Intérpretes: Anadine Beyer y Vadym Makarenko, violines. Programa:Le rappel des oiseaux, con obras de Rameau, Leclair, L. Boccherini, L’Abbé le fils (1727-1802), Ch.A. de Bériot (1802-1870), y R.M. Gliere (1875-1956). Programación: Semana Música Antigua de Estella, Gobierno de Navarra. Lugar: iglesia de San Miguel. Fecha: 8 de septiembre de 2020. Público: el permitido (12 euros).

madine Beyer nos deslumbró a su paso por la semana estellesa de 2014, con Vivaldi, y su grupo Gli Incogniti, (D.N. 16-9-14). En esta edición, viene acompañada de Vadym Makarenko. Ambos, de nuevo, nos han sorprendido, formando un dúo tan compenetrado, tan sólidamente unido por el concepto de sonido, interpretación e ideas, que había momentos en los que no se sabía quién tocaba qué. Y es que, Vadym -academia de música de Kiev- está a la altura de Beyer, y ha supuesto un verdadero descubrimiento. Un dúo que respira al unísono, pero, también, en el que cada uno aporta su personalidad: más libre y fantasiosa, la de ella; más asentada y racional la de él; de ahí el resultado tan equilibrado. Esa libertad de Beyer -que incluye espontaneidad en el trato con el público-, hace que nos presente un programa que rompe las costuras de la titularidad de la semana, y nos lleve hasta mediados del siglo XX. Es igual, los violines de este dúo son mágicos, y, con la excusa del título de la velada, referido al canto de los pájaros (Le rappel des oiseaux), y de que éstos se posan en cualquier lugar y en cualquier época, escuchamos barroco, clasicismo y un romanticismo más o menos encendido. Todo excelentemente interpretado, y de disfrute de la música por la música, sin etiquetas. Un programa anclado en la naturaleza -comenta la violinista- que comienza con la iglesia a oscuras, y ambos intérpretes, cada uno por una nave, como si estuvieran en distintos árboles, intercambiando trinos, prodigiosamente bien hechos, absolutamente onomatopéyicos. Esa perfección viene de una técnica impecable y depurada, con la que abordarán -ya en el escenario- el resto del repertorio. Después de los pájaros de Rameau, la sonata de Leclair nos descubre unos poderosos y cubiertos graves, en la sonoridad del violín barroco, en la que sólo parecía prevalecer el sonido más bien blanco. Pasan del tempo más lento y melancólico, al virtuosismo de la variación, muy adornada, del tema principal (Boccherini). Especial encanto tuvo la suite para dos violines de J. B. Saint-Sevein, (L’Abeé le fils), un compositor y violinista francés, que elevó la técnica del instrumento a altas cotas: una obertura de vuelo majestuoso, da paso a innumerables diálogos entre ambos instrumentos, en aires graciosos, gavota, aires de danza, y un tanto salvajes. Es de admirar el dominio de la presión sobre las cuerdas, logrando unos pianísimos increíbles, y la exactitud especular cuando se responden, literalmente, repitiendo los temas. Los siglos XIX y XX (Bériot y Gliere) no se quedan flojos en volumen, arco largo y carga romántica. No abusan del vibrato, pero lo hay; y ahondan en unos sonidos graves que llenan el espacio y el estilo hasta llevarnos a la opulencia -siempre con meridiana claridad- de una sonoridad que parece salir de más efectivos. Siempre con un color algo distinto, original, al de los instrumentistas más convencionales. Un Torelli -versionado- en pizzicato, de propina, agradeció los bravos que surgieron del público. Se despidieron, como vinieron, trinando.