Aunque quizá el cuadro más conocido en Navarra sobre quien estuvo llamado a ser rey y nunca lo consiguió sea El príncipe don Carlos de Viana, pintado en 1881 por un jovencísimo José Moreno Carbonero de apenas 21 años, hay otro en Granada, contemporáneo suyo, titulado La muerte del Príncipe de Viana, obra del alicantino Vicente Poveda y Juan, datado en 1887, que tiene un enorme significado por diferentes motivos, destacando, desde luego, su temática y ubicación.

Ambas obras presentan mucho en común, pero también grandes diferencias. Las dos pertenecen a un momento, finales del siglo XIX, en el que la pintura centrada en momentos y personajes históricos estaba muy de moda, y la vida desgraciada de quien hubiera sido rey de Navarra inspiró mucho material artístico, y no solo en artes plásticas, sino también en literatura.

Los dos cuadros mencionados tienen, además, una componente psicológica importante. En el de Moreno Carbonero (Málaga, 1860-Madrid, 1942) el príncipe Carlos aparece abatido en una silla-trono, con una enorme biblioteca detrás y un galgo tumbado a sus pies. Una escena que a los ciudadanos de Navarra se les hace familiar porque la conocen desde la escuela. Está retratado en su exilio en un convento de Mesina (Italia) y su ceño, pensativo y agobiado, viene a corresponder al "de los tristes destinos". El de Poveda (Petrer, Alicante, 1857-Roma, 1935) es mucho más trágico: un príncipe de piel cerúlea de apenas cuarenta años de edad yace cadáver en un salón del Palacio Real de Barcelona, donde se ubica la escena, con una treintena de personajes a su alrededor, incluidos entre ellos su hermana Blanca, retratada de hermosísimo modo, su padre Juan de Aragón, quien lo apartó de la Corona, y su hermanastro Fernando, quien acabaría siendo rey de España bajo el nombre de Fernando el Católico, además del obispo Juan Margarit y otras personalidades que aún se continúa investigando quiénes son.

También tienen en común ambas pinturas los reconocimientos que lograron nada más presentarse. La obra más conocida en Navarra, que cuelga de la Antesala del Salón del Trono, logró una primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881, y la que se exhibe en Granada, nada menos que presidiendo el Salón de Rectores, popularmente conocido como Salón Rojo, la tercera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887.

Pero las separan, sobre todo, el tamaño (la de Navarra mide poco más de seis metros cuadrados; casi quince la de Granada), y desde luego el hecho de que, aunque ambas son propiedad del Museo de Prado, la UGR tiene la obra original en depósito o cesión, mientras que la que cuelga en el Palacio de Navarra es una copia del original de Moreno Carbonero, durante años atribuida a Verdugo Landi, mientras que recientes investigaciones reflejadas en el libro Arte y artistas en el Palacio de Navarra, de Ignacio J. Urricelqui, parecen conceder la autoría al cordobés Adolfo Lozano.

VARIOS MESES DE OBRAS

El caso es que el Príncipe de Viana que tan trágicamente muerto aparece en la pintura del salón granadino, epicentro de la vida protocolaria de la UGR y ubicado en el imponente Hospital Real, que es la sede central de la Universidad, vuelve ahora a la vida, eso sí, pictóricamente hablando. Porque en estos días se le está sometiendo a una profunda y meticulosa restauración y tiene por delante un futuro espléndido, ya que cuando acaben las obras se colgará de nuevo en su privilegiado emplazamiento, pero se musealizará, se le mejorarán la iluminación y la estructura de sujeción al muro y quedará, solo que con el profundo estudio que se le está realizando ahora mismo ya consolidado, de nuevo de cara al público. Esto sucederá en apenas dos o tres meses, así que hay una nueva y estupenda excusa para conocer la más que atractiva ciudad andaluza.

El cuadro, según la directora del proyecto de restauración, Teresa Espejo, de la universidad granadina, tenía como principal alteración "un desconchado en la parte inferior del lienzo que había provocado una bolsa, con lo que parte de la capa de policromía había perdido conexión con el soporte. También presentaba levantamientos puntuales, la tela está rota principalmente en las esquinas, hay algunos desgarros, arañazos y repintados, un barniz oxidado y una suciedad superficial muy extendida". La intervención será poco agresiva, de acuerdo a la filosofía actual, pero devolverá a esta obra, que está fechada en Roma, ciudad en la que se pintó, todo su esplendor. Que es mucho, porque el cuadro realmente impresiona, tanto cuando se mira de lejos, que es para lo que fue concebido, como cuando se acerca la vista, momento en el que se descubren mil y un meticulosos y emocionantes detalles.

Después de un profundo estudio técnico que duró dos meses, a mediados de marzo la obra de Poveda y Juan se descolgó de su emplazamiento y comenzó la intervención propiamente dicha, que terminará en aproximadamente tres meses. No se sabe muy bien, dadas sus enormes dimensiones, cómo entró el cuadro en el Salón Rojo, se supone que fuera de su bastidor y enrollado, pero ahora se ha optado directamente por no sacarlo, así que los trabajos se realizan in situ a cargo de un equipo tan amplio como multidisciplinar. Cuando concluyan volverá a su lugar de origen y su contemplación será posible para cualquier interesado, "porque el Salón de Rectores está generalmente abierto, y cualquier visita al Hospital Real de Granada, donde se ubica este salón, incluye una visita al mismo, además de existir la posibilidad de concertar otro tipo de visitas a través de la web de Patrimonio", dice Espejo.

La vida de esta obra ha sido curiosa hasta llegar al que parece su destino definitivo, ya que aunque no se sabe bien por qué se eligió este cuadro, con un personaje histórico como tema central muy alejado de la realidad granadina, sí que es cierto que hoy por hoy se ha ganado a pulso, por su calidad, un hueco importante en tan linajuda ubicación. "La única conexión que se me ocurre es que en el lienzo aparece Fernando el Católico, que sí que tiene una evidente relación con Granada", dice Víctor Medina, vicerrector de Patrimonio de la UGR. Sea como fuere, la pintura se ha ganado su sitio por sí misma. "Hoy en día es imprescindible en este lugar", dice Espejo, "y de hecho, ya cuando lo bajábamos había gente preguntando cuándo se iba a colgar de nuevo. Pasan por el Salón muchos que nos dicen, ¿cómo vais, cuándo termináis? Es que el cuadro se ha convertido en una parte muy importante de ese espacio tan especial que es el Salón de Rectores". Y añade: "También resulta impresionante ver cómo en las fotos de todas las tomas de posesión, grandes reuniones, actos protocolarios y académicos destacados, etc., ahí está el cuadro, en el centro, y desde hace muchos años", concluye.

La pintura de Poveda y Juan tuvo existencia plácida antes de llegar a la UGR, institución que, por otra parte, presenta una larga tradición de recepción en depósito de obras del Museo del Prado (en la actualidad dispone de once, de las que cuatro pertenecen a la remesa original que llegó al centro educativo granadino por primera vez en 1881, dando origen a una fecunda relación con la pinacoteca madrileña). Su autor lo pintó en 1887 durante una estancia en Roma. En 1888 el Estado lo compró por Orden Ministerial, y ese mismo año, también por Orden Ministerial, llegó a Granada. Desde entonces, y hasta otra Orden Ministerial de casi un siglo más tarde, en este caso de 1979, estuvo en los depósitos del Museo de Bellas Artes de la ciudad nazarí, hasta que ocupó su actual ubicación en 1981. Hoy, forma parte de la vida sentimental y académica de la UGR.

"La muerte del Príncipe de Viana" es, además, muy moderno en su ejecución, y está elaborado "con una técnica exquisita", según Espejo. Se trata de una obra importante y muy querida en la universidad, cuya restauración, recuerda el vicerrector Víctor Medina, se engloba en un ambicioso plan para la celebración en 2031 de los quinientos años de la universidad granadina, fundada por Carlos V. "Hay actos que se presentarán en el momento, pero muchos de ellos, como es este caso, han comenzado con la antelación suficiente", añade.

De momento, ver a los expertos empapelando las zonas que están más expuestas, limpiando, preparando trozos de lino belga (el de mayor calidad en la actualidad) para reponer la tela de los lugares donde falta, y devolviéndole la vida poco a poco a ese príncipe navarro que yace reverenciado y cubierto por una fina sábana blanca, resulta una experiencia impresionante. Como observar despacio los rostros de la comitiva, los detalles de decoración, los ropajes, los gestos y expresiones, y los mil y un recovecos que presenta, de los que se saben cada vez más cosas. Y cuando resucite del todo, este cuadro merece ser mucho más conocido en Navarra, porque calidad, historia y ahora también conocimiento, no le faltan.