Billie Eilish, la traviesa reina del pop gótico de la Generación Z, se ha hecho mayor a los 19 años en su segundo disco, Happier Than Ever, publicado ayer en todo el mundo. Así lo certifica el título de uno de los temas y también el tono general del álbum, una larga nana de ecos elegantes y electrónicos.

Hay poco de inmediato en esta segunda entrega en formato largo de la artista estadounidense, que rehúye los patrones que llevaron su debut, When We All Fall Asleep, Where Do We Go? (2019), a convertirse en el premio Grammy al mejor álbum. Y el título (”más feliz que nunca”, en español) marca un punto y aparte. En esa línea, hasta su imagen ha cambiado en este lapso de tiempo. Del rompedor cabello negro, verde, grisáceo o azulado y las sudaderas XXL, Eilish aparece ahora con el cabello platino.

En los 16 cortes que jalonan el nuevo álbum, mantiene su capacidad hipnótica y una voz singular, personal, aún ácida y comprometida solo con sus valores y circunstancias vitales y musicales. Ciñendo el análisis únicamente a su capacidad como narradora, aparece una escritora irónica desde el corte inaugural del álbum, Getting Older, en el que es capaz de resumir en pocos versos cómo ha sido su súbito encuentro con la fama, el tema en el que más abunda en las canciones, sin soslayar el acoso que sufrió durante meses por parte de un hombre.

En cuanto a los sonidos, el susurro del que ha hecho marca desde el inicio se hace fuerte en un estilo más jazzístico y menos pop, más próximo al contoneo de la bossa nova, con melodías brillantes, mientras de fondo florecen leves apuntes electrónicos que le dan a todo el conjunto una pátina de delicadeza y de la madurez que predica.