Dirección: Mei-Ann Chen. Soprano: Charistina Kaletska. Piano: Varvara. Programa: Joël Mérah (Baiona 1969): Jakinduriaren usaina, para soprano y orquesta. Concierto número tres para piano y orquesta de Bartok. Sinfonía nº 7 de Beethoven. Programación: Ciclo de la orquesta. Lugar: Sala principal del Baluarte. Fecha: 10 de febrero de 2020. Público: Lleno (de 10 a 35 euros).

ei-Ann Chen, la directora invitada para el concierto que nos ocupa, desarrolla durante toda la velada, una gestualidad cercana al kárate. Marca todo con energía, y no sólo con amplitud de brazos, sino con todo el cuerpo, que acentúa sus órdenes, para que no haya duda de sus cortes, sus contrastes fuerte - piano, su imposición de tempo y regulación, su manera, clara eso sí, de llevar las cosas. Por ejemplo, en la séptima sinfonía de Beethoven, que cerraba la velada, y que llegó a extremos, de tempo, olímpicos. Todo ese brío, más exacerbado en Beethoven, se trasmite al público, que, sin reparar, quizás, en que tanto ímpetu, a veces, descalabra un poco el tempo, se empapa de esa energía, y se adhiere, con entusiasmo, a la propuesta, aplaudiéndola a rabiar.

Para empezar el concierto, volvimos a imbuirnos en el proyecto Elcano, una historia musical del descubridor que se nos va entregando por fascículos. Jakinduriaren usaina de Joël Mérah, nos muestra un capítulo pacífico de los protagonistas; según sus propias palabras: "la sensación de paz al navegar por el Pacífico". Bien. Efectivamente la música fluye bastante quieta y con una sensación de leve ondulación. Es muy acertado meter la voz solista, con un texto más bien trascendente, que va de un lirismo un tanto impresionista, -con preciosos agudos vocales en matiz piano-, a un enfático recitativo, muy bien fraseado y dicho con convicción por la soprano Christina Daletska. Es la parte vocal algo ingrata, sobre todo al principio, en su lucha por sobrevivir a la orquesta, pero luego, todo se atempera y la cantante, -también con bellos momentos de arpa-, queda como protagonista. Una leve percusión al metal centelleante, que se apaga, apunta ese matiz de lejanía.

Varvara, la pianista del concierto de Bartok, hace una buena versión: pulsación rotunda, pero comedida, austera, yendo a lo fundamental, sin querer presumir de un virtuosismo que este concierto no tiene: es el primer movimiento; unos profundos y claros acordes que lo llenan todo. Una cuerda sosegada y hermosa prepara la entrada del piano en el segundo tiempo, que asume primorosamente, esa atmósfera casi religiosa, que le han preparado. Un breve pasaje muy bien punteado, y humorístico, se entretiene en la zona aguda del teclado. El último movimiento, -más disperso-, Varvara lo soluciona, de nuevo, con extrema claridad; por más que el ritmo de danza chispee en algún tramo, todo se entrecorta por episodios fugados, y sin clara melodía. Asoma el virtuosismo, bien resuelto. La directora acierta con el tempo, no ha metido prisa y todo se ha escuchado muy bien. De propina: La trucha de Schubert / Liszt: bella y refrescante propina.

La señora Chen, en la séptima sinfonía, parece proponernos un Beethoven grandioso, a través de una sonoridad penetrante, y tranquila, por la intensidad cordal, -cinco contrabajos-. Y, así comienza, volviendo, un poco, a las versiones más románticas. Pero, enseguida, a la directora taiwanesa-americana, le entra un nervio acelerado, un azogue, que decimos aquí, que nos va a llevar a una versión electrizante, culminando en ese último movimiento en el que, a mi juicio, no hace falta correr tanto, y, sobre todo, hay que dosificar algo más el crescendo, porque el último peldaño de la progresión acentuada -muy bien acentuada por los profesores de la orquesta-, ya no admite más volumen e intensidad. Pero, bueno, se consiguió ese delicioso estrés que provoca que el público, casi se levante del asiento a aplaudir.