"Me siento más libre al piano y ante la vida en general". Así habla Josep M. Colom (Barcelona, 1947), feliz de poder actuar hoy ante público.

Viene a tocar a un festival de música clásica que celebra su primera edición en estos tiempos tan raros, lo cual es un ejemplo de coraje, ¿no le parece?

-Los organizadores tienen coraje, sin duda. Programar en estas fechas, buscar el sitio adecuado y cumplir con todos los protocolos exigidos es importante. Aun no conozco a Isabel Villanueva en persona, pero todo el mundo dice que es una excelente violista, además que una persona muy emprendedora, como acaba de demostrar con este festival.

¿Cómo ha vivido estos meses de confinamiento y crisis sanitaria?

-A nivel colectivo, con preocupación, como todo el mundo. En el ámbito personal he tenido mucha suerte porque no tengo a nadie próximo que haya sido afectado gravemente y porque el confinamiento he podido pasarlo con mis pianos, con mi compañera, con una terreza en la que da el sol. Y con libros, con una pantalla de proyección para ver óperas y películas. El mayor inconveniente que he tenido es que no he podido ver a mi nieto, que tiene ahora nueve meses, desde que tenía dos. Pero esto es un mal muy menor y espero que, si Francia no pone inconvenientes, podré ir a verlo unos pocos días después del concierto en Pamplona.

¿Y ha sufrido cancelaciones?

-Claro, de eso no se ha librado nadie, aunque tengo más aplazamientos que cancelaciones. A cambio, han salido nuevos proyectos como el concierto en Pamplona y otro en Torroella en agosto. Hay personas emprendedoras que están haciendo cosas interesantes respetando las normas de seguridad establecidas, que espero que no se eternicen, aunque eso depende ya de la naturaleza.

A muchas personas, la música, la literatura, el cine, la cultura en general les ha ayudado a soportar la ansiedad de esos meses.

-Todos hemos tenido tiempo para hacer cosas que no nos habíamos planteado porque normalmente estamos metidos en una vorágine de obligaciones. Yo, por ejemplo, he tenido tiempo de aprender piezas nuevas, de ver películas que no había podido ver, de escuchar óperas, de pasar tiempo con mi pareja... Supongo que a todo el mundo se le han presentado este tipo de oportunidades, aunque dependiendo, claro, de las circunstancias. Imagino que para personas que han tenido a alguien afectado por la enfermedad o con los niños sin colegio en una casa pequeña y sin ventilación ni sol, pues no habrá sido lo mismo, como es lógico.

Sin embargo, cuando la situación es normal, no le damos tanta importancia a la cultura.

-No sé, creo que las personas que se la dábamos se la hemos seguido dando, aunque nos hemos sentido un poco huérfanos de manifestaciones en vivo, y los que no se la daban, no creo que se la den de pronto. Cuando volvamos a la normalidad no creo que las cosas hayan cambiado mucho a nivel colectivo. No soy tan optimista.

¿Por qué decidió grabar las últimas 'Sonatas' -opus 109, 110 y 111- y 'Bagatellas' de Beethoven?

-Estas útimas sonatas se han grabado mucho. Son simbólicas, en ellas está la quinta esencia de Beethoven. Lo que quizá no se había hecho, o al menos yo no lo he visto, es añadir como prólogo a cada una de ellas dos de las seis Bagatellas opus 126. En el programa se harán al límite de duración, poniendo de manifiesto su sentido. Para Beethoven, las Bagatellas solían ser un divertimento, pero en el caso de estas en concreto la impresión que da es que son el material que no utilizó para las tres últimas Sonatas. Las publicó más tarde casi como retales. Y al tocar dos de estas Bagatellas antes de cada Sonata se pone de manifiesto que se trata del mismo mundo. Además, en los siglos XVIII y XIX era práctica común preludiar una obra grande improvisando, y como yo no me siento capaz de improvisar algo mínimamente digno que preludie a estos monumentos, me sirvo de estas piezas para hacerlo.

¿Cómo describiría estas tres últimas 'Sonatas'?

-Son indescriptibles. Están llenas de sorpresas, todo su mundo emocional y humano está ahí, desde la violencia hasta la serenidad, desde la ternura hasta la depresión, la meditación... Todo, y con transiciones en cierto modo imprevisibles, pero todo dentro de una solidez y de una lógica implacables, a pesar de los desequilibrios emocionales constantes. Su mundo era único. Si Beethoven hubiera muerto a los 35 años ya habría escrito cinco sinfonías, la Appassionata... Y habría pasado a la historia de la música sobradamente. Pero era no se podría prever lo que hubiera hecho a los 58, porque era imposible saberlo a partir de lo que había hecho 20 años antes. Es lo que tiene de genial, inaugura una manera de hacer, algo que no tiene precedentes.

Durante mucho tiempo, el acercamiento a la música de Beethoven se ha hecho con veneración, como si fuera intocable, pero esa no es la postura de Josep Colom.

-Es que a lo largo de la historia de la interpretación, y ya tenemos discografía de un siglo, grandes pianistas la abordan de distinta manera. Las grandes obras, las que siguen interesándonos y moviéndonos hoy, recibe una visión diferente de cada generación. Yo no siento veneración. Su música no es perfecta, tiene aristas, acabados imperfectos voluntarios o involuntarios, pero a la vez tiene una fuerza descomunal, que es lo que distingue su música de la de cualquier otro compositor. Y uno se deja atravesar por esa fuerza y la expresa como puede. Veneración no, pero sí admiración infinita; como también la siento por Mozart, por Bach o por Debussy.

Alguna vez ha comentado que conectó con el compositor de Bonn de muy joven.

-Sí, siendo adolescente. Yo era una persona muy reprimida y Beethoven me servía para canalizar toda esta rebeldía que no expresaba por miedo a ser criticado o censurado.

También ha afirmado que en la música clásica debería haber más improvisación.

-Absolutamente. Beethoven, por ejemplo, era un grandísimo improvisador. Igual que Mozart y Bach. La formación de los músicos entre los siglos XVII y XIX era integral. Un músico bien formado debía tener maestría tocando, improvisando y componiendo. Actualmente vivimos las consecuencias de la especialización y los compositores raramente tocan un instrumento con maestría; los intérpretes raramente sabemos componer algo decente y ni unos ni otros improvisamos. Yo lamento que lo que le falta a mi formación es la improvisación. Lo que hago en ese sentido es autodidacta y, comparado con un músico de jazz, es muy elemental; lo que pasa es que en la clásica sorprende.

Con los años seguro que se ha quitado manías y se siente más libre al piano.

-Esas manías del principio, sí, sí. Vas encontrando tu propia voz, te quitas capas y máscaras y va apareciendo tu verdadera identidad. Y me siento más libre al piano y en la vida, porque el piano no está aislado de la vida. Y me he quitado también el miedo escénico; siento responsabilidad, pero no miedo.

¿Hay algo comparable al directo?

-No, el directo es mágico. Por eso estoy tan contento de que haya iniciativas de volver al directo cuanto antes. En el confinamiento quizá nos hayamos acostumbrado a escuchar la música en casa, con grabaciones, y puede que sea cómodo y seguro, pero no es lo auténtico.

Hoy tendrá ocasión de vivir uno de esos encuentros con el público, que no debe tener miedo de acercarse a Beethoven, ¿no?

-En absoluto. De ese alejamiento parte de la culpa es nuestra por los rituales que durante mucho tiempo han rodeado a la clásica. Cuando yo era joven, el frac era obligatorio, y tampoco artista y público interactuaban. Y esta música le puede llegar a cualquiera, escucharla no requiere de ningún proceso intelectual.

"Estoy contento de que haya emprendedores organizando cosas; el directo es mágico"

"Con los años, te vas quitando manías, capas y máscaras y te sientes más libre al piano y en la vida"