Hablar de literatura romántica contemporánea es hablar de Elísabet Benavent (Valencia, 1984) y de la veintena de libros que ya ha publicado esta prolífica escritora que tiene claro que se debe, en cuerpo y alma, a sus lectores. Por ello, agradece el poder multiplicador de las adaptaciones que ha realizado Netflix de sus novelas –además de la serie Valeria, ha producido la película Fuimos canciones y hay un tercer estreno en camino–, que está haciendo que gane lectores en Latinoamérica, mientras observa, con satisfacción, que cada vez más hombres se acercan a sus novelas.
Para alguien que comienza a autoeditarse, terminar vendiendo más de 3,5 millones de ejemplares debe ser algo más que un sueño cumplido.
—La verdad es que es una cifra tan grande que llega un momento en el que se vuelve un poco irreal. Da un poco de vértigo y responsabilidad, pero también es un sueño hecho realidad. A veces hace falta parar, para mirar el recorrido y dar gracias por todo lo que ha pasado.
Y aún así necesitó siete novelas para dejar su trabajo en el departamento de comunicación de una auditora y dedicarse a la literatura.
—En aquel momento tenía 30 años y no tenía ninguna carga, pero me dio mucho miedo. El mundo creativo es muy voluble y no tienes ninguna seguridad. Pero me guardé mucho las espaldas. Tardé en dejar mi trabajo porque esperé a tener una red para arriesgarme a que las cosas no fueran fatal si realmente iban mal.
Si la teoría dice que un escritor se lleva alrededor de 10% de la venta de cada uno de sus libro, en la práctica habrá amasado una fortuna.
—Hay mucho mito alrededor de lo que ganamos los escritores. Muchas veces me dicen: “¡3,5 millones de libros, habrás ganado 3,5 millones de euros!”. No, no funciona así. Es un trabajo en el que sabemos dónde estamos hoy, pero no sabemos dónde estamos mañana. Doy gracias a poder vivir de ello, pero no te metes a escribir porque te quieras hacer rico. Es muy vocacional. Me va muy bien y eso es un triunfo, independientemente de lo que ingrese.
En su última novela, ‘Todas esas cosas que te diré mañana’, ahonda en el momento en el que la historia de amor de Miranda y Tristán se fue al carajo. ¿Es más fácil analizar los errores en retrospectiva?
—Esta novela es una oda al duelo, es una metáfora. En esta dictadura de la inmediatez no nos damos tiempo a nosotros mismos para masticar el duelo y vivir todas sus fases, para pasar de tener una herida a tener una cicatriz. En el proceso de duelo es cuando nos hacemos más preguntas. Al principio viene la incredulidad, después la rabia, luego la negociación. Nos vamos haciendo preguntas que a veces son pertinentes y otras, no. A toro pasado la memoria reescribe nuestras historias.
Según la socióloga Eva Illouz, en la sociedad tardocapitalista el amor se asemeja mucho a la forma de consumo. ¿Está de acuerdo?
—En esta época de la inmediatez las cosas se vuelven más líquidas, son menos tangibles. Se busca un acompañamiento, sin llegar a estrechar lazos. No sé si es una cuestión millennial o del tardocapitalismo. Somos de una generación que está dejando para mañana lo que se puede hacer hoy. Tenemos miedo a no vivir nuestra juventud con toda la plenitud. Tenemos que estar alerta para no convertir nuestra vida sentimental en fast food emocional.
La literatura romántica ya no tiene nada que ver con la época de Jane Austen. Estamos en una sociedad individualista que reivindica el yo.
—Desde la literatura romántica se está reivindicando la figura femenina como alguien que es al 100% en sí misma, independientemente de con quién comparta su vida. Estamos poniendo el foco en las prioridades vitales que no tengan que ver con el amor. No es una cuestión de egoísmo ni individualismo, sino que se reivindica el amor propio y el autocuidado.
Toma prestadas de sus amigas muchas de las anécdotas y sucesos que relata. ¿La vida real de una mujer moderna supera a la ficción?
—¡Uy, diría que sí! Cuando me pongo al día con mis amigas, pienso que si me pusiera a escribir una novela sobre lo que me cuentan nadie se lo creería. Dice una amiga que el movimiento es vida, que si uno no se mueve empieza a morir. ¿Supera a la ficción? A veces, pero es parte de la vida.
Uno de los temas de moda en la literatura es la maternidad, pero es un tema sobre el que afirma que no escribe porque no quiere ser madre. ¿Cree que es necesario escribir desde la experiencia propia?
—El trabajo del escritor es un trabajo de empatía, de investigación. Hablé de la maternidad en la trilogía de Martina. Y vuelvo a hablar de la no maternidad en este libro. Creo que es importante hablar desde la experiencia y, si no, haberse documentado mucho y hacerlo desde una línea muy respetuosa. Pero me siento más cómoda hablando desde el motor que me mueve a mí para no ser madre.
La gran mayoría de sus lectoras son mujeres de entre 15 y 65 años, abarca un rango bastante amplio, ¿pero qué hay de los hombres?
—Se van acercando cada vez más a las firmas. Parece que se están rompiendo ese prejuicio de género acerca de la comedia romántica. Se acercan por la curiosidad, que es el motor del aprendizaje. Leen la contra del libro y, si les parece atractivo, se lo llevan.
Las protagonistas principales de sus novelas son mujeres. ¿Se ve escribiendo una novela desde el punto de vista de un hombre?
—En todas las novelas, desde hace unos años, incluyo la perspectiva de un hombre en primera persona cada cinco, siete o diez capítulos del personaje femenino. La protagonista es una persona que cuenta su verdad, que no tiene por qué ser objetiva. La voz masculina hace la historia más redonda. No sé si me atrevería a contar toda una historia desde la voz masculina, pero tampoco digo que no.
Los prejuicios en relación a la calidad de la literatura romántica siguen vigentes. ¿A alguien que vende tanto el único sueño que le queda por cumplir es ganar premios?
—Me interesa más que mi lector no quede decepcionado. El público es soberano y nadie es quién para imponerle sus criterios. La calidad no tiene nada que ver con el género literario; hay mucho prejuicio en torno a todo lo que esté enfocado al entretenimiento. Se puede hacer entretenimiento de calidad y con mimo, aunque su consumo sea masivo. Lo comercial no tiene que ser malo.
¿Y no cree que muchos de esos prejuicios existen porque la literatura romántica ha sido consumida, sobre todo, por mujeres?
—Tiene mucho que ver con eso. Tradicionalmente se ha pensado que está escrita por y para mujeres. Me hace gracia que cuando un hombre escribe una novela de amor se considere una novela de personajes, intimista; y cuando una mujer escribe una novela de amor es una novela romántica y se pone en la estantería, en el rincón de la novela romántica, con cierta connotación negativa.
Valeria es su personaje estrella. Quienes no la conocen por sus libros la conocen por la adaptación de Netflix. ¿Hay gente que ha comprado sus novelas tras ver la serie?
—Sí, sobre todo en Latinoamérica, donde ha habido un crecimiento fomentado por la gente que ha hecho el camino inverso, de la serie a los libros. Lo audiovisual y la literatura se pueden hacer mucho bien: la literatura puede aportar contenido al audiovisual y el audiovisual puede ser un megáfono.
¿Y se ve escribiendo guiones?
—Me encantaría, pero me falta formación. Hay que plantearse estas cosas con el respeto a la profesión.
Sin embargo, los libros que escribe tienen un lenguaje muy cinematográfico. De hecho, Netflix está a punto de estrenar la tercera adaptación de una obra suya.
—Estamos en la fase de preproducción de Un cuento perfecto. Aún no hemos comunicado si será película o serie. Estamos muy emocionados porque me han dado la oportunidad de participar como productora ejecutiva desde un inicio.