Hasta el próximo día 5, Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974) imparte en la Escuela Navarra de Teatro un taller titulado Los materiales, en el que plantea la actuación como una relación entre elementos que vandesde la palabra hasta el cuerpo, el tiempo, el espacio, la presencia... Como autor, entre sus obras destacan Muda, Ahora, Los ojos o La Distancia, entre otras, y, como director, con La piedra oscura, de Alberto Conejero, obtuvo el Max a la mejor dirección y mejor espectáculo.

Tiene una larga experiencia impartiendo clases, ¿emplea un método muy concreto o espera a ver el grupo de personas con las que se va a encontrar?

-No es que sea un método muy concreto, pero después de años dando clases sí hay cosas que se van repitiendo casi como una necesidad. En este caso también fue así. El punto de partida siempre es preguntarse qué es el teatro como si no lo supiéramos de antemamo. Se trata de hacer la pregunta e intentar redescubrirlo en la respuesta; no contestando con algo que ya sabemos de antemano, sino tratando de mirarlo con ojos nuevos. Y una vez que llegamos a acuerdos, que aparecen ideas en común que no tienen que ver con el mundo de la opinión, sino que son cosas en las que todo el grupo coincide, entonces vemos qué es pertinente entrenar; qué cosas hacen falta para trabajar en un dispositivo específico.

La mirada parece tener mucha importancia.

-Muchos de los ejercicios que hacemos tienen que ver, precisamente, con entrenar la mirada y establecer su relación con la palabra. Aquello que vemos es lo que podemos nombrar con la mayor precisión posible. En este caso, se trata de nombrar con la mayor precisión posible eso que hacemos, que nos reúne, que es el teatro.

Habitualmente, ¿cuáles son esos lugares comunes, esos acuerdos a los que llegan en las clases?

-Que no hay teatro sin un espacio y un tiempo común para una mirada que llega. La materia prima del teatro es la mirada del espectador. Si no hay espectador, no hay teatro; el teatro empieza ahí. Esto parece una obviedad, sin embargo, a la hora de preparar las funciones, esto no se trabaja del todo. Siempre se trabaja con el texto. Vivimos en Occidente y el texto tiene un peso muy importante y a veces eso hace olvidar los otros materiales. Por eso el taller se llama así, para igualar, para poner al mismo nivel el espacio, la palabra y la mirada.

Creo que de algunos de sus talleres han salido ideas para futuros montajes. ¿Qué le aporta este contacto, este intercambio?

-Primero, me permite seguir haciéndome preguntas sobre lo que hago para que no se cristalice. Es muy fácil caer en la costumbre y empezar a repetir fórmulas y a acomodarse en ciertas cosas que funcionan. Y ahí es cuando muere el teatro, porque otro de sus materiales fundamentales es el presente. Y el presente es pura imprevisibilidad y debemos intentar que el teatro tenga un vínculo con eso. Pero eso, claro, depende de nuestra voluntad. Uno puede tener un elefante al lado y no querer verlo. Por eso cada taller es la oportunidad de volver a preguntarme algunas cosas y de redescubrir otras a través de la mirada de las chicas y de los chicos.

¿Y recibe muchas respuestas o le surgen aun más preguntas?

-Siempre surgen preguntas y cada respuesta que aparece es provisional. Uno puede creer con fuerza en ciertas cosas durante un tiempo y luego soltarlas con ligereza, como decía Peter Brook.

Menuda idea para este mundo polarizado en el que todas las opiniones son categóricas y apenas importan las de los demás.

-La vehemencia no está mal, hay que poder creer en algo, pero hay que saber que siempre hay otros modos. Y poder pensar las cosas más desde una ética que desde una moral. Vivimos tiempos extremadamente moralistas, de repente hay muchos juicios acerca del bien y del mal y una censura moral constante, por ejemplo con todo esto de las mascarillas. Y el teatro no tiene moral porque es presente y va sucediendo. No es que sea inmoral, es amoral. Sí está en el orden de lo ético, y se puede decidir si es bueno o no para una situación determinada.

¿Cómo era Pablo Messiez como alumno?

-Qué curioso que me pregunte esto, porque cuando di la primera clase aquí me encontré con un grupo de gente muy entregada, lo cual es maravilloso, y por primera vez me acordé de mí cuando estudiaba. No me había pasado hasta ahora y seguramente tendrá que ver con que ahora soy mayor y la diferencia de edad con quienes hago las clases es mayor. Me identifico con todas esas ganas. Ser testigo de la voluntad de poner en práctica un deseo siempre es muy conmovedor.

Habla de deseo, una palabra, un concepto clave en todo su trabajo.

-Supongo que pasa con todas las actividades, pero en la nuestra en particular salta muy a la vista cuando algo está hecho por un motivo u otro. El deseo, la necesidad es lo que define que puedas estar ahí plenamente. Escucho mucho al deseo, y entre las preguntas que siempre me hago está la de si quiero seguir dedicándome a esto. Si no, es mejor dejarlo.

¿Y no sería rendirse?

-¡No! Hay muchas cosas hermosas para hacer en el mundo y no sé si voy a estar toda la vida haciendo teatro. Ahora mismo me da mucho placer y cumple mis deseos, pero, por ejemplo, si esto de trabajar con mascarilla y demás siguiera un par de años más, no estoy seguro de que siguiera. Mi experiencia del teatro con mascarilla es más desasosegante que placentera; me cuesta mucho. Esta cosa material que hay entre las personas no me divierte. Volvemos a lo del deseo, me tendría que plantear si esto de esta manera es bueno para mí o atenua mi potencia y es mejor que me vaya a escribir al campo o a hacer cualquier otra cosa que no sea artística.

Por lo que comenta, el binomio teatro-pandemia no lo está llevando demasiado bien.

-Lo que no quiero es hacer como que no está. Mi próximo estreno grande lo postergué para el 2022 porque confío en que entonces ya podremos trabajar. Respecto a las clases, este es el primer taller que hago con mascarilla y todos nos vamos adaptando, pero sé que no daré la cantidad de clases que daba antes. Es agotador llevar la mascarilla todo el tiempo. Sí, lo llevo mal (rie). Normalmente tiendo a ser muy optimista y a convertir los obstáculos en medios, pero no sé qué pasa este año que me está costando un poco más, no tanto por lo que estoy haciendo ahora, sino a futuro. Ya tuve un montón de cancelaciones el año pasado y ahora me da un poco de vértigo proyectar sobre arenas movedizas. En realidad, creo que la desazón con la pandemia también tiene que ver con que hay un cierto descuido de unas actividades respecto a otras.

La cultura ya no era prioritaria antes de la pandemia, así que ahora...

-Sí. Pero no pasa solo con la cultura. Se dice ‘la salud es lo primero’, vale, pero como si la salud fuera solo el cuerpo. Flipo un montón con lo mucho que se ha descuidado la salud mental y la herida que toda esta situación nos está generando. Y luego es verdad que dependiendo de qué lugar ocupa una actividad en el mercado, se le presta más o menos atención. En ese sentido, la pandemia está siendo una especie de lupa sobre el horror de sociedad que somos, sobre cuáles son las prioridades. Ya lo sabíamos de antes, pero de repente da mucha pena.

¿Cuál es el estreno que ha aplazado?

-Se titula La voluntad de creer y es una función sobre la relación entre la voluntad y la fe. No tiene que ver con Juana de Arco, pero el título está sacado de una de las declaraciones de su juicio; de cuando le preguntaron cómo sabía que esa voz que escuchaba era de un ángel y ella dijo ‘porque tuve la voluntad de creerlo’. Es un modo brillante de referirse a la creencia; poniendo primero la voluntad.

Es un modo de estar en el mundo.

-Sí, y es un modo de hacer teatro también; tener la voluntad de crear.

¿Y qué me dice de lo que algunos de sus colegas han hecho durante estos meses a través de las nuevas tecnologías? ¿Eso es teatro?

-Poner una cámara para filmar un espectáculo que ha sido concebido para el espacio escénico es deprimente. Si vamos a hacer streaming, hagámoslo bien y veamos qué posibilidades, que son muchas, tiene ese medio expresivo que seguramente está más cerca de la televisión en vivo que del teatro. Se trata de conocer los medios de producción y sacarles partido. En Hacia un teatro pobre, Grotowski decía que él quería ver un teatro que solo pudiera suceder en el teatro. Y esto sirve también para cualquier medio, porque uno disfruta mucho cuando está viendo puro cine, o cuando lee un libro y piensa que nunca podrá ser una película ni nada más porque es literatura de la buena que está trabajando directamente con su sistema nervioso. A la hora de usar un medio, deberíamos rendirle culto con lo que hacemos.

Cuando escribe lo hace de una manera muy viva, sin mapa ni brújula.

-Sí. No sé hacerlo de otra manera, no es que esté orgulloso y hasta hace un tiempo lo veía con bastante culpa porque sentía que me faltaban herramientas. Luego, como fui estrenando obras que fueron gustando, ya me quedé más tranquilo. Y lo que ya me marcó fue la frase de Duras que dice ‘uno escribe para saber qué escribiría si escribiera’. Es el colmo de no saber, de lanzarse a la escritura. Además, me gusta que en mi escritura esté presente el azar. A veces escribo cosas y las mezclo con otras casi con ingenuidad, como un niño, y la composición va tomando forma, pero no exclusivamente por mi voluntad, o, en todo caso, como dice Bacon, por la voluntad de perder la voluntad.

Está trabajando también con Silvia Pérez Cruz.

-Sí, ojalá se pueda hacer. Ella es increíble, maravillosa. Recibí su llamada como un regalo, ya la admiraba antes, y aunque apenas hemos compartido unas pocas jornadas de trabajo, confirmé lo que ya se ve en el escenario. Es una artista que realmente está haciendo lo que necesita hacer.

Volvemos y terminamos con la voluntad, con el deseo. ¿Deberíamos estar todos más atentos a nuestros deseos?

-Me cuesta hablar en general. Primero, creo que es muy difícil darnos cuenta de lo que queremos, pero cuando damos con alguna pista, eso es un tesoro. Saber que te gusta hacer determinada cosa es una especie de salvavidas dentro de toda la locura que nos rodea, así que está bien escuchar ese deseo, sí.