Tras el éxito de la biografía que publicó en 2018 sobre Príncipe de Viana, Mikel Zuza (Pamplona, 1970) se propuso “desentrañar la mentalidad” de los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux -una labor de investigación que le ha llevado hasta la época de los romanos-, y así nació su nuevo libro, En recta línea, publicado por Pamiela y que el autor presentó en la librería Walden.

Podría considerarse una continuación de la obra anterior, ya que ésta surge del hallazgo que Zuza hizo durante el proceso de elaboración de la biografía sobre Príncipe de Viana, en un documento en el que se relataba que el príncipe, ante las Cortes de Navarra reunidas en Sangüesa, anunció que su padre quería casarle con la hija de un conde castellano, el Conde de Haro, y él se negó con este argumento: “No es costumbre en la Casa Real de Navarra casarse con nadie más bajo que el linaje de los Doce Pares de Francia”. “De ese desafío nace En recta línea, un libro que confirma la constante forma de presumir de los reyes de Navarra de su ascendencia, sobre todo de dos personajes principales de la época medieval: Carlomagno y San Luis; personajes históricos cuya vertiente legendaria y mitológica tiene mucho peso”, explica Mikel Zuza.

Esa tendencia a presumir de su ascendencia francesa se refleja también en la tumba del abuelo del príncipe de la catedral de Pamplona, en cuyo epitafio dice: “Aquí yace Carlos IV, rey de Navarra, descendiente en recta línea del emperador San Carlomagno y de San Luis rey de Francia”.

“Es decir, Carlos III pone en su tumba que es Carlos IV, porque incluye a Carlomagno en la lista de los reyes de Navarra”, cuenta el historiador y escritor navarro, que en su nuevo libro profundiza en “ese papel de reliquia, profecía, de un mundo que ya nos queda bastante lejano pero que a través de crónicas, cantares y documentos he intentado desentrañar. Y que, precisamente por lo lejano que se nos hace hoy, nos abre una ventana a un mundo maravilloso, como de cuento”.

Tras más de cinco décadas sometido a Francia, el reino de Navarra -en aquel entonces el país más pequeño de Occidente-, recobró en 1328 su lugar entre el resto de cortes europeas con la llegada al trono de Juana II, que había sido despojada de sus derechos a la corona francesa por el mero hecho de ser mujer. Casada con Felipe III de Evreux, la nueva dinastía fue enraizándose progresivamente hasta representar con Carlos II, Carlos III, Blanca I de Navarra y el príncipe de Viana -que debió haber sido Carlos IV-. Orgullosos herederos y guardianes férreos de un legado de siglos que los unía a la memoria de Carlomagno y San Luis de Francia, este libro desentraña la maraña de profecías, reliquias sagradas, crónicas reales y -a la vez- fantásticas, cantares de gesta, joyas, escudos proscritos, monedas y códices iluminados, para comprender qué llevaban los reyes de Navarra de la dinastía de Evreux en su cabeza y también en su corazón.

Reyes que presumían de sus antepasados Carlomagno y San Luis, personajes de especial piedad y religiosidad que elevaron a santos. “Creían que lo eran, y cómo no iban a creerlo si se lo oían predicar a los sacerdotes en las iglesias, cantar a los juglares en las plazas y lo leían en las crónicas históricas; y ansiaban que el mundo que les rodeaba viera ese concepto de santidad”, explica el autor, que reivindica la figura de Carlos II, “probablemente el rey más importante de la Historia de Navarra y no tiene ni una calle hoy en Pamplona; un personaje muy curiosio por su cultura, por su capacidad para modernizar el Reino de Navarra; a él le debemos la Cámara de Comptos”. Como demuestra en este libro, Carlos II revindicó abiertamente sus derechos al trono de Francia, su madre Juana II le educó en esa idea, y aunque todos tenemos la Guerra de los Cien años como un enfrentamiento exclusivamente anglofrancés, al menos hasta el año 1364 fue una lucha a tres bandas: la tercera banda es la del rey de Navarra, y estuvo a un pelo de conseguirlo”. “Esa progresiva navarrización muestra la importancia política del rey Carlos II, porque con los recursos y el tamaño territorial que tenía Navarra, lograr mantener el equilibrio contra Francia e Inglaterra, las dos potencias políticas clave de la época... Sería como si Andorra se enfrentase ahora en campo abierto a Estados Unidos. Y lo hizo, y casi lo consigue”, recalca Zuza.