Programa: El Hijo: coreografía e interpretación, D. Abreu. Música: collage. Dramaturgia: Janet Novás y Marina Wainer. Iluminación, Irene Cantero. Programación: ciclo Museo en Danza. Lugar: auditorio del Museo Universidad de Navarra. Fecha: 19 de noviembre de 2020. Público: el permitido (16 y 12 euros).

omienza la función con una escena potentísima, para mí, quizás, lo mejor de la tarde: una serie de movimientos lentos y primigenios -casi poses- del bailarín, en equilibrio sobre dos tacos de madera, exhibiendo un formidable, robusto y sólido cuerpo en una tensión inusitada, que proporciona al espectador una muy bella estatuaria, con escorzos a la altura de Mantegna -por poner el ejemplo del escorzo por excelencia: su Cristo yacente-. Son equilibrios forzados, pero nada circenses, no se trata de presumir de dificultad -que la hay- sino de la búsqueda de la máxima expresión del cuerpo humano que, en los bailarines siempre está en movimiento, aunque esté quieto. Daniel Abreu aporta, en esa tensión, balbuceos, miembros un tanto tullidos, primeros pasos o últimos. Toda esa primera serie queda reflejada en un visual de la figura, muy luminosa, sobre el suelo del escenario: un detalle muy hermoso del montaje, donde la luz, como sucede en todos los espectáculos de danza contemporánea, también juega un gran papel.

A partir de aquí, de ese impacto de pura belleza corporal, de la rotunda "fisicidad", marca del coreógrafo, Abreu va a ser mucho más críptico en su narración. Una narración que, como él mismo dice, no es lineal, sino que ofrece episodios fragmentados, más o menos espectaculares visualmente, y más o menos acertados "coreúticamente". Es espectacular la aparición en escena del bailarín enmascarado, que, aún limitándose a la presencia, impacta, máxime cuando irrumpe, también, arrastrando un ciervo muerto. El tema del ciervo es potente, desde luego, y una figura que puede remitir desde el salmo 42 (Como el ciervo que anhela las fuentes de agua clara€), hasta el amplio tema de la caza. Como la propuesta habla de padre e hijo, cabe pensar en el tema de la caza, con la que Abreu parece tener un sentimiento contradictorio, al resucitar al ciervo, acariciarlo etc. Pero, francamente, no me queda claro. Sigue Abreu creando esferas personales en torno a su danza valiéndose de la Break-dance, del buen y dominado fraseo de todo tipo de danza que ejecuta: o sea de la mencionada danza urbana, a la más lírica, -con un bajo continuo fabril sobre el que surge una hermosa melodía-; pasando por retazos de pop más o menos suelto; temblor; bello detalle de teatro de sombras en color,- de nuevo la alta calidad de los visuales-, o visiones un tanto fantasmagóricas con el ciervo "vivo"; terminando con una danza contemporánea convencional, de buena factura, con una dulce balada, de fondo.

La danza moderna autoriza al individuo a encontrar su propio gesto, un gesto profundamente original; gesto que, a veces se convierte en gesta, o sea, hechos dignos de ser recordados. Otros, por el contrario, son abandonados, o reinventados. Abreu, a mi juicio, aporta un mundo propio con algunos hallazgos como los señalados; pero, también, en muchos tramos del espectáculo, me parece -por lo escuchado, además, en algunos espectadores- que está más disperso, menos transparente de esa relación paterno-filial que trata de contarnos; más difícil de entender.