Seis años después de su incursión en la literatura negra, el tafallés Juan Carlos Berrio Zaratiegi publica Bastan cinco minutos (Txalaparta), donde la aparición de un esqueleto humano detonará una investigación en la que se citarán la lucha del pueblo saharaui, el legado artístico y político de Jorge Oteiza y la aprobación de la Ley de Policías de Navarra.

En Bastan cinco minutos

-No me puedo olvidar de Susana Anaut porque Abel es coprotagonista con su antigua compañera, que en esta novela resulta ser además su jefa. Se complementan. Ambos son metódicos en sus investigaciones, pero una los es desde la deducción y el otro desde la intuición. Para definir con un solo adjetivo, diría que Susana y Abel son dos personas buenas. Y hasta a mí me chirría a veces su buenismo.

La novela comienza con la aparición de un esqueleto humano, que resulta ser de un desaparecido sin identificar. ¿Cuál fue la chispa de esta entrega?

-Uno de los retos literarios que me planteé fue la representación del vacío tanto en la trama como en la estructura de la novela. Así que cuando tras ocho años de excedencia Abel se reincorpora a la Policía Foral, hago que Susana le pida ayuda para resolver una investigación detenida en el tiempo. La desaparición de una persona, esa eterna presencia de una ausencia, entiendo que puede suscitar una imagen nítida del vacío, en este caso de un vacío lleno de dolor. La chispa es el vacío, lo que de él pueda surgir.

La investigación va acercando a Abel al Frente Polisario y a la población magrebí y saharahui en Navarra, ofreciendo también datos y cifras que ayudan a contextualizar al lector. ¿Le interesaba abordar el conflicto del Sáhara en el libro?

-Sí, la situación, la lucha de los pueblos oprimidos me ha interesado y preocupado desde siempre. El Sahara, Palestina, ahora Ucrania... En lo que concierne al pueblo saharaui me admira no tanto su supervivencia en los campos de refugiados en Tinduf desde el año 1975 (que también), sino la capacidad de organización y resistencia que está demostrando para seguir siendo pueblo en unas condiciones de precariedad extrema.

¿Qué labor de documentación realizó para abordar este conflicto?

-He tirado mucho de hemeroteca. Algunos foros y páginas web también me han proporcinado datos interesantes. A este respecto me gusta contrastar datos e indagar en fuentes divergentes y antagónicas. Ante un mismo hecho siempre va a haber dos versiones... como mínimo.

¿La novela negra es una herramienta para retratar de forma directa y sin tapujos realidad dura?

-Retratar las partes oscuras de la sociedad es una de las constantes en la historia de la novela negra, diría que la necesidad de hacerlo propició su surgimiento. Hoy día quiero creer que sigue siendo una de sus razones de ser. También puede ser un medio idóneo en el reflejo de la dura realidad, máxime si conseguimos situar el contexto en el que se desarrolla la trama al mismo nivel que esta última.

“Este es Abel, un policía foral que a veces se olvida que lo es”, leemos en uno de los capítulos. ¿Por qué cree que su protagonista dista del prototipo de policía foral?

-Abel y Susana difieren de la imagen que podemos tener de cualquier policía. Ya he comentado que esa caracterización de policías buenos me chirría hasta a mí. Esta es otra de las grandes contradicciones a las que nos enfrentamos cuando escribimos o leemos novela negra. Dos maestros del género como Chandler y Hammett echaron mano de detectives privados. Supongo que también tendrían recelos para que sus novelas fuesen protagonizadas por policías. Ambos las escribieron en una época en que la sociedad norteamericana, tras la Gran Depresión y los estragos de la Ley Seca, padecía una policía corrupta que campeaba en connivencia con las mafias de hampones surgidos en el borbor de la prohibición del alcohol.

Y otra cuestión como la Ley de policía foral también se entreven entre las páginas de la novela, ¿qué radiografía hace de este cuerpo policial?

-El conocimiento que tengo de la policía foral se basa más en datos subjetivos que objetivos. Desconozco los entresijos de este cuerpo que, como la mayoría de policías, no son entes que destaquen por su transparencia. La radiografía de la policía foral en la novela la realicé a partir de noticias que aparecían en los medios y, sobre todo, tras indagar y leer entre líneas en foros y blogs policiales. Estamos en 2016, en la policía foral preocupaban por decirlo de manera aséptica dos asuntos: el nombramiento de María José Beaumont como consejera del Departamento de Justicia e Interior y la conflictiva negociación de la actual Ley foral de policías.

Jorge Oteiza es también protagonista, ¿qué le atraía de su legado?

-Por un lado Oteiza me iba a ayudar en ese reto al que he aludido antes, el de representar el vacío: la búsqueda del vacío le llevó a Oteiza a quedarse sin escultura entre las manos y Abel apunta que resolver un caso es quedarse sin caso entre las manos. Por otro lado seguí con interés y cabreo la gestación de la Fundación Museo Jorge Oteiza. Conflicto que he reflejado en la novela.

La música también está presente en la historia, ¿cuál sería la banda sonora de Bastan cinco minutos

-Empieza con una canción de Miki Núñez que se la dedico a mi hermana. Luego, en los primeros capítulos en los que el tiempo está detenido, la música hecha de silencios y melodías repetidas en bucle de Ludovico Einaudi. Poco a poco vamos más allá y nos acompaña Miles Davis. Silvia Pérez Cruz en un descanso. Boccherini y Arriaga cuando la acción adquiere un ritmo más rápido. A la conclusión, Rachmaninov con una elegía.

Título

Bastan cinco

minutos.

Editorial

Txalaparta.

Precio

18,50 euros.

Páginas

312 páginas.