El dramaturgo navarro Víctor Iriarte acaba de publicar de la mano de Artezblai la obra Budapest. Un silencio atronador, con la que en diciembre obtuvo el Premio Lope de Vega, el más antiguo y prestigioso del Estado, que convoca el Ayuntamiento de Madrid desde 1932. En el texto teatral, el autor cuenta la gesta de Ángel Sanz Briz, diplomático natural de Zaragoza que en 1944 salvó a casi 5.000 judíos de una muerte segura durante su estancia como encargado de negocios de la embajada de España en Budapest. Cifra que se incrementa hasta 30.000 si se tiene en cuenta la operación conjunta llevada a cabo en la capital húngara con delegaciones de otros países neutrales en la Segunda Guerra Mundial.

Los acontecimientos protagonizados por Sanz Briz apenas son conocidos, en gran medida por el sigilo que mantuvo él durante toda su vida. De hecho, cuando falleció en 1980, siendo embajador de España en el Vaticano, su mujer, Adela Quijano, descubrió que el Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá había nombrado a su marido Justo de las Naciones en los 60. Ese silencio ha sido “una obsesión” para Víctor Iriarte durante años, tal y como comentó el periodista durante la presentación del volumen ante los medios en el Gayarre, en un acto en el que estuvo acompañado de la directora del teatro pamplonés, Grego Navarro.

‘Leer para crear’

Precisamente, esta recordó que en la base de esta monumental obra de teatro, que cuenta con 70 personajes y en escena tendría una duración de seis horas, está la sesión que Iriarte ofreció en este escenario en 2013 dentro del ciclo Leer para crear, en la que expuso el proceso de creación del texto.

Navarro comentó, asimismo, que que esto “no solo es una obra de teatro, sino un canto a la valentía de un diplomático que se atrevió a salvar a miles de judíos”, jugándose su propia vida. Y la directora del Gayarre destacó la aparición del propio autor como un personaje más que aporta contexto y “explica los trucos dramatúrgicos a alguien -una figurante- que le interpela”, y con quien mantiene diálogos marcados por el sentido del humor. “Esto es lo que se llama narrativas de autoficción”, apuntó el dramaturgo, y puso algunos ejemplos recientes donde se ha puesto en práctica este recurso como Los Gondra, de Borja Ortiz de Gondra.

Hungría, marzo de 1944

Casi tres décadas llevaba esta historia en la cabeza de Víctor Iriarte cuando en 2010 se decidió a ponerla en negro sobre blanco. Entonces “traté de escribir lo que pasó”; después se alejó y vio que había “cosas, puntos ciegos, sombras”. “Ahí es donde un historia se frena porque lo que escribe debe ajustarse a una documentación... Y a mí me llamaban los héroes de esta peripecia que salvó a 35.000 personas”. Una hazaña a la que siguió la “segunda vuelta de tuerca” de la historia, que es ese silencio de Sanz Briz.

Eso sí, pese a no ser historiador, el autor ha sido consciente en todo momento de que “ escribía sobre personas que habían existido”. “Sentía la responsabilidad y quería ser honesto y dejarle claro al espectador lo que sabemos que ocurrió y proponerle a la vez lo que yo creo que sucedió”, en aquellos capítulos de los que no existen pruebas documentales.

La trama principal de la obra discurre en Budapest entre marzo de 1944 y enero de 1945. En la primera fecha se produjo en Hungría, “que hasta entonces solo mandaba tropas contra los rusos”, un golpe de estado liderado por pronazis con el que se inició “la última gran masacre de la guerra”, con más de 500.000 personas conducidas en trenes a las cámaras de gas.

“En ese momento, las cinco embajadas de los países declarados neutrales -España, Vaticano, Suecia, Suiza y Portugal-, además de la Cruz Roja Internacional empezaron a moverse”, cuenta Iriarte.

Al poco, el embajador español Miguel Ángel Muguiro tuvo que abandonar la ciudad por un conflicto diplomático, dejando a Sanz Briz, “que apenas tenía experiencia”, solo al frente de la legación. Y comenzó a realizar una serie de operaciones que implicaba mentir a los alemanes, a los húngaros nazis, al Gobierno de Madrid... Empleó añagazas y medias verdades; por ejemplo, nunca habló de judíos ante las autoridades, sino de ciudadanos españoles”, ya que se basó en un decreto ley promulgado por Primo de Rivera que permitía pedir la nacionalidad española a los sefardíes para emitir cientos de pasaportes colectivos y unas 3.000 cartas de protección diplomática. La única pega era que esa ley se había derogado 14 años antes, solo que allí nadie lo sabía.

A la vez que expedía esa documentación, alquiló cientos de apartamentos para alojar a las/os protegidas/os. “En esas casas colgaba la bandera española y colgaba carteles diciendo que eran anejas a la sede diplomática”. Así hasta que en noviembre se produjo un segundo golpe de estado aun más radical. “En aquel momento, Sanz Briz había recibido órdenes de Madrid para que regresara a casa, y se marchó, pero sin decir nada y sin cerrar la embajada”.

Y llega “la gran mentira”

En su lugar apareció “una figura muy interesante”, el “falso cónsul” Giorgio -Jorge para el gobierno húngaro- Perlasca. “Era un fascista italiano que había combatido en Abisinia y en la Guerra Civil española y que no quería volver a Italia a pegar tiros por los de Mussolini”, y que colaboró con la embajada española.

Lo que ocurre es que Perlasca con los años sí que habló de lo sucedido en Budapest “y dijo que la idea del falso cónsul fue suya, pero yo creo que no, que fue de Sanz Briz”, afirma Iriarte, que aquí juega su principal hipótesis sobre lo sucedido.

“Investigando, me di cuenta de que lo que pasó en los 45 días que van desde mediados de noviembre de 1944 y finales de enero de 1945 no pudo urdirse sin la complicidad del resto de embajadas y del personal de la legación española”. Además, hay para el autor un documento “clave” que lo demuestra, que es una protesta diplomática contra la mal llamada evacuación de los judíos que rubricaron todas las embajadas neutrales en noviembre de 1944, “y que Perlasca firmó en sustitución de Sanz Briz”. Eso, en su opinión, no se pudo hacer sin que todos estuvieran metidos en la misma estrategia.

“Sanz Briz sabía que si cerraba la embajada y se iba, las casi 3.000 cartas de protección expedidas no servirían de nada, así que lo hizo de esta manera”. Y ante la falta de evidencias, Iriarte responde: “Esto es como los agujeros negros, no se pueden ver, pero sabes que están ahí por cómo se mueven los elementos de su entorno”.

El escritor navarro rompe con este libro el silencio de un hombre que salvó miles de vidas. Seguramente fue una maniobra de supervivencia. “Hay que tener en cuenta que en 1945 Franco fusilaba con asiduidad y que muchas personas eran encarceladas y sus familias eran desposeídas de sus propiedades”, señala. Y cuenta que a sus hijos les ha enorgullecido conocer lo que hizo su padre. “A Oskar Schindler le hizo famoso Spielberg, no sé cómo no hay calles en todas las ciudades de España con el nombre de Sanz Briz”, exhorta Iriarte, que revela cómo ese silencio atronador se extendió a todos los que participaron en aquellas operaciones de salvamento. “Ninguno tuvo luego una carrera exitosa”.