- Enrique Villarreal confiesa que ha sido más fácil de lo que esperaba abrir su baúl de los recuerdos. Un recipiente creado en el barrio pamplonés de la Txantrea, lleno de buenos momentos -su socia Mamen, sus hijos y su nieto- y de malos - las drogas, la salida de Barricada y la enfermedad de su madre- y que ha acabado por dejarle ser quien es: El Drogas

¿Por qué ahora ha dicho que sí a protagonizar un documental?

-Te lo digo rápido: no tengo ni idea (risas). No sé por qué. Me da mucho reparo abrirme en canal con cualquier tipo de tema, a no ser que sea en entrevistas, pero un documental son palabras mayores. Estuve un mañana entera hablando con Natxo Leuza y acabé diciéndole que sí. Ha habido algún momento de estar a punto de dejarlo todo porque no ha sido nada fácil, pero ha habido suerte, me he mantenido con la boca cerrada y me alegro de que Natxo se haya lanzando a hacerlo.

Además, no solo es que haya dicho que sí, sino que también ha abierto su baúl de recuerdos cediendo imágenes, grabaciones y mucho contenido.

-Sí. Tanto mi socia Mamen como yo lo teníamos claro: si íbamos a hacerlo, teníamos que hacerlo con todo. Por eso tengo que decir que Natxo y su equipo nos han hecho estar muy cómodos dentro de todo lo que supone algo así.

El documental arranca diciendo que el año de nacimiento y los acontecimientos que ocurren en el mismo tiempo marcan el destino de las personas. ¿En su caso ha sido así?

-Viéndolo ahora, sí. No sé si marcan a uno mismo o chocas directamente con ellos. Yo realmente no he sido consciente, pero, unos para bien y otros para mal, los acontecimientos acaban tocándote. Somos como las bolas de los pinball que van chocando con cada cosa, algunas veces iluminando la campana y otras no, y que te mandan de un lado para otro.

Lo que es evidente es que le ha influido nacer en la Txantrea.

-Mi infancia la recuerdo con una felicidad acojonante. Desde nuestras estancias en la orilla del río hasta andar en bicicleta. Y la adolescencia también. Luego está el barrio como ese rincón que supone mi reencuentro con mi propia intimidad. La Txantrea supone para mí ese sitio donde yo me encuentro cómodo conmigo mismo.

Lo que por aquel entonces no imaginaba es que con lo que vivía en la Txantrea podía conectar con barrios de todo el Estado.

-Eso fue muy comprensible porque estaban sucediendo historias muy parecidas en todo el Estado: revueltas laborales, obreros saliendo a la calle en contra de cierre de fábricas, el convenio del Metal, las barricadas, los muertos en manifestaciones... El movimiento socio-político que había era impresionante y todo ello marcó el nacimiento del grupo. Era algo vivido de manera muy pasional.

Un movimiento socio-político muy diferente al de hoy en día. ¿Cree que Barricada habría surgido ahora?

-No lo sé. Pero yo sigo con el nombre de El Drogas aunque haya ayuntamientos que se nieguen a contratar a alguien al que le llamen así. Yo no soy responsable de que la imbecilidad de los demás, solo de la mía. Se trata de una imbecilidad que pulula encima de nuestras cabezas y que antes no era tan gráfica.

En el documental se ve a un ‘El Drogas’ menos conocido, un Enrique hijo, padre, abuelo... No habrá sido nada fácil abrirse de esa manera, ¿no?

-Ha sido más sencillo de lo que puede parecer. Por ejemplo, yo no hago pública la enfermedad del alzhéimer de mi madre para que piensen “pobrecillo”, sino para poner enfrente algo que mucha gente está viviendo. Me ha tocado vivir historias muy presentes para todo el mundo y me gusta enseñarlas porque mucha gente se encuentra demasiado sola apechugando con lo que va viviendo. A veces, es muy necesario ser consciente de que hay otra gente que está pasando por lo tuyo y es un bálsamo poder hablar de ello. A ver si hablamos más con nuestros convecinos y, sobre todo, a ver si los escuchamos más.

Hablando de apechugar con momentos malos, en la película no obvia ninguno, como haber estado enganchado a las drogas y poder salir de ese pozo junto a su ‘socia’ Mamen.

-Pero lo veo como un momento bonito. Cuando comienzas, por la ignorancia que teníamos, es la hostia: probar cosas nuevas y pensar que cada noche es la última. Con el paso del tiempo acabas enganchado a un mundo absurdo. Poder cogerme de la mano de mi socia y decirnos que vamos a salir de ahí y que tenemos un proyecto de vida precioso con unos hijos que nos lo dan todo es muy bonito. Saber reconocer eso es muy importante. Hablar de ello también es hablar de la autocensura que tenemos con el suicidio, cuando seguramente si escucháramos a muchas persona acabaríamos ayudándolas.

Por ese motivo, no hace falta ser seguidor de ‘El Drogas’ o de Barricada para conectar con muchas de las historias que cuenta.

-Así de claro. Y eso es algo que siempre me ha gustado reflejar con lo que digo. Yo me dedico a un oficio concreto que me encanta, pero a la vez me están pasado historias que todo el mundo conoce y algunos las tienen que pasar de manera solitaria. Por eso precisamente hay que hablar de todo.

A ese respecto, su hija Araia confiesa en un momento de la cinta que algunas veces no ha sido nada fácil ser la hija de ‘El Drogas’. ¿Era consciente de ello?

-Nunca, pero acabas dándote cuenta de que, desgraciadamente, ha sido así. En el caso de mi hijo mayor ha sido diferente, porque se toma la vida de otra manera, pero para ella sí le supuso un peso porque en la Txantrea, como en todo el mundo, hay gente que vive más de la envidia que de otra cosa. Nunca le ha gustado ser la hija de El Drogas, porque ella es Araia y yo soy el padre de Araia.

A pesar de contar eso, uno de los momentos más bonitos del documental es cuando cantan juntos y ella muestra el cariño que le tiene.

-Las decisiones que ella ha ido tomando con respecto a los estudios, los momentos duros del paso a la adolescencia... son situaciones que como padre has de estar. Afortunadamente, somos una familia muy matriarcal y gracias a que la socia es nuestra columna vertebral hemos podido superarlo. Yo a Araia la tengo muy a mano, me ayuda con las maquetas y podemos disfrutar juntos la una del otro.

Uno de los momentos de la historia de ‘El Drogas’ que no podían obviar era la traumática salida de Barricada.

-Sí, pero está en su momento justo. Cuando empezamos con el documental hace cuatro años, el tema estaba más candente que ahora y llegamos a la conclusión de que ahora, y más tras el reencuentro con Boni -estuvieron ocho años sin hablarse-, no hacía falta estirarlo. Es algo que está ya más allá de nuestra relación como grupo y que debía tener un trazo, pero nada más que eso.

Hay una frase muy interesante que dice Kutxi Romero en el filme que es: “El Drogas’ ha tenido que vivir toda una vida hasta conseguir ser ‘El Drogas”. ¿Está de acuerdo?

-Si lo dice Kutxi, así será (risas). Es una persona que me conoce bastante bien, porque hemos pasado muchas horas juntos y de lo que menos hemos hablado es de música. Hemos hablado de nuestras madres, porque hemos vivido el envejecimiento de esa personaje que para ti era invencible, de los hijos, de las socias y como entienden tu mundo, de libros, películas... Es más, cuando hablamos de música es para poner a parir a alguien, por lo que procuramos parar a tiempo (risas). Por todo ello, si él dice que es así, así será, porque me conoce mejor que yo mismo.

Hablando de más que música, en el documental también se ve su pasión por la literatura.

-Para escribir letras necesito leer y seguir aprendiendo. Necesito bucear por mundos por medio de la palabra. Una de mis debilidades es que para expresarme tengo que leer a otras personas. Al igual que para componer tengo que escuchar a otros grupos. Es un lujo poder confundir el oficio del hobby.