olite - ¿Qué tal lleva Ron Lalá todos los éxitos de sus últimas obras, incluida la de esta tarde?

-Yo siempre prefiero pensar que es a otro al que le pasan las cosas. Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia. No me acuerdo de quién es la cita [Rudyard Kipling], pero me parece magnífica. Lo mejor que podemos hacer es seguir en la misma tesitura, trabajando con honradez intelectual y, por supuesto, siempre agradecidísimos al público, porque gracias a la gira que tenemos y a que se agotan las localidades podemos continuar adelante y vivir de nuestra profesión, que, al final, es el verdadero éxito.

¿Cuánto cree usted que puede aportar el teatro del Siglo de Oro al público del siglo XXI?

-Yo creo que tiene todo que decir sobre todas las cosas. No solo en España, también en Inglaterra, Francia, Italia... El siglo áureo tiene una profunda humanidad, su arte ahonda en los abismos de la naturaleza humana, y por eso es de gran actualidad. Los clásicos permanecen permanentemente novedosos porque hablan de las cuatro o cinco cosas que nos preocupan a lo largo de nuestra vida: el amor, la muerte, el honor... La condición humana no ha cambiado. Y si, además, los que nos hablan de estos son autores de la talla de Lope de Vega, Calderón, Shakespeare... creo que con eso está todo dicho.

Y de esas pocas cosas que nos preocupan ¿Qué diferencia hay entre que nos las tomemos en serio o en broma?

-La diferencia está en el tiempo. Ahora no podemos hacer bromas sobre el covid, por lo menos en una obra de teatro, pero quizá dentro de cinco años sí que podamos. Hay un momento en que nos distanciamos de los problemas que hemos sufrido y podemos reírnos de ellos. Sí bien es cierto que con la corrección política de los últimos tiempos es bastante más difícil hacer comedia. En los años sesenta, en la época de Les Luthiers, Monty Python o de Benny Hill, eran bastante más cabrones y había mucha más libertad porque había mucha menos corrección política. Si me das a elegir, yo prefiero esos tiempos y no estos.

O sea que no vivimos buenos tiempos para el humor.

-No, porque todo el mundo se ofende con mucha facilidad. Creo que es un problema muy serio el que tenemos ahora, pero dentro de unos años superaremos esta realidad y volveremos a reírnos con toda la libertad, sin poner límites al humor, que es como tiene que ser, porque el humor no tiene límites.

¿Usted es capaz de reírse de cualquier cosa o hay algún asunto que considere tabú?

-Yo no tengo problema con nada, pero entiendo que, por ejemplo, volviendo al covid, la realidad hace que yo no haga bromas sobre este asunto, porque está siendo una tragedia mundial de la que nos está costando salir. Sin embargo, defendería hasta las últimas consecuencias la libertad de quien quiera hacer humor sobre el virus. El humor es un gran aliado de la inteligencia. Desconfío mucho de la gente que no tiene humor.

¿Cree que el humor tiene algo de peligroso?

-Por supuesto, el humor es siempre un factor desestabilizador. Por algo eran los bufones aquellos que podían decirle a los reyes, en tono de humor, lo que nadie más podía; por algo los medios de comunicación censuran chistes y bromas. El humor es un gran desestabilizador de los poderes instalados, y me parece cojonudo que así sea.

¿Juan Rana es una excusa para representar entremeses o los entremeses son una excusa para hablar de Juan Rana?

-Queríamos hacer un homenaje a Cosme Pérez -que es el nombre real de Juan Rana-, porque fue un hombre muy importante del barroco, pues fue un tipo contrahecho, muy particular físicamente que frecuentaba la corte, pero al mismo tiempo era contestatario y se reía de todo el mundo. Por ejemplo, fue enjuiciado por sodomita, salió absuelto de la acusación y pocos meses después estaba haciendo una obra de teatro en la que se vestía de mujer. Esta es la libertad del humor de la que hablábamos y la que queremos defender. El arte sirve para sublimar las cosas que, como sociedad, nos conflictúan, es decir, el arte es ajeno a la moral.

¿No les da respeto trabajar con textos de escritores de la talla de Calderón, Moreto, etc?

-Da mucho respeto, pero trabajamos e investigamos muchísimo. Además, todo está hecho con la mano de Álvaro Tato que es un filólogo y un gran estudioso. Y nuestras aportaciones se basan en el respeto a las obras y el rigor, no solamente histórico, sino también literario. Nosotros acuñamos una frase: “Con respeto pero sin reverencia”. A estas grandes obras hay que tratarlas de igual a igual, aunque sepas que vas a perder el partido. Partiendo de ahí trabajamos y hacemos nuestras aportaciones sin ningún tipo de censura o prejuicio, más que el de intentar ser lo más exquisito posible encima del escenario.

¿Y se han quedado satisfechos con el trabajo?

- Pues es que nunca lo estás y siempre lo estás. Si me sentara a a contarte las distintas piezas que he dirigido, podría hacer una crítica demoledora de cada una de las obras que me han sido encomendadas dirigir. Sucede que hay un punto de partida: uno abre una puerta por la que entra al montaje y, luego, el montaje cobra vida propia y termina siendo lo que es, y uno se tiene que poner al servicio de eso. Es lo que yo llamo el arte de lo posible: uno puede tener en mente un montón de cosas que, sobre la mesa, funcionan, pero cuando llegas a la sala de ensayo resulta que tienes que modificar tal cosa y cambiar de sitio tal otra. Cuanto más cerca quede de lo que tu aspirabas, mejor, pero no exige el espectáculo perfecto; como no existe la pareja perfecta, ni la casa perfecta, ni el amigo perfecto.

El teatro es un trabajo en equipo, ¿suelen tener problemas a la hora montar las obras?

-No tenemos problemas, no. Como en tantos otros trabajos, pero en teatro especialmente, hay que dar con gente que es capaz de salirse de una mirada puramente personal de las cosas y que pueda entender el espectáculo, que es un viaje en el que todos tenemos que subirnos en el mismo tren porque todos vamos al mismo destino. Una vez encontrada este tipo de gente, lo demás es espacio de libertad para tomar de decisiones con los compañeros y hacer propuestas. Los directores dictadores no sirven, pero tampoco sirven los actores egoístas. En el teatro hay un gran trabajo de renuncia y de reconciliación. Además, como mejor salen las cosas es cuando nos sentamos todos y acordamos las propuestas según la perspectiva de director, actor, técnico de iluminación, etc. Al final es muy importante tener claro el bien común: la obra de teatro.

¿Qué tal sienta la vuelta al escenario?

-Siempre es un placer volver a Olite, que es uno de los grandes festivales que tenemos. Estamos agradecidísimos de que se pueda celebrar y ojalá podamos asumir con responsabilidad esta nueva realidad que se nos viene encima y recuperemos el carácter asambleario del teatro, que es de lo que se trata: que nos juntemos los seres humanos como habitantes de una nación para poder escuchar lo que decimos sobre nosotros mismos. Asimismo, los ámbitos de poder tienen que revisar sus prioridades: las terrazas pueden estar llenas, los aviones pueden estar llenos, pero los teatros están cerrados, cuando la cultura es más necesaria que nunca. La cultura es ahora doblemente necesaria. Es necesario reírnos y recuperar el espíritu que la pandemia nos está quitando. Por lo tanto, es un deber moral de los gobiernos hace todo lo posible por recuperar la cultura. Porque la cultura es higiene y es sanidad.

“El humor es un desestabilizador de los poderes instalados, y me parece cojonudo que sea así”

“La comedia de los 60 tenía más libertad, porque había menos corrección política”

“El humor es un gran aliado de la inteligencia, yo desconfío de las personas que no tienen sentido del humor”

Director de la compañía Ron Lalá