¿Qué peso tiene en su literatura la psicología o la mente criminal, todo lo que hay de planificación en un crimen?

Bueno, mis crímenes nunca son nada escatológicos, en realidad el crimen, aunque es el leit motiv, con lo que arrancas, para mí es absolutamente secundario; no me interesa el cómo se hace, no me adentro para nada en detalles escabrosos, de hecho son crímenes bastante limpios y simplemente lo que me preocupa es el por qué y el para qué de la acción. Analizar, al final, desde un punto de vista antropológico, qué es lo que nos lleva a traspasar la línea invisible de cristal e incidir de tal manera en la vida de alguien como para arrebatársela. Qué es eso que nos puede hacer vulnerar las normas establecidas en las que hemos sido educados o en las que hemos crecido, y vulnerarlo todo y decir: no, aquí me tomo yo la justicia por mi mano porque yo he encontrado una excusa que justifica este medio para alcanzar este fin. Excusas siempre más que cuestionables, salvo que sea en legítima defensa.

Pasó de abogada laboral y mercantilista a escritora profesional. ¿Sus años de abogada le sirvieron para conocer al ser humano en conflicto? ¿Para tener esa certeza de que en todas las personas hay matices? Porque no es nada amiga de personajes literarios estereotipados.

No creo que tenga que ver con mi trabajo de abogada, sino con que, como se suele decir, más sabe el diablo por viejo que por diablo. Son más bien las vivencias en el entorno laboral que yo tenía, que podría haber tenido trabajando en una frutería o en un banco. Al final son los años y las interacciones sociales, los viajes, los cambios de perspectiva constante, porque a mí me gusta mucho viajar, conocer y observar, los que te van dando ese calado y ese entender por qué la gente hace lo que hace o por qué lo hace de forma autómata, por inercia, y no por un verdadero motivo vehemente que salga de sí misma. Esto es lo que a mí siempre me ha movido, observar e intentar entender. Todos mis libros, en definitiva, aunque sean novelas de misterio, son una búsqueda del conocimiento; de entender qué hacemos aquí, qué pintamos aquí, con qué finalidad hacemos unas cosas u otras y cómo es posible que nos dejemos llevar por una inercia tan pesada como el hábito adquirido o por una cultura que hemos asimilado como propia aunque no le hagamos caso. Por ejemplo, gente que no es religiosa pero se tiene que casar de blanco porque no vaya a ser. ¿No vaya a ser qué? Es todo muy raro, ¿no hay pensamiento crítico, no hay evolución de pensamiento, es todo por inercia? Es un poco sorprendente.

Y eso nos vuelve una sociedad fácilmente manipulable.

Sí, pero creo que esto viene más de abajo, viene de la educación. Está muy bien que a los niños les enseñemos la geografía, yo tengo un niño de 11 años y veo lo que estudia, pero no se les enseña a pensar; se les dice: buscad información en Internet para este tema. Pero no se les dice: cuidado, ¿qué fuente es la que vais a utilizar?, ¿la habéis contrastado con otra fuente opuesta? A mí me deja francamente alucinada el sistema que tenemos de no enseñar a los niños pensamiento crítico, cuando ya tienen capacidad. El tema de la educación me preocupa mucho porque España sigue siendo el país de Europa con mayor dispersión normativa en este ámbito. Es decir, que para una sola cosa tenemos no sé cuántas leyes, reformas y reales decretos que se van acumulando y que realmente no son evolutivos. De hecho, cuando yo estudié Derecho, el programa de estudio era todavía de comienzos del siglo anterior. Y dices: guau, de verdad, ¿esto es en serio? Si no enseñamos a los niños a pensar, si no les generamos el hábito de leer, o de ponerles música y de que haya todas las tardes un par de horas para no hacer nada, es decir, para que generen ellos su propia fuente de entretenimiento, estamos perdiendo algo muy valioso. Y no lo hacemos simplemente por inercia, porque es más fácil darle al botón de la tele. Y es un fallo que ahora todos tengamos el culto al cuerpo pero a la mente se le dé todo masticado, no se ejercite en absoluto.

De ahí que le guste plantear preguntas en sus novelas.

Sí, porque tampoco soy yo quién para dar respuestas sobre nada, yo estoy en constante aprendizaje, pero sí creo que los libros deben plantear preguntas, plantear otros modos de pensamiento, y que luego cada lector decida con qué se queda. De hecho, muchos de mis lectores me dicen: oye, ¿sabes que el malo de tu novela me caía bien? Y les digo: claro, porque has entendido por qué hacía lo que hacía, pero eso no quiere decir que sea justificable. Me gusta abrir esos debates.

Se siente más cómoda en la etiqueta de novela de misterio o intriga, que en la de novela negra.

Claro, es que el armario de novela negra es tan grande ahora... Si hay un muerto ya es novela negra. Y si hablamos con purismo, la novela negra fue concebida en ámbitos urbanos, con un lenguaje bastante soez, había una crítica social muy marcada de ese momento, y sin embargo ahora, fíjate, yo suelo ambientar mis novelas en ámbito rural, no tienen por qué hacer una crítica social, mis novelas son mucho más evocadoras y de temas mucho más generales: crítica al abandono de la cultura, crítica al clasismo, crítica al abandono de la inversión en la ciencia. Por eso considero que yo hago más bien novela de misterio.

En su último libro, 'Lo que la marea esconde', habla sobre todo del duelo, de la pérdida, del hecho de que nos negamos vivir el dolor.

Sí, la espiritualidad está muy abandonada. Y todas mis novelas en realidad son excusas para hablar de otras cosas: hacia dónde nos dirigimos, si tenemos alguna meta vital o no, algún refugio, si somos capaces de hablar del dolor y de asumir que no siempre tiene sentido ni es real esa frase que nos dicen: tranquila, todo saldrá bien, todo se va a arreglar. No. Porque no siempre todo va a salir bien ni se va a arreglar. Y si pierdes a un hijo, o a tu pareja, ese dolor te va a acompañar siempre, pero se puede vivir con él. Y eso es algo que esquivamos.

Y eso que la pandemia nos ha puesto frente a la fragilidad de la vida.

Bueno, en mi caso yo soy muy consciente de la muerte desde hace muchísimos años, y siempre pienso que el último día puede ser hoy. Así que la pandemia no me ha marcado tanto en ese sentido. Rosa Montero dijo una vez que los escritores tenemos muy presente la muerte, y es verdad, no es que escribamos para perdurar, pero sí que escribimos porque sabemos cómo corre el tic-tac del reloj. La pandemia ha recolocado perspectivas, prioridades. A lo mejor hay que volver a lo más básico y más humanizable. Mejorar los transportes y llenar la España vacía. Pero siempre hay intereses para que esto no suceda.

¿Qué le gusta de las tierras cántabras y su ámbito rural para hacerlas escenario de sus novelas?

Me gustan porque las conozco bien, mi familia paterna es de Cantabria, y siempre se escribe mejor de lo que se conoce bien. Y se ajustan mucho a mis intereses el clima y la forma de ser de la gente del norte: la fortaleza de carácter, el tono de las bromas, ese punto de humor azul oscuro casi negro; me parece muy jugoso y divertido recrearlo en diálogos.

¿Para cuándo la próxima novela de 'Puerto Escondido'?

Muy pronto. No puedo decir fecha, pero ya hay; estoy deseando poder desvelarlo.

"Siempre pienso que el último día puede ser hoy, así que la pandemia no me ha marcado tanto en ese sentido"

"Me divierto recreando en diálogos el punto de humor azul oscuro casi negro propio de la gente del norte"

"Todos mis libros, aunque sean novelas de misterio, son al final una búsqueda del conocimiento"