Este proyecto surgió hace un tiempo cuando, con motivo de su ingreso en la RAE, organizó un ciclo en el que conocidos actores y actrices interpretaron fragmentos de grandes textos de la literatura española. En su caso, escogió el 'Cantar de Mío Cid', ¿por qué? ¿Qué significado tiene para José Luis Gómez este texto?

-El significado no es solo para José Luis Gómez, sino para la Real Academia y para el conjunto de los españoles. Es el primer testimonio escrito de la lengua que hablamos, del español, que, por una extraordinaria fortuna histórica, se ha convertido en la segunda lengua vehicular del mundo. Esto son palabras mayores. A eso se añade que con el paso del tiempo el Mío Cid ha atesorado dos cualidades. Una: que es un poema extraordinario hecho por alguien desconocido, un juglar anónimo, con un talento impresionante. Y dos: no solo es un poema apasionante, entretenido y lleno de poesía, sino que se ha convertido en un mito fundacional, en parte de la memoria colectiva española.

Y, sin embargo, apenas se ha puesto en escena.

-Se han hecho intentos muy aislados. Yo tengo noticia de dos. Uno de ellos lo hizo Paco Curto hace años y tuvo mucho mérito, pero, con todo el respeto que me merece, no estaba suficientemente asesorado fonéticamente. Y hubo otro intento de cantarlo. Es verdad que el Cantar de Mío Cid se cantaba, pero no solo eso, sino que también se mimaba, es decir, que exigía un trabajo físico extraordinario. Además, hay que tener en cuenta que en algunas obras pasa que cuando se cantan se supedita el significado de las palabras a la música. Por ejemplo, en muchas óperas clásicas no se entiende el texto. Y en este trabajo de Juglaría para el siglo XXI lo que yo he buscado es contar en lugar de cantar; porque cuando se cuenta con el tempo y el ritmo adecuados, nace una forma de canto.

En ese sentido, ¿qué me puede contar de la musicalidad de este 'Mío Cid'?

-Es extraordinaria. Yo me hago acompañar de un piano que no toca música, sino que la pianista (Helena Fernández Moreno) arranca sonidos insólitos al instrumento: desgarros, golpes de cuerda... Aparte de eso, el poema está escrito con una musicalidad verbal implícita extraordinaria.

En alguna ocasión ha comentado al respecto del canto en algunas obras que, en este caso, se ha apoyado más en la técnica que empleaban Brecht o Weill, poniendo siempre el significado de las palabras por delante. ¿Esto funciona aunque se trate de un texto de fonética medieval?

-Yo lo recito al uso medieval. En este sentido, fui asesorado y guiado por una gran medievalista y admirada compañera de la Real Academia, doña Inés Fernández Ordóñez, de la que me siento deudor. Me asesoró, me entrenó para poder hacerlo como no se ha hecho hasta ahora; es decir, con la fonética exacta del siglo XI. Y en todo momento he tenido claro que para llegar al público eso debía estar acompañado de un gran ejercicio de juglaría.

¿A qué se refiere?

-A un gran trabajo físico, yo diría que mímico. A lo largo de muchos años y desde que empecé mis estudios en la Escuela de Arte Dramático de Westfalia puse especial atención en mi expresividad física. Y apenas terminada esa etapa, y antes de entrar en el sistema de teatros alemanes, me fui a estudiar a París con Jacques Lecoq, que fue uno de los grandes maestros del siglo XX del trabajo físico. Fue, además de un gran amigo, el inductor del inolvidable Dario Fo y quien indujo al gran Giorgio Strehler a hacer Arlequino, servidor de dos amos con máscaras.

Queda claro, pues, que todo ese bagaje acumulado tras años de formación y de trabajo están aquí, en el 'Mío Cid'.

-Lo traigo todo conmigo, por supuesto.

Ha dicho que un juglar no es exactamente un actor, sino que va más allá e interpela al público e incluso a sí mismo.

-Coincide que el juglar tiene que ver con lo que hoy se conoce como el teatro postdramático, que no necesita que un actor se dedique a encarnar solo a un personaje, sino que transite de un personaje a otro. Y el juglar tenía que saltar de un suceso a otro, de un personaje a otro, de una niña a un hombre, y de ahí a una mujer. Su trabajo era como el de un pintor impresionista, de pinceladas gruesas, muy rápidas y muy precisas, y tenía que estar continuamente apelando a la emoción. Claro, para esto se requiere una formación muy compleja. Ha dado la casualidad de que yo he vivido esa formación compleja.

¿Qué descubrimientos ha realizado durante el proceso de gestación de esta puesta en escena?

-A medida que yo iba trabajando el texto, mi admirada compañera Inés empezó a sorprenderse mucho por los descubrimientos que yo iba haciendo no desde la lingüística, sino desde el lado de la oralidad, del teatro. Porque no hay que olvidar que el lugar donde mejor se emite, con el mejor sentido y el mejor sonido, una lengua es desde el escenario. Y yo durante el proceso me he dado cuenta de la necesidad que tiene un intérprete hoy de hablar no tanto para que el público oiga como para que el público vea. La capacidad de suscitar imágenes, de activar la imaginación del espectador es clave. Para lograrlo, el actor tiene que imaginar muy poderosamente antes, porque si él no lo hace, no impregna las palabras de eso. Todo esto se me ha hecho presente fruto de muchos años de trabajo y de aprendizaje. Yo me siento un eterno aprendiz.

¿Y qué cree que estas gestas de Rodrigo Díaz de Vivar le pueden decir al espectador del siglo XXI?

-En primer lugar, hay que dejar claro que este cantar de gesta es muy especial y diferente respecto a los cantares franceses. El Mío Cid tiene aspectos distintivos y muy novedosos. Por ejemplo, Rodrigo Díaz de Vivar no repara su honor arremetiendo directamente contra quienes lo han mancillado, sino que se atiende a las normas más estrictas del derecho en vigor. Es un hombre de derecho y tiene unos rasgos humanos extraordinarios. Ahí están el respeto que manifiesta hacia su mujer y hacia sus hijas, la lealtad a su rey, que lo ha desterrado injustamente... Tiene una serie de virtudes que son muy deseables en la vida personal de cualquier individuo.

Ha afirmado que este personaje tiene que ver con sus raíces, con su identidad.

-Como sabe, yo nací en Huelva y me siento un andaluz. Vuelvo con gusto a mi tierra y al poco tiempo de estar allí vuelvo a hablar con acento. Pero no soy andalucista, sino que me siento parte de una entidad más grande, que es España. Me siento un patriota, pero un patriota constitucional, un hombre ama a su país y que ha querido aportarle y quiere seguir aportándole algo desde su trabajo. Esa para mí es la mayor enseñanza del Cid. Por otra parte, estamos en un momento histórico tan importante, en el que, merced a la pandemia, nos hemos dado cuenta de que nos necesitamos urgentemente unos a otros, que tenemos que luchar contra la desigualdad creciente y que tenemos que establecer las bases de una buena convivencia. Pero, sin duda, la prioridad es luchar contra la desigualdad; estamos viviendo una verdadera catástrofe humanitaria.

¿Qué sociedad veremos cuando se despeje esta niebla de la pandemia?

-No sé, este es un momento en el que o reaccionamos y cambiamos o vamos directamente a la catástrofe. La pandemia está aquí, pero es que el cambio climático sigue ahí. A qué estamos esperando. Ha habido un presidente de Estados Unidos que lo negaba; también en España hay algunos que lo niegan. ¡Dios mío! ¡Dónde vamos! Tenemos que cambiar, no nos queda otra, y ser mucho más solidarios.