te vas a sus conceptos y los abstraes un poco de esa forma, entonces entiendes que repite bastante: que va buscando esa casa-patio, que va buscando esa privacidad, que va usando los mismos elementos de bajar para entrar, comprimir el espacio para luego abrirlo... En el fondo no es ecléctico. Es ecléctico en la forma, si quieres.

Eso sí, siempre consideraba su mejor obra "la que está por hacer". Algo que refleja su nivel de autoexigencia, su búsqueda constante.

-Totalmente. No se sentía capaz de acomodarse en una situación que le permitiese dejar de luchar. El poder seguir vivo para él era seguir descubriendo e inventando cosas. Esa era su verdadera vocación, la de inventor.

"Su libertad creativa se la debe mucho a Juan Huarte. No basta con ser creativo, tienen que dejarte serlo"

"Consideraba a Jorge Oteiza 'el padre de todos', alguien con un poder transformador"

"Estrujaba los libros al máximo, sacándoles todo; los tenía como amigos a los que uno consulta"

"Le recuerdo en verano inventando soluciones para la persiana, el aljibe, la terraza, la cubierta de la piscina..."