Ópera en tres actos de Giuseppe Verdi. Con S. Escobar, A. Rucinski, Mª Pía Piscitelli, Mª José Montiel, Nina Solodovnikova, D. Maya, D. Lagares, H. Montresor y J. Jiménez. Bailarines: Kouadio, Casanova, Almazán y Santamaría. Coro de la Agao (Iñigo Casalí, dirección). Orquesta Sinfónica de Navarra. Director de escena: Waut Koeken. Director musical: Yves Abel. Coproducción: Operas de Lorraine, Luxemburgo, Nantes y Zuid. Programación: Fundación Baluarte. Lugar: Sala principal. Fecha: 4 de febrero de 2022. Público: casi lleno (de 30 a 62 euros).

olvemos al gran espectáculo de la ópera representada, y es de justicia constatar y agradecer el enorme esfuerzo de producción con la espada de Damocles de la pandemia, encima. Así que, todo lo que se diga, está matizado por el indudable placer, de fondo, del directo. Un Ballo in Maschera, es sin duda, una ópera muy exigente con sus protagonistas: un drama con los celos y la infidelidad -una vez más- de fondo, todavía más enredado por la hechicera de turno. En general, disfrutamos de una gran velada de ópera: la tan descriptiva música de sentimientos de Verdi, se acomodó en una puesta en escena un poco desigual, con un planteamiento del teatro dentro del teatro de fondo, que, más que ayudar, a veces distraía del primer plano de solistas; y un final -el baile- francamente esplendoroso, estupendamente vestido y situado en la sala de un teatro de herradura; con unos bailarines, en primer término, bien traídos. En medio, un casi fundido oscuro, dejaba todo el protagonismo a las voces (de ahí que, quizás, se podía haber evitado un descanso). Los solistas, también con graduación desigual, rayaron a gran altura. El coro de la Agao cumplió muy bien, -voces masculinas con graves, voces femeninas por separado, y en conjunto-, también bailando al final. Y la Sinfónica de Navarra se lució al mando de Yves Abel, que hizo una magnífica concertación: total ajuste con la escena, pulso dramático, cuidado de cantantes, y alta tensión en todos los acontecimientos, sacando un color muy bello a la cuerda en lo más lírico e íntimo, y sin que nunca faltara ese sonido hirviente, que lo calienta todo, saliendo del foso. Fundamental.

Sergio Escobar -tenor- hizo un Rey Gustavo convincente teatralmente, con una voz potente y de indiscutible volumen en el agudo, pero con pocos matices en un fraseo fluctuante, y un color algo pétreo, impenetrable para los dúos, tercetos y concertantes. Lo cierto es que su rol es muy comprometido, y sí que matizó en la evocación de la felicidad, -Oh dulzuras perdidas- con arpa y flautas. María Pia Piscitelli -soprano- hizo un buen papel de Amelia: voz con cuerpo, homogénea en toda la escala, con algún bello matiz en “piano” agudo, volumen sobrado, y redondez sonora; su fraseo fue conmovedor en el aria de petición de ver al hijo, con el plañidero violonchelo de fondo. María José Montiel -mezzo- dio empaque a su personaje de hechicera con convicción y algunos recursos vocales -sobre todo, en toda la exigente zona grave, más propia de contralto-, que le da su veteranía; pero su fraseo y escena siempre la hacen. La rusa Nina Solodovnikova, como Oscar, lució una voz de soprano ligera, limpia, con agudos fáciles e impecables que daban mucha luz a los concertantes; de color algo blanco, se movió inquietamente, como un bufón, según lo mandado. La clave de fa (o sea barítonos) fue magnífica, excepcional en el caso de Artur Rucinski en el rol de Conde Anckarström: su asombrosa descripción de la elaboración de la venganza fue de referencia; la misma plenitud sonora arriba y abajo, autoridad en la presencia teatral, empaque, excelente acomodación en los diálogos con el resto... se llevó la gran ovación de la tarde. En esa misma línea de bajos fondos conspirativos, David Lagares y Gianfranco Montresor bordaron sus respectivos roles. Cumplieron bien Darío Maya y Julen Jiménez.

La producción del belga Waut Koeken acierta en contraponer los dorados de la corte real, -principio y final-, a la penumbra y grisura del fondo dramático, donde, por cierto, no aportan mucho esos andamiajes. El movimiento de actores, correcto. El público, frío al principio, aplaudió las grandes arias de segundo y tercer acto, y con mucho calor, al final.