- Javier Gutiérrez y Karra Elejalde vuelven a trabajar juntos en Bajocero, una cinta carcelaria, road movie nocturna y western, “puro entretenimiento, pura acción y puro thriller con momentos de terror, que en el tercio final es tan brillante que va a dejar poso al espectador”. Así la definen ambos actores, que hablaron con Efe por videoconferencia, junto al director de la cinta Lluis Quílez, con motivo del estreno de la película el próximo 29 de enero en Netflix, saltándose el paso por salas.

Quílez (Barcelona, 1978), un realizador curtido en cortometrajes que debuta ahora en el largo, aseguró que ha estado “años” preparando el guion de esta película a la que ha llegado con “todo muy claro”. La trama, que todo el equipo pone mucho cuidado en no desvelar, se nutre de muchos casos aparecidos en la prensa en los últimos años; “digamos -apunta Quilez- que tiene algo de denuncia social”. “No se basa en ningún caso en concreto, pero la noticia del cierre de la cárcel Modelo de Barcelona -cuando era pequeño vivía a diez minutos de esa cárcel-, me encendió la lucecita sobre un asalto en un traslado de presos. El cine bebe de la realidad, eso es innegable”, aseguró.

Para el director, es “una película sobre la criminalidad, un thriller duro, seco”, que se inspira en noticias de crímenes que, en su opinión, “merecen esa denuncia social”. Bajocero no es solo un título. Es la temperatura a la que un furgón blindado que traslada de cárcel a un grupo de presos circula por un páramo. En medio de una niebla cada vez más densa, y nieve que vuelve la carretera peligrosamente intransitable, el furgón es asaltado por alguien que quiere sacar de allí a uno de los hombres.

Así comienza una carrera contrarreloj que, en palabras de Quílez, “tiene algo de road movie, también de western”, con ecos de El diablo sobre ruedas, de Steven Spielberg, que le encantó de pequeño... “Creo que Bajocero es muchas películas, también es de encierro, de tener que convivir con el otro, de suspense, de misterio...”.

Rodada en los meses más fríos en la sierra madrileña, y en la cárcel de Segovia, donde no había que simular el vaho de su aliento al hablar, los actores no recuerdan otro rodaje similar, ni tan duro. “Duro por el frío, por las condiciones climatológicas, porque el rodaje era nocturno y porque teníamos un director muy exigente, extremadamente exigente, muy duro, que nos llevaba a la extenuación”, comentó el actor asturiano, ganador de dos Goyas.

“Con Karra he hecho películas muy físicas, como Los últimos de Filipinas, y en Águila roja, a las ocho de la mañana estabas subido a un caballo dando espadazos con temperaturas muy gélidas, pero esto ha sido lo más duro y lo más complicado que he hecho jamás. El director nos llevaba al límite”. Tanto, interviene Elejalde, “que lo llamábamos Lluis Killer”.

“Les pedí salir de su zona de confort, pero creo que todo eso está en pantalla. Las cosas difíciles, si salen bien, el espectador las aprecia”, se justifica el director. La película, dice, es “trepidante, llena de sorpresas y cuando crees que ya no puede ir a más, va a más, y para conseguir eso teníamos que pasar por secuencias complejas en las que los actores se desfondan y, sí, hacen cosas que no habían hecho”.

No es la primera vez que Gutiérrez hace de policía, aunque no se siente “especialmente dotado” para la acción, pero explica que, en este caso, “al director le interesaba mucho más la mirada del personaje que los golpes o los disparos”.