- “Creo en los fantasmas, pertenecen al pasado, pero se aparecen en el presente”, confiesa a Efe el escritor Sergio Del Molino quien, en su último libro, Atlas sentimental de la España Vacía, recupera un buen número de espectros que elige, como hace también con los lugares de los que se ocupa, según su capricho.

“El libro no quiere justificarse, busco divagar, encontrar sitios que solo tienen en común entre sí que son excéntricos, lejanos a la centralidad”, relata, antes de reconocer que, “al final ha quedado un libro de viajes muy caprichoso, hecho de desvíos, que pierde el hilo continuamente. Ese tipo de libro caprichoso me encanta”.

Atlas Sentimental de la España Vacía, publicado por GeoPlaneta con ilustraciones de Ana Bustelo, “recoge 32 historias que nos transportan a las provincias que conforman la zona más despoblada de España”, según informa la contraportada. Pero en realidad, y aunque su título remita al territorio, el libro está centrado en buena medida en multitud de personajes, verdaderos protagonistas del texto.

Así, Víctor Manuel, Adolfo Suárez o Félix Rodríguez de la Fuente figuran en sus páginas junto a otros menos conocidos, como el poeta republicano Pedro Garfias, el cineasta Óliver Laxe, el nazi galleguista Vicente Risco o el arqueólogo Eliseo Gil y aquel fraude milenarista ubicado en Vitoria.

O incluso un seguidor de Henry David Thoreau, el apóstol de la vuelta a la sencillez de la naturaleza, perdido en las montañas de Jaén.

Y también Quevedo y Cervantes, o los maquis de la Guerra Civil, esa confrontación entre españoles que, más que las guerras carlistas, aunque éstas también, está presente en el libro, que abunda en datos y narraciones de episodios históricos.

“Son historias que me han salido al paso, me las he encontrado, y a partir de esos descubrimientos surge el texto, no hay un método. Sí hay, claro, una documentación, de los personajes y de los sitios también. Cuando un lugar me interesa mucho, me informo de su historia, pero no es un trabajo sistemático”, explica Del Molino.

El propio autor, casi siempre un testigo marginal, se hace presente en ocasiones, como en el capítulo dedicado a Almazán (Soria) o, luego, hablando del Festival de Viña Rock. “Aunque adopto la pose de narrador testigo, es inevitable aparecer, pero incluso cuando lo hago y las historias son más intimistas, intento no abandonar esa posición, en realidad el protagonista nunca soy yo. Me he impuesto esa disciplina”, explica.

Del Molino, que simpatiza con “los viajeros románticos del XIX, esos curiosos impertinentes”, señala que “al final eres un cotilla, no eres un observador neutral, tienes unos intereses, una opinión, una malicia, una intención”.