Biografía. Carlos Cánovas Ciaurriz nace 1951 en Hellín (Albacete), pero reside en Pamplona desde el mismo año de su nacimiento. En los años 70 hizo su primer trabajo consistente en un documental cinematográfico y en 1972 se compra su primera cámara. En 1977 expone en la Real Sociedad Fotográfica y en los 80 realiza nuevas exposiciones dentro y fuera del Estado español, efectúa labores de recuperación de fotografías y publica su primer libro 'Fotomontaje, cartelismo y publicidad' (1984). Un año más tarde escribe un artículo sobre la historia de la fotografía en la Comunidad Foral bajo el título 'Apuntes para una historia de la fotografía de Navarra'. En 1991 realiza la exposición '4 direcciones: fotografía contemporánea española'. En 2002 lleva sus obras al Instituto Cervantes y en 2006 realiza su obra 'Paisaje anónimo', centrada en la descripción de edificios antiguos.

- El fotógrafo checo Josef Koudelka sostiene que hoy en día más importante que hacer fotografías es ordenarlas, revisarlas y darles coherencia. Construir un mundo con ellas. Para Carlos Cánovas Ciáurriz (Hellín, 1951), primer fotógrafo sobre el que ha recaído el premio Príncipe de Viana de Cultura en sus 31 ediciones, el mayor problema es la facilidad con la que se le da al botón y se acaba teniendo miles y miles de imágenes destinadas a la nada, que lo único que quizás demuestran es "la propia incompetencia de los fotógrafos". Por eso, cuando Cánovas explora en su estudio de Zizur el archivo digital de su trayectoria fotográfica almacenada en el ordenador, una frase grabada en la ventana que queda a su derecha le recuerda que "el estilo de vida nos convierte en una fotografía y las fotografías nos interpelan como si nosotros también fuésemos fotografías. Parafraseando a Slavoj Zizek, la pregunta pertinente ya no es qué deseamos, sino ¿qué quieren las fotografías de mí?". Para el galardonado esta no deja de ser una pregunta abierta que nunca obtendrá una respuesta, pero que siempre tendrá presente en cada una de sus instantánea.

Primera vez que un fotógrafo recibe el premio Príncipe de Viana. Imagino que todo el gremio se habrá sentido reconocido en cierto modo.

-Me hace muy feliz en lo personal, pero también porque considero que es un premio extensivo al colectivo de fotógrafos. Me hace ilusión pensar que el premio sea compartido.

La fotografía es cultura, historia, actualidad y muchas otras cosas más pero, ¿quiénes son los fotógrafos?

-En general, socialmente hablando, se tiene una imagen del fotógrafo que no se corresponde con la realidad. Digamos que la idea que ha prevalecido con el paso de los años es la de que es un tipo muy hábil y oportuno que está siempre en el lugar adecuado y que captura ese momento especial. Y, bueno, ese es un tipo de fotografía, pero no es la única. La que yo practico es completamente contraria: nunca estoy en el sitio adecuado, sino que tengo que localizar cuál es el lugar perfecto, y tampoco sé cuál es el momento oportuno, eso lo decido yo. Mis fotos son lentas, implican una acumulación de tiempo en el fotograma. Para mí la fotografía es un tema de reflexión, de calma, de tomar decisiones. Por otra parte, de la misma manera que dentro de la literatura está el poeta, el novelista o el ensayista, dentro de la fotografía ocurre lo mismo.

Entre la tipología de la fotografía, ¿cuál es la que usted practica?

-Está el que hace reportajes, publicidad, reportaje social... Y por último también está el fotógrafo que además quiere ser autor, que quizás es donde yo intento establecer mi terreno de juego. Esos distintos apellidos de la fotografía implican el uso de una tecnología parecida, pero nada más.

¿Qué es la fotografía desde la visión de un autor?

-Todavía estoy buscando esa respuesta. De forma inmediata diré que es un modo de vida, pero sé que es como no decir nada. Es estar ahí, es ser espectador, mirar las cosas desde una perspectiva más o menos crítica, analizar los momentos y tomar decisiones sobre cómo los quieres ver. Aunque la tecnología que yo uso sea distinta, trabajo como lo haría un pintor o un escultor. Para mí la fotografía es un arte y por lo tanto yo soy un artista, siempre teniendo en cuenta que un artista puede ser bueno o malo. Y, desde esta mira, yo no concibo la figura del artista si no es desde la responsabilidad de intentar saber el máximo de cosas, de intentar estar actualizando continuamente y de ser crítico con lo que estás haciendo.

Y, ¿qué quiere expresar con su arte?

-Quiero que los demás participen en mi experiencia. Es decir, cuando yo estoy en un rincón de la periferia de una ciudad, ya sea Pamplona, Bilbao o cualquier otro sitio, en ese lugar tengo sensaciones e incluso emociones. Cuando un fotógrafo consigue hacer llegar esas emociones a los demás, esos receptores pasan a ser también el fotógrafo. Eso es lo que realmente me interesa. Un fotógrafo con el que se me compara es Gabriele Basilico -fotógrafo y arquitecto italiano que falleció en 2013- y él habla de ser capaz de captar una experiencia y poder transmitirla. La fotografía puede tener muchos fines, pero también está la fotografía que es bella porque sí. Decía Aristóteles que una de las formas de la belleza es la asumida. El ejemplo típico sería la puesta de sol. Siempre será más hermosa al natural que en fotos. Eso es lo malo de la belleza asumida. Yo creo que los que nos movemos en el ámbito artístico tenemos la obligación de hacer crecer ese concepto de belleza, de llevarla a territorios donde no estaba o no se esperaba. Esa es la clave.

Habla de la fotografía desde una pasión muy asentada tras casi 50 años de trayectoria profesional pero, ¿siempre tuvo claro que quería que este fuera su modo de vida?

-Fue mi padre el que me introdujo en la fotografía cuando yo tenía unos cinco años. Él tenía una enfermedad incurable por aquel entonces y como estaba obligado a pasar muchas horas en casa empezó a hacer fotos de la familia para almacenar recuerdos. Cuando tenía 18 años empecé a participar en unas películas de aficionados haciendo de cámara y ahí se me puso de relieve que yo no era un hombre para trabajar en equipo. En ese momento estaba haciendo el servicio militar y fue en el año 72 cuando decidí comprarme una cámara y empezar a trabajar. Ahí tuve claro que la fotografía era algo que dependía sólo de mí mismo.

Era algo que enfocaba al ámbito profesional o lo hacía simplemente porque disfrutaba con ello.

-Entonces trabajaba como administrativo, no me lo planteaba como una forma de sustento profesional. Lo que ocurre es que esa afición te va absorbiendo cada vez más y más hasta que te das cuenta de que no puedes seguir teniendo dos amos.

No pudo ser fácil tener que decidir entre la estabilidad de un trabajo convencional y la posibilidad de hacer lo que le hacía feliz sin saber si habrá agua en esa piscina.

-Fue una decisión difícil, porque en ese momento vivir de la fotografía era estar loco. Cuando tomé esa decisión mi madre lloraba porque le parecía un error, pero fue el apoyo incansable de mi mujer el que me hizo decidirme por esta vida. A lo largo de todos estos años hemos pasado momentos mejores y peores, como todo el mundo. Pero, sin duda alguna, ha merecido la pena.

Qué tiene la fotografía que le hizo apostarlo todo por ella.

-Lo más maravilloso de la actividad artística, en este caso de la actividad fotográfica, es que soy yo, con las personas que han estado siempre ahí, y el mundo. Es algo que me hace sentir vivo, y también es una forma maravillosa de vivir. Cuando trabajas en una empresa como en la que estuve yo, grande y despersonalizada, no tienes esa sensación individual, sino todo lo contrario, sientes que eres una pieza absolutamente prescindible. Y, de hecho, así es. En cambio, el trabajo fotográfico o incluso el de copista, que es en parte gracias al que he podido vivir, representa una idea un tanto marxista de lo que es el trabajo. Tú haces el producto y tu lo colocas. Toda la cadena de en medio es totalmente tuya. Esto no quita para que vea que los chavales que estudian ahora fotografía tienen un futuro muy complicado por delante. Con la llegada de la fotografía digital, la inmensa masa de fotografías que producimos a todas horas tiene una consecuencias clara, y es la extinción del oficio del fotógrafo como lo conocíamos.

¿En qué momento cree que se encuentra la industria de la fotografía?

-Por un lado es un momento fantástico y por otro es delicado. El artista contemporáneo Joseph Beuys dijo que todo hombre un artista. En este caso, hoy todos somos fotógrafos porque todos tenemos cámaras. En ese sentido, la fotografía va a morir de éxito. No se han hecho nunca tantas fotos como las se hacen hoy. Lo que pasa es que una gran parte de esas fotografías están muy alejadas de la idea de reflexión y lentitud de la que hablaba al principio. Ahora se rige por la inmediatez, la cantidad, la velocidad y la volatilidad. El 99% de las fotos que se hacen hoy están destinadas a morir en un disco duro. Esto se aleja de la concepción de la fotografía nacida para permanecer. Quizás las personas que nos dedicamos a esto tenemos que batallar para conseguir ralentizar toda esa vorágine de millones de fotografías por segundo destinadas a la nada. También creo que, como casi todas las buenas batallas, es una batalla perdida. El esfuerzo del artista en general siempre tiene un cierto carácter patético. Nunca voy a conseguir la imagen perfecta, lucho por ella pero es una utopía. Es ridículamente patético aspirar a algo que sabes que no vas a conseguir. Pero también es lo que le da sentido a lo que hago. Es decir, yo no creo en el concepto del arte como pura diversión y nada más. Para mí tiene que ser un intento de ir un poco más allá, de tocar algo con la yema de los dedos, perderlo y volverlo a intentar otra vez.

Una idea del arte que intenta transmitir a otras generaciones de fotógrafos a los que ha podido formar.

-La lucha de quien se dedica a enseñar fotografía tiene que ir por ahí, no tanto a enseñarles a hacer lo que tú haces. A mí no me interesó nunca fabricar clones. La batalla es que entiendan que tienen una herramienta maravillosa en sus manos. Yo suelo decir, un poco en broma, que la fotografía es un don divino. Es algo que nos permite capturar trocitos de tiempo y llevárnoslo. Eso solo esta al alcance de los dioses y de los fotógrafos.

Como temía su madre el suyo es un mundo difícil, y más económicamente hablando. ¿Cómo ha conseguido vivir de su pasión?

-Ejerciendo como fotógrafo profesional en una comunidad más bien pequeña como la nuestra tienes que convertirte en un hombre orquesta. Es decir, tienes que hacer fotografías porque te lo encargan, tienes que hacer publicidad, tienes que escribir unos textos para no sé quién, tienes que dar clases y tienes que hacer copias para un museo, para una institución o para otro colega.

Se deja un poco atrás la súper especialización y se abren nuevos horizontes para hacer de esta industria algo viable.

-Yo empecé a darme cuenta de la herramienta que tenía en las manos a partir de los 80. En aquella época yo formaba parte de una generación que se denominó la de la militancia. En la generación anterior a la nuestra los fotógrafos no eran muy conscientes de la necesidad de esa militancia. En nuestra generación nos llevó a tener que dar clases, a tener que escribir y a tener que filosofar incluso sobre la fotografía. Creo que era un compromiso que implicaba esa militancia sincera en favor de una causa fotográfica que no estaba reconocida como arte. Ese reconocimiento nos obligaba a todos a un compromiso moral con ese medio. En mi generación fuimos conscientes de eso y de alguna manera nos configuró un poco a todos.

Desde esa generación de la militancia la fotografía ha dado muchas vueltas y una de sus caras en la actualidad son las redes sociales, donde usted también está activo.

-Me lo pensé mucho antes de entrar en ese mundo. Dentro de las redes sociales Facebook no me gusta y Twitter se orienta en otra dirección. La más fotográfica de las redes sociales me pareció Instagram y empecé a subir una publicación a la semana que suelo acompañar con una reflexión. Lo malo de las redes sociales es cuando se convierten en una fiebre, una locura, y te hacen perder el tiempo enormemente. Pero, si consigues no perder el norte de qué quieres y por qué lo quieres, yo creo que pueden cumplir su papel.

Generalmente las fotos que se suben a Instagram son hechas con el móvil. ¿Usted se resiste a hacerlo o a veces lo cambia por la cámara?

-Yo estoy convencido de que con el móvil se pueden hacer fotografías fantásticas porque hoy dan más calidad que las primeras cámaras digitales que tuvimos. Yo hago pocas fotos con el móvil porque llevo la cámara siempre encima. Pero no te quepa duda de que si en un momento dado no tengo la cámara a mano y el móvil sí, haré la foto con el móvil, claro. Es una herramienta más.

¿En qué proyectos está metida ahora su cámara?

-Hay un hotel en Budapest que ha decidido que va a poner cien fotografías de sus habitaciones, pero no van a ser turísticas, sino que van a ser fotografías con una pretensión de autor. Me lo encargaron sin limitaciones y ha sido mi último trabajo terminado. Más allá de esto mis series siempre están abiertas y ahora estoy trabajando una que he titulado provisionalmente Naturaleza y control. Es una vuelta de tuerca más a mi relación con la naturaleza y el modo en el que la queremos someter. Vuelve a ser lo que alguien llamó una vez una tragedia diminuta. Es decir, a nadie le importa que una planta esté olvidada en un rincón pero, de repente, un día la miras y ves que hay un ser vivo que está ahí. Me parece que hay una poesía implícita. De hecho, todo acto fotográfico o tiene una acción poética detrás o no tiene nada. Tengo más proyectos en mente, pero en estos tiempos de pandemia e incertidumbre no sé que deriva llevarán.

De hecho usted ha sido una de las personas que ha tenido que convivir con el virus en sus propias carnes.

-Así es. Al día siguiente de decretarse el estado de alarma empecé a sentir síntomas y al poco tiempo me diagnosticaron una pulmonía moderada. Unos días después mi mujer también cayó enferma y siguió mi mismo proceso por lo que nos ingresaron en el hospital donde estuvimos 10 días. En nuestro caso la historia acabó bien, pero ha sido diferente para las miles de personas que han muerto a causa del virus. Entonces empiezas a planteártelo todo, incluso tus propias creencias y el porqué de las cosas.

También dentro de esta pandemia que vivimos la fotografía juega un papel importante.

-Michel Foucault dice que la existencia humana desaparecerá del planeta como desaparece un rostro de arena en la orilla del mar. Quizás tendríamos que considerar que incluso las fotografías que hacemos con el objetivo de permanencia garantizan una duración en el tiempo de una, dos o tres generaciones más allá de nosotros mismos. El coronavirus a mí me hace pensar mucho en la en la perentoriedad, en lo relativo, en lo efímero que es todo. La fotografía es un arma contra lo efímero, pero no garantiza que nada sea para siempre. Al final todo esto es muy limitado, también la existencia humana..

"Todo acto artístico, en este caso fotográfico, o tiene una acción poética detrás o no tiene nada"

"Los artistas tenemos la obligación de hacer crecer el concepto de belleza, de llevarla donde no se esperaba"