Intérpretes: J. Chauvin, violín y dirección. Emöke Barath, soprano. Lucille Richardot, contralto. Emiliano González del Toro, tenor. Philippe Jaroussky, contratenor. Programa: monográfico de Vivaldi: arias de L’Olimpiade, La Fida Ninfa, Andrómeda Liberata, Il Giustino, Juditha Triumphans, La verita in cimento, Ottone, Il Farnace y Orlando. Programación: ciclo de Baluarte. Lugar: sala principal. Fecha: 3 de octubre de 2020. Público: lleno (45, 32, 21, con rebajas).

mpezando por el final, el concierto de apertura del ciclo del Baluarte se cerró con una Primavera de las Estaciones, cantada por los cuatro solistas, acompañados por la vivísima orquesta: todos -y uno por uno, los cantantes- agradeciendo volver a los escenarios, y muy contentos, además, por el éxito alcanzado. La verdad es que se aplaudieron con fervor todas las intervenciones; casi demasiado, porque la producción del espectáculo estaba muy bien pensada, para aligerar el entrar y salir de los solistas, atacando la orquesta el aria siguiente, mientras se retiraba la intérprete anterior, obviando los aplausos de las salidas a escena, lo cual no siempre se respetó. Por otra parte, se agradece mucho contar con la traducción en supratítulos. Así que, de no dar una ópera entera, la ristra de arias -más o menos con el mismo esquema de introducción, aria, da capo…-, con cuatro intérpretes diferentes, se llevó bien. El gancho popular era Jaroussky, pero se disfrutó, igualmente, del resto del elenco. Empezando por el ensemble, de sonoridad digamos historicista, con tiempos vivos en las arias de bravura, volumen respetuoso con los cantantes, a la vez que con suficiente grosor en los graves como para arroparles. La soprano Emöke Barath fue impecable en todas sus intervenciones: voz adecuada en luminosidad, timbre y estilo, donde, como suele suceder en la voz de soprano, las agilidades revolotean sin problemas, en las arias de bravura dramática -“muerte, flagelación”, en Juditha-; y cuando el tema es melancólico y lento -Griselda-, rebosa dulzura. La voz de la contralto Lucille Richardot me pareció, al principio, un poco oscura y algo gutural, pero, me resultó interesante por su timbre un poco especial: tiene -y tiende- un dramatismo de origen que, quizás, se empeñe en resaltar demasiado en la interpretación; así en su aria “el mar tranquilo, casi sin olas…”, de Andrómeda Liberata, incide en un fraseo muy dramático, a mi juicio, excesivo, solo con dejar correr la voz, creo, bastaba. Mejor el aria de bravura Deja que tiemble, del Ottone in Villa, también un poco cargada de visceralidad, pero que va bien con la bronca al César. La mejor cualidad del tenor E. G. Toro, es que tiene una voz homogénea en todo el registro, no “falsetea” por necesidad; cuando lo hace -creo que sólo una vez, en el agudo- viene a cuento y queda bien en el fraseo. Se defiende en las agilidades -para un tenor que va con toda su voz, tremendas- y cuando canta en aria lenta -en Griselda, por ejemplo- se agradece el timbre claro, pero con cuerpo. Y del contratenor Jaoussky, no vamos a descubrir, a estas alturas, nada nuevo. Para mí, por encima de su voz, de ese timbre tan complejo -y perplejo-, está el excelente fraseo de todo lo que canta, el buen gusto que aplica a sus posibilidades tímbricas, con exhibiciones como adelgazar el sonido en algunos agudos, partiendo del, ya de por sí, volumen corto de un contratenor: un ejemplo fue el tema Gélido como el invierno, de Il Farnace, que comienza temblando en la cuerda de la orquesta, como el invierno de las estaciones, y al que Jaroussky, dio una emoción especial que se notó en el silencio del público, al ir al da capo. Espectacular, claro, en las infinitas agilidades. Los cuatro, hicieron unos muy bonitos matices en la La Veritá in cimento: ecos, un susurrando muy bello al decir Aura plácida y serena, una balsámica atmósfera que contrastaba con las tremendas arias de agilidades. Dos propinas. Y un gran éxito del concierto; con temas muy marineros, y es que la mar, en calma o brava, es como los sentimientos humanos.